La libertad del deseo. Julie Cohen
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Название: La libertad del deseo

Автор: Julie Cohen

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: elit

isbn: 9788413751917

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СКАЧАТЬ en su entrepierna seguía allí. No entendía cómo podía seguir oliendo su aroma si ella iba detrás y el viento le golpeaba la cara, pero tenía claro que seguía inhalando su esencia.

      A lo mejor se trataba de una locura temporal o de alucinaciones olfativas.

      Oz sacudió la cabeza. No entendía lo que pasaba, ni siquiera había hablado con esa mujer durante más de un minuto.

      Apagó el motor y bajó la pata de cabra de la moto para sostenerla. Se bajó y le ofreció la mano para ayudarla.

      El silencio era absoluto allí fuera y sólo los iluminaba una tenue farola. Era muy consciente de que aún tenía una erección y de que no sabía qué hacer.

      –Bueno, encantado de conocerte, Marianne –le dijo.

      Le pareció patético, pero no se le ocurrió otra cosa.

      –Yo también estoy encantada, Oz –repuso ella de nuevo con su suave acento.

      –No eres de por aquí, ¿verdad?

      –No, llegué ayer mismo. ¿Cómo lo has sabido?

      –Por tu acento. Pareces una dama del sur, como la Escarlata O’Hara de Lo que el viento se llevó.

      Y también se parecía a ella un poco, con su pelo brillante y sus relucientes ojos. Se llevó las manos a la cadera e hizo un mohín, resaltando la similitud entre ambas mujeres.

      –Y tú pareces el típico yanqui. Lo que el viento se llevó tenía lugar en Georgia. Yo soy de Carolina del Sur, nuestros acentos no se parecen en absoluto.

      –Muy bien –repuso él sonriendo–. Supongo que si alguien me dice que hablo como alguien de Boston también me sentiría ofendido.

      –No sé cómo hablan los de Boston, pero la gente de Maine tiene un acento que me hace bastante gracia. Habláis un poco como los ingleses. No sé por qué no pronunciáis las erres al final de las palabras.

      –No tenemos nada en contra de las erres. De hecho, nos gustan tanto que las reservamos para ocasiones especiales.

      –Bueno –dijo mirándolo con la cabeza ladeada–. Creo que esto es una ocasión bastante especial, ¿no te parece?

      –Pues sí –repuso él–. Rrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr…

      Marianne se carcajeó con ganas. Era una risa profunda y gutural. Una risa casi indecorosa.

      No pudo evitar pensar en cómo sonarían sus gemidos si la tocaba. Se imaginó recorriendo sus pálidos muslos con las manos y oyendo sus gritos y gemidos.

      Al parecer, además de alucinaciones olfativas también estaba sufriendo otras auditivas. De repente, estaba obsesionado con ella y no dejaba de imaginársela en situaciones muy íntimas. Creía que estaba volviéndose loco.

      Pero nunca se había sentido tan bien.

      –¿Te gusta este sitio?

      –Sí –repuso ella mientras recorría su cuerpo con la mirada.

      Al llegar a la entrepierna, vio cómo los ojos de Marianne se agrandaban. Estaba claro que se había dado cuenta de lo excitado que estaba y de la reacción que ella estaba teniendo en él. Esos pantalones de cuero no hacían nada por disimular lo evidente.

      Ella volvió a mirarlo a la cara y vio cómo sus mejillas se sonrojaban de nuevo. Marianne dio un paso para acercarse a él. Estaba lo bastante cerca como para sentir su aroma de nuevo y el calor que emanaba de su cuerpo. Sus pechos estaban a sólo un par de centímetros de su torso.

      –Me gusta mucho –añadió ella.

      La invitación era muy clara. Quería que Oz hiciera lo que más le apetecía en ese momento. Y eso era enredar las manos en su pelo, echarle la cabeza hacia atrás y besarla de nuevo. Esa vez, sería un beso más apasionado. Llenaría su boca con el sabor de Marianne mientras su cabeza seguía emborrachada con su aroma. Quería deslizar las manos por debajo de la camiseta y sentir su piel.

      Levantó la mano para tocarle el pelo, pero la dejó caer de nuevo.

      Su cuerpo la deseaba y era evidente que a ella le pasaba lo mismo. Pero eran algo más que dos cuerpos.

      –Acabas de llegar a Portland –le dijo–. No sabes nada de mí.

      Ella siguió sonriéndole.

      –Sé que me gusta tu Harley y que me gusta tu aspecto –repuso ella mientras le tocaba la pierna y acariciaba el suave cuero negro–. Y sé que me gustas lo suficiente como para pagar tres mil dólares por tener una cita contigo.

      Pero la moto era prestada y la ropa también. Le gustaban todas las cosas de él que no eran realmente suyas. Creía que había acertado al no querer llevar su relación física un poco más lejos. Dio un paso atrás.

      –Creo que eso no es suficiente, ¿no te parece?

      –¿Tres mil dólares no es suficiente por una cita? –repuso ella con incredulidad.

      –No. Lo que creo es que el hecho de que te gusten mi moto y mi apariencia no es suficiente para que pienses que te gustaría tener algo conmigo –le dijo él con sinceridad.

      Igual que él debía recordar que sus hoyuelos, su risa, su acento y su piel perfecta no eran motivos suficientes como para tener una historia con ella. No eran buenos cimientos para una relación.

      Por supuesto, también le gustaban sus piernas, sus besos, sus vivos ojos azules, su pelo y el descaro con el que se había subido a la barra del bar para pujar por él. Además de la generosidad que había demostrado al entregar tres mil dólares a una buena causa.

      Pero tenía que convencerse de que todo eso tampoco era suficiente.

      Pensó que a lo mejor podía conocerla un poco mejor y darse una oportunidad.

      –¿Qué estás haciendo en Portland?

      Ella se retiró de la cara algunos mechones que habían escapado de su cola de caballo.

      –Trabajo como camarera en el bar de Warren –le dijo–. Y estoy buscando alguien como tú. Aunque no te conozco demasiado –añadió–. Por ahora.

      –¿Y por qué estás buscando alguien como yo?

      La expresión de la cara de Marianne hizo que se quedara sin aliento. Ella ni siquiera se movió, pero el aire entre ellos pareció espesarse por momentos, tal era la tensión sexual entre ellos.

      –Estoy buscando una fantasía. Y creo que tú puedes proporcionármela.

      Y con esas palabras, consiguió que su libido entrase en directa lucha con su sentido común y con su naturaleza responsable. Intentaba controlar la peor parte de sí mismo para no dejarse llevar.

      Su miembro viril no era lo único que se había endurecido en su cuerpo. Cada músculo de su ser estaba en tensión. Tenía las manos cerradas en puños para controlarse y no tocarla. Quería hacer realidad la fantasía de Marianne allí mismo y en ese instante, en medio del aparcamiento.

      –¿De СКАЧАТЬ