Por siempre. Caroline Anderson
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Название: Por siempre

Автор: Caroline Anderson

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Bianca

isbn: 9788413751184

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СКАЧАТЬ suficiente.

      –Así es que llevas semanas solo.

      –Di mejor meses.

      No era de extrañar entonces que pareciera tan cansado. ¿Es que llevaba gafas para ocultar las bolsas que había bajo sus ojos?

      –¿Hay alguien que te ayude por las noches?

      –En teoría sí, hay un médico en Holt. Pero a las gentes de por aquí no les gusta, así que, aunque yo no esté de guardia me llama a mí.

      –¿Querrán que los atienda yo?

      –¡Sí! A todos les gusta disfrutar de una cara bonita. Fuera de bromas, si estás trabajando aquí, no sentirían que están cometiendo ninguna falta de lealtad. Ese es el problema fundamental. ¡Están tan preocupados por serme fieles, que van a matarme!

      Ambos se rieron a carcajadas, pero aquella risa pronto se desvaneció con un fuerte ataque de tos de Dan. Se agarraba las costillas como si tuviera la impresión de que se le fueran a salir de su sitio.

      –No estás bien, realmente no lo estás –dijo ella.

      –Sí, sí lo estoy.

      –Déjame que te ausculte.

      –No. Yo puedo hacerlo y ya lo he hecho. No hay nada. Es sólo un resfriado.

      Ella se encogió de hombros en un gesto resignado.

      –¿Eres siempre tan cabezota? –preguntó ella.

      –A veces soy realmente cabezota.

      –Bien. Así sé dónde piso.

      La miró a los ojos y torció la boca en una mueca risueña.

      –Estoy bien, de verdad. Lo que necesito es ayuda.

      –Bien. Aquí estoy. ¿Cuándo quieres que empiece?

      –Bueno, mañana es fiesta, así que, ¿podrías empezar el viernes?

      Ella sonrió.

      –De acuerdo. Dijiste que el paquete incluía un lugar donde vivir…

      –Sí. Ven, te enseñaré todo.

      Dan echó al gato de su regazo, quien protestó indignado. La llevó hasta la cocina, que estaba en un estado ligeramente caótico.

      –Esta parte es compartida. Es zona de trabajo y de recreo –sonrió–. Por cierto, tengo una mujer que viene todas las tardes, limpia y hace la cena para mí y para quien viva aquí, siempre y cuando no sea comida vegetariana ni ninguna dieta especial. Le costaría asimilar algo así.

      –No soy ni vegetariana ni caprichosa. Me educaron para comerme lo que hubiera en la mesa. Y, la verdad, la idea de no tener que cocinar me resulta francamente agradable. No se me da demasiado bien.

      Dan se rió.

      –A mí tampoco. Acabé por contratar a alguien porque no podía soportar ya la comida congelada y porque la casa estaba llena de pelusas.

      Abrió una puerta y pasaron a un corredor donde había varias puertas. En una había un cartel que decía servicios. Otra, estaba abierta y llevaba a una sala de espera. Había una oficina con una recepción al lado y tres puertas más de dos consultorios y una pequeña sala de curaciones.

      –La casa, originariamente, eran dos chalets contiguos. Mi predecesor las unió y quitó unas escaleras, lo que es francamente incómodo. Se lograría mucha más intimidad si estuvieran como antes. Pero, es lo que hay.

      Los consultorios daban al jardín. Al fondo, en el horizonte, se podía divisar el mar.

      A pesar de que no podía haber tenido tiempo de trabajar en el jardín, estaba sorprendentemente limpio y cuidado, aunque no tenía de nada en abundancia. Holly llegó a la conclusión de que también debía de tener un jardinero.

      –Está muy bonito en verano –le dijo él. Ella se sintió, de pronto, sobrecogida por la presencia de aquel hombre alto, grande, que se imponía sobre todo lo que les circundaba. Tuvo, incluso, tentaciones de apoyar la cabeza sobre su torso, para comprobar si era tan firme y musculoso como parecía a primera vista. No obstante, prefirió contener su necesidad de experimentación–. Te enseñaré las habitaciones. Quizás cambies de opinión.

      –Lo dudo –respondió ella y lo siguió a través de la cocina y atravesaron el cuarto de estar.

      Holly miraba entusiasmada el juego que uno de los perros tenía con el gato y tuvo que frenar rápidamente para no chocarse con Dan, quien se había detenido de improviso.

      –Como verás el felino no tiene más remedio que tolerar a los otros dos.

      –Yo diría más bien que le gusta picarlos…

      Dan sonrió.

      –Tienes toda la razón. Ven, esta es la habitación.

      Abrió una puerta y apareció un pequeño dormitorio, muy agradable, decorado con papel y cortina de florecitas. Había una cama, una cómoda, un armario y un escritorio. A través de la ventana se veían los campos verdes y las torres de la vieja iglesia.

      Era una habitación realmente agradable. Se volvió con una sonrisa en los labios, pero él ya no estaba allí. Se había encaminado a la siguiente puerta.

      –El cuarto de estar –le informó.

      Tenía una aire muy similar al dormitorio, con florecitas de color miel decorando las paredes y un ventanal desde el que se veía el mar. Había un calentador eléctrico, con una pequeña llama fingida que trataba de imitar el efecto del fuego. Había un televisor y un sofá. Pero Holly no se pudo imaginar a sí misma acurrucada allí en soledad.

      Por muy agradable que fuera, no era nada comparado con el cuarto de estar de Dan, con los perros, el gato y el fuego real. Sabía de antemano dónde pasaría las horas muertas.

      –Hay un baño al final del pasillo. El mío está en la habitación, así que no tendremos que compartirlo.

      Holly se preguntó a quién de los dos preocuparía más tener que compartir baño y llegó a la conclusión de que, sin duda, sería a él. Ella se había pasado toda su vida compartiendo baño y no era algo que le preocupara. Estaba habituada a hacer cola, a lavarse y ducharse a toda velocidad y a usar poca agua caliente. No sabía porqué, pero le daba la sensación de que Dan no estaba habituado a compartir nada. Tampoco quería hacerlo. Por algún motivo, ese pensamiento le provocó tristeza.

      –¿Y bien?

      –Es precioso.

      –Es adecuado –la corrigió él–. ¿Y bien? ¿Crees que podrás trabajar aquí?

      Ella alzó la cabeza para mirarlo y sonrió.

      –Sí, supongo que podré tolerarlo durante una semana o dos.

      La miró a los ojos. O, al menos, eso le pareció a ella. СКАЧАТЬ