Название: ¿Sabes lo que pasa cuando dices que me quieres?
Автор: Arwen Grey
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: HQÑ
isbn: 9788413752969
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Reuben entrecerró los ojos y se preguntó si alguna vez se había sentido tan insultado, pero supuso que, teniendo en cuenta que llevaba tres meses sin trabajo y que tenía que comer y pagar su casa, quedaría feo levantarse y mandarlos a todos al carajo.
Se ajustó aquella corbata que todos odiaban, sonrió y se levantó.
—Estoy encantado de estar en… —de pronto pensó que sus conocimientos de la lengua francesa solo lo dejarían en ridículo si trataba de pronunciar el nombre de la revista tal y como ella lo había hecho. Afianzó su sonrisa, de un modo que sabía que sus hoyuelos se profundizaban, generando un aura de simpatía instantánea en sus interlocutores— en este maravilloso lugar. Estoy seguro de que vamos a trabajar mucho para sacar la revista adelante.
Al instante notó que el viejo truco de los hoyuelos no había funcionado. Las miradas se habían apartado de él con incomodidad, dejándolo con una sensación de abandono total. Al parecer, Tim no era el único que no lo quería allí.
—Espero que los vídeos se te den mejor, muchacho —dijo el tal Ambrose, con un tono cruel que no disimuló en ningún instante.
—¿Vídeos?
—Veamos, ¿qué tenemos para el mes que viene? —preguntó Lola, cortando toda posible reacción a sus palabras, si es que iba a haberla, tal vez fingiendo que no había notado el aura hostil de sus trabajadores hacia el nuevo redactor.
Si ya había pensado que aquello sería un infierno, Reuben supo que se había metido en la boca del averno cuando se enteró de en qué consistía su labor exactamente, y comprendió por qué Lola no se lo había querido decir a solas. Vídeos. En su cabeza, podía verse grabando estupideces, poniendo acento de tipo del centro de Londres, vestido con ropas de diseño, con mechas rubias y patrocinando bebidas energéticas.
¿Sección de deportes? ¡Ja!
Maldita vieja revenida y seca.
Ah, pero aquello no quedaría así. Llamaría a George, que le había ofrecido aquel puesto como si se tratase de la mismísima panacea y le… le… Dios, ni siquiera se le ocurría qué sonaba peor que decirle que lo hiciera él mismo, joder.
Y ni siquiera podía escapar de esa maldita sala de reuniones, sino que tenía que estar ahí, escuchando miles de bobadas sobre trapos y cremas antiacné y remedios para las arrugas, sin entender ni la décima parte de lo que decían. Por suerte, nadie esperaba ninguna aportación por su parte. Aliviado al saberse ignorado, retomó su libreta y, durante dos horas eternas, se limitó a tomar notas y más notas con letra apenas legible. Cualquier cosa con tal de no volver a sentir la mirada de franco menosprecio de Victoria sobre él.
—Ni hablar. Otra vez no.
Joanne se levantó de golpe, haciendo que las patas de su silla rechinaran contra el brillante suelo de linóleo que imitaba el mármol con bastante acierto. Vio cómo todos apretaban las mandíbulas en un gesto de franco desagrado, pero le dio igual. Se apartó la molesta coleta de un manotazo y plantó las manos en la mesa.
—Ya perdí dos páginas en el número pasado. Y ahora me quieres quitar cinco. ¡Cinco! ¿Cómo quieres que haga una sección entera con solo cuatro páginas? Tendría que eliminar al menos diez fotos para poder comprimir toda la información en ese espacio.
Lola colocó sus palmas juntas ante el rostro y observó a la persona que osaba enfrentarse a ella.
—Podría serte sincera y decir que nadie notaría la ausencia de tu sección. Ni la de Victoria, ni la de Ambrose, ni ninguna —añadió, para suavizar sus palabras, aunque Joanne había acusado el golpe de tal manera que había vuelto a sentarse, abatida—. He recortado todas las secciones para poder dar cabida a las nuevas, aunque cada uno solo sea capaz de ver el enorme daño que he infligido a su orgullo.
Joanne adelantó la mandíbula y miró al nuevo redactor de la sección de deportes, que no había dicho una sola palabra en toda la reunión. Si no había ido a trabajar, no sabía qué diablos pintaba allí. Sin duda, llamaba la atención. Vestía un traje de baratillo, de un color de esos que no combinaban absolutamente con nada que no fuera blanco o negro, y mal, además. Y luego llevaba una corbata que podría haber usado su padre en los años 70. Su pelo de color arena mojada necesitaba un buen corte y tenía los ojos oscuros y asustados de un niño que está pasando el peor examen de toda su vida. En general, los cachorros abandonados le daban pena, pero en ese momento ella también necesitaba ayuda, y ella misma era su prioridad, así que lo lamentaba por el nuevo.
—Necesito ese espacio.
Reuben notó por primera vez que era a él a quien le hablaba. Dejó de escribir y miró a Lola, que no dijo una sola palabra.
Joanne sonrió al verlo tan desconcertado. Ese hombre podía ser muy bueno allí de donde venía, pero estaba perdido desde el mismo instante en que había cruzado el umbral de la revista.
—Cuéntame por qué debería recortar mi sección para darte mis páginas —dijo él de pronto, sorprendiéndola. Tenía el aire de alguien que no tiene ni idea de lo que está hablando y, de repente, suelta la solución perfecta a un problema matemático—. ¿Es la más popular, la más leída, la que más influencia tiene, la más copiada? Solo en ese caso renunciaré a mi espacio por ti.
Joanne sintió que la rabia la obligaba a enmudecer. ¿Cómo defender su trabajo de años, la sección que le quitaba horas de vida y de sueño, la que la obligaba a hacer cosas impensables? Y todo ante alguien que no tenía ni idea de lo que suponía llevarlo a cabo cada mes, un año tras otro. Desde que había llegado a ese lugar, hacía cinco años, había pasado por todas las fases posibles en un puesto de trabajo, desde la ilusión, pasando por la rutina, al desencanto. Ahora solo quería hacer algo digno, al menos, ya que no le permitían hacer nada nuevo ni personal. Pero ¿cómo podía hacerlo si no tenía espacio para ello?
Y encima lo decía con esa tranquilidad, como si fuera la cosa más normal del mundo.
Reuben se levantó y dejó su libreta a un lado. Comenzó a caminar por la sala de reuniones, sabiendo muy bien que era el centro de atención desde el instante en que había hablado. Había pasado de ser un convidado de piedra a ser el centro de todas las miradas. Cierto que sus miradas no eran amables, sino más bien de desconcierto, pero al fin le prestaban atención.
—Veamos, usted —dijo, señalando a Ambrose— se encarga de la sección de belleza y salud. ¿Cree que es indispensable?
Ambrose Price se llevó una mano a la pajarita, ya impecable, y lo miró, como si no supiera muy bien qué se proponía. Joanne sabía muy bien que ese era un gesto destinado a ocultar su nerviosismo, aunque él siempre procuraba mostrarse impávido.
—No me hagas hablar, jovencito. Lo que vendemos en esta revista es tan vacío que a veces creo que deberían encerrarnos por estafa.
—¡Ambrose! —exclamó Victoria, negando con la cabeza, haciendo que su cabello oscuro perdiese su perfecta forma por unos instantes—. No puedes estar hablando en serio. Nuestros lectores nos buscan para tener una guía en la que basarse a la hora de saber vestir con estilo en ocasiones especiales, al menos en mi sección. Aunque no me preguntes qué buscan al leer a Miss Trapos, porque jamás lo entenderé —añadió, con una mirada СКАЧАТЬ