Название: ¿Sabes lo que pasa cuando dices que me quieres?
Автор: Arwen Grey
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: HQÑ
isbn: 9788413752969
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—No pueden ser tan terribles —masculló, acercándose y rozándole con el hombro para pasar, dejándole claro que aquel era su territorio y que debía dejarle paso franco.
El desconocido se dio por aludido y lo siguió con una sonrisa divertida, al parecer, nada impresionado por su despliegue de carácter.
—Soy Donald Bergen, oficialmente el corrector de esta publicación de cuarta categoría, pero también me encargo de otras cosas, como el consultorio sentimental, o lo hacía hasta que ha llegado la rubia que siempre sonríe como si el mundo fuera bonito y estuviera lleno de globos, o el horóscopo. Ojo, porque si te descuidas, Lola te pondrá a crear crucigramas.
Reuben emitió una sonrisa cascada y se paró al llegar a una intersección entre dos corredores. Miró hacia ambos lados. Odiaba la idea de preguntarle a aquel sabelotodo, pero él le ahorró el dilema cuando le señaló el de la izquierda y luego lo acompañó hacia un cubículo que parecía una caja blanca vacía, salvo por un ordenador bastante nuevo y una silla de aspecto incómodo. Si no fuera porque tenía una puerta y cuatro paredes, aquello parecería una caja de zapatos. Probó la silla, pero se tuvo que levantar al instante. Compraría una nueva si no quería dejarse su sueldo en masajes.
—Reuben Barton, el nuevo redactor de deportes. Me han dicho que llevaré algo que se llama Muévete, pero no tengo ni idea de lo que es. Ojalá lo supiera, porque…
Donald levantó una mano para interrumpirle, como si su verborrea lo aburriese.
—Ya sé quién eres, lo sabe todo el mundo aquí, desde los periodistas, pasando por los fotógrafos, hasta el personal de limpieza. Dicen que te has atrevido a cuestionar a las estrellas —añadió con una cierta incredulidad—. Déjame que te dé un consejo…
Esta vez fue Reuben el que levantó una mano. Desde que había llegado, todo el mundo había hecho lo imposible por hacerle sentir que no pertenecía a ese lugar y que no tenía ni idea de nada, pero nadie iba a enseñarle cómo hacer lo que llevaba casi media vida haciendo.
—Te lo agradezco, pero tengo mucho trabajo.
Donald no se tomó a mal su desplante, sino que echó la cabeza atrás y rio, haciendo que Reuben se sintiera todavía más molesto.
—Dentro de una semana vendrás tú mismo a por mis consejos. Pero podré esperar hasta entonces para decirte «te lo dije». Soy una persona paciente.
Desde su incómoda silla, Reuben vio marchar al corrector y redactor de horóscopos fingiendo una indiferencia absoluta. Sin embargo, sus palabras habían despertado el recuerdo de lo que había visto y escuchado en la sala de reuniones: envidias, viejas rencillas y, no quería pensarlo, pero incluso un aura de maldad.
Pero no todo podía ser tan horrible.
Victoria, sin ir más lejos. Nadie con un aspecto tan angelical podía ser mala persona. Sobre los demás, se reservaba su opinión hasta poder conocerlos más a fondo, pero sobre Victoria no tenía ninguna duda: ella era un ángel lleno de amor.
A los pocos días de haber llegado, decidió que su cubículo estaba desangelado. Era tan… blanco. Acostumbrado a trabajar rodeado de sus cosas, en redacciones llenas de voces y gente por todas partes, Reuben sintió que necesitaba compañía, aunque fuera la de un helecho. Así que a la semana se presentó con una enorme maceta y una mochila llena de estúpidos artículos personales que sabía que lo harían sentirse como en casa, aunque sabía muy bien que aquello no era ni una redacción normal, ni un lugar donde supieran lo que significaba trabajar en equipo.
Rodeado de sus cosas, se sintió más esperanzado de conseguirlo. Aunque no quisiera reconocerlo, el primer día allí había sido lo más cercano a una pesadilla que había vivido jamás. Los demás tampoco habían sido mejores, pero al menos se había ido haciendo a la idea de que tendría que quedarse, porque su buzón de entrada de correo electrónico seguía tan vacío como durante los tres últimos meses.
Aceptar aquel puesto había sido un error, pero necesitaba algo hasta que recibiera la respuesta de su anterior jefe, que sabía que necesitaba a alguien para cubrir un puesto en la sección de deporte local. Era ridículo para alguien con su trayectoria, pero los deportes de cualquier tipo eran lo suyo, aunque tuviera que patearse los barrios y los pueblos del extrarradio. Sabía que, una vez de regreso en su vieja redacción, iría escalando hasta recuperar su puesto, del que le habían echado, con miles de disculpas, cuando el diario había perdido suscriptores y lectores en su formato de papel y habían tenido que despedir a parte de la plantilla. Aquel era su ámbito natural y en ningún lugar se sentiría jamás tan realizado como allí, aunque fuera escribiendo sobre yoga en la tercera edad.
Pero, mientras tanto, tendría que aprender a sobrellevar a aquel grupo de lunáticos lo mejor que supiera.
Su día a día, lo supo ya desde la primera jornada, consistía en reuniones llenas de gritos e insultos, donde cada cual defendía su pequeña parcela como si se tratase del boletín donde se publicaba el presupuesto general del país, seguida de una pequeña charla con Lola sobre lo que ella consideraba que era la mejor estrategia para acercar Oh! La mode… al mundo real, que él no acababa de ver clara, porque lo cierto era que Lola tenía muy poca idea acerca de cómo vivía la gente común y corriente, fuera de las pasarelas y las pantallas de cine, y ni siquiera todas las pantallas.
Tal vez él no supiera nada de eso último, pero sí tenía claro que no se conseguía llegar al público general mostrando las vidas inútiles de millonarios y tratando de vender productos que jamás podrían estar al alcance de la mayoría.
Y sabía bien que mucha gente miraba esos escaparates tratando de huir de una realidad triste y gris, pero se negaba a pensar que a alguien le llenase todo aquel… vacío.
Sin embargo, si pensó que los primeros días habían sido duros, lo complicado fue cuando entregó el artículo que había escrito para el número de ese mes, que hizo fruncir los labios de Lola antes de apartarlo a un lado con desprecio.
—¿Y qué hay del vídeo?
—¿Vídeo?
Reuben reconocía que no había vuelto a pensar en el asunto desde la primera reunión. Mientras los demás cuchicheaban y se peleaban por formatos, ideas, minutos y plataformas, él no había pensado en ello y ni siquiera se había planteado qué hacer.
Él no era reportero de televisión. Él escribía y listo. De hecho, solo había tenido una experiencia en cámara y había sido un desastre. Un balón le había golpeado la cabeza durante un partido durante la retransmisión de un partido de primera la única vez que había hecho un reportaje para una televisión local y se lo habían tenido que llevar en ambulancia al hospital con una conmoción. Su madre siempre le decía que había estado muy bien, pero si a uno no le apoyaba ni su madre, estaba perdido.
Lola hizo aquel gesto, o más bien, ausencia de él, que hacía que Reuben se preocupase. Lo miraba por debajo del flequillo y permanecía inmóvil y en silencio durante un minuto, o un millón, y él sentía que le había fallado.
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