Название: La libertad del deseo
Автор: Julie Cohen
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: elit
isbn: 9788413751917
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–Sabes que puedes agotar mis existencias de tequila si eso es lo que quieres, pero la verdad es que ha sido una sorpresa verte aquí.
Marianne llenó un vaso de agua mientras pensaba en cuánto debería contarle a su primo.
–Lo tienes todo en Webb –siguió él–. Eres la reina de esa ciudad. Fuiste la mejor alumna del instituto, la reina de la fiesta durante dos años consecutivos…
–Tres.
–Tres. Eres más guapa aún de lo que pensaba. Conseguiste un máster en Duke como tu padre. He oído que tu prometido es muy apuesto y que tienes un excelente puesto de trabajo en Industrias Webb. Tienes toda la ciudad a tus pies. En realidad, todo el estado de Carolina del Sur. ¿Por qué has aparecido aquí en Maine de repente para aprender a hacer margaritas?
Marianne suspiró.
–Estoy harta de ser Marianne Webb.
Hasta tal punto había estado presionada en ese sitio que había llegado a padecer un desorden alimenticio, pero ya lo había superado y no le pareció oportuno decírselo.
–Sólo quiero poder ser anónima, Warren. Quiero ser una camarera anónima en una ciudad que no conozco –le dijo bebiéndose el agua de un trago y dejando el vaso con fuerza sobre la barra.
–Y quiero divertirme. Ya es hora. Quiero hacer cosas por diversión y sin pensar. Quiero soltarme el pelo, salir a bailar y no tener que preocuparme por lo que la gente va a decir de mí al día siguiente. Quiero salir de marcha y no volver hasta que amanezca, después dormir hasta mediodía. Quiero nadar desnuda, conducir deprisa y estar con hombres poco adecuados. Sobre todo esto último.
–Entonces, me imagino que ya has roto el compromiso con Don Perfecto, ¿no?
Marianne rió con amargura.
–Sí, Jason y yo somos historia.
–¿Qué es lo que ha pasado? Pensé que lo vuestro era para siempre.
–A Jason le encantaba que yo fuera una mujer con éxito y que hubiera sido elegida reina de la belleza en varias ocasiones. También le gustaba mucho que mi padre fuera el hombre más rico de la ciudad. Creía que hacíamos muy buena pareja y que tendríamos un montón de niños muy guapos. Pero no me quería. Sólo quería lo que yo representaba en su vida.
Y Marianne quería dejar todo eso atrás.
–Lo siento, cariño –le dijo Warren–. Cuando nos escribíamos por correo electrónico, me parecía que estabas muy segura sobre lo que sentías por él. Pensé que habías encontrado tu media naranja.
Ella negó con la cabeza.
–Pensaba que Jason era el tipo de hombre con el que tenía que casarme, pero no lo quería y él tampoco a mí. Intenté convencerme de lo contrario porque él me parecía perfecto. Romper con él no me ha roto el corazón y no estoy buscando revancha. Lo único que quiero es cambiar de vida.
–Así que la buena de Marianne Webb hizo las maletas hace un par de días y vino para aquí decidida a renacer como persona, como una chica mala.
–Así es.
–Bueno, has elegido la mejor noche. No sé si serán tan malos y rebeldes como los quieres, pero este sitio estará lleno de hombres dentro de hora y media. Hoy tenemos una subasta benéfica de solteros.
–¡Vaya! Creo que será una buena noche –repuso con una sonrisa pícara–. ¿Vas a pujar?
Warren negó con la cabeza.
–No, seguro que todos son heterosexuales. ¡Qué lástima! Pero no me quejo. Dentro de una hora, el bar estará lleno de mujeres pujando para conseguir uno de los solteros. Tu primera noche trabajando en el local será bastante ajetreada. Tú te encargarás de recoger vasos y cosas de las mesas; así te irás haciendo con el sitio, ¿de acuerdo?
–Puedo trabajar tras la barra –protestó ella mientras tomaba la botella de licor de naranja.
–Sé que puedes hacer cualquier cosa, basta con que te lo propongas. Pero, por esta noche, quiero que te encargues simplemente de recoger las mesas. Es mejor empezar poco a poco. No quiero que acabes con todas mis bebidas. Además, puede que veas algún soltero que te interese. ¿Quién sabe?
–¿Qué es lo que consiguen al pujar? ¿La que gana tiene una cita con uno de los hombres?
–Sí, creo que sí. Pero en cuanto pagues por él, el soltero elegido y tú podéis acordar lo que os parezca más adecuado.
El teléfono sonó en la parte de atrás y Warren fue a por él.
Marianne se quedó pensando en lo que acababa de decirle. Creía que le vendría bien, ahora que había decidido ser una chica mala, hacerse con la compañía de un chico malo. Necesitaba un hombre salvaje, inquieto y tremendamente sexy.
Sonrió. Lo cierto era que no sabía si podría identificar a un chico así, nunca había conocido a ninguno. Creía que no lo reconocería aunque lo tuviera delante de sus narices.
Se sirvió un poco de tequila en un vaso y lo levantó.
–Por los chicos malos –dijo antes de beberlo.
–No me puedo creer que haya dejado que me convencieras para participar en una subasta para vender mi cuerpo en el mercado –le dijo Oz.
Se miró en el espejo del salón de Jack. Iba vestido de cuero. La chaqueta era suya y no le parecía demasiado extravagante. Las botas estaban cubiertas de clavos y cadenas. Se imaginó que a algunas personas les iban ese tipo de cosas, por ejemplo a los sadomasoquistas. Pero además llevaba pantalones de cuero negro que ceñían sus piernas y una camiseta con el logotipo de Harley Davidson que le había dejado Jack.
–Creo que los pantalones de cuero son demasiado.
–No, son perfectos –le aseguró Jack–. A las chicas les encanta ese rollo.
–Bueno, supongo que tú eres el experto.
–Hoy en día, sólo soy experto en Kitty. Y ella te diría que tengo razón –le dijo mientras miraba a su amigo–. Pero falta algo, quítate la chaqueta y la camiseta.
Oz negó con la cabeza.
–No, de eso nada. No me he pasado nueve años estudiando en la universidad para después prostituirme desnudo encima de un escenario.
–Relájate –le dijo Jack–. No se trata de que vayas desnudo. Aunque creo que podrías recaudar mucho dinero para la causa si lo hicieras. Sólo quiero que me des la camiseta. Y recuerda que todo esto es para construir el centro de jóvenes. Es por una buena causa. Yo mismo saldría al escenario medio desnudo si no estuviera felizmente casado.
Oz suspiró y se quitó la chaqueta y la camiseta.
–No creo que vaya a funcionar –le dijo dándole la prenda a su amigo–. ¿Quién va a creerse que esto es mi atuendo habitual?
–Nadie. Ya lo sé. Portland СКАЧАТЬ