Название: Illska
Автор: Eiríkur Örn Norddahl
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Sensibles a las Letras
isbn: 9788416537730
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¡Ay, jo, te amo!
***
Agnes no sabía nada de los judíos. Había oído la palabra, pero no la relacionaba con nada específico. En ese momento estaba sentada a la mesa de sus abuelos, en Jurbarkas, mientras los adultos hablaban de judíos en lituano, Žydai. De pronto, ella intentó participar en la conversación, nerviosa y agitada. No se estaba quieta en la silla.
—Sabéis —dijo en su imperfecto lituano—. Sabéis… esto…
Pero los adultos siguieron hablando sin hacerle caso.
—Sabéis… bueno, ¿cuántos se pueden meter…?, esto…
Nadie la escuchaba.
—… esto… ¿cuántos judíos en un Volkswagen?
El silencio se adueñó de la mesa. Kestutis miró a Agnes, que sonreía de oreja a oreja. Por fin había conseguido que le hicieran un poco de caso.
—¿Qué decías? —preguntó Kestutis.
—Dos delante, dos detrás y seis millones en…
***
Este es el mensaje del libro. Nosotros somos el mensaje del libro. Intento llegar al núcleo de ciertas cosas. No olvidemos Hiroshima, Auschwitz, Guernica, Pearl Harbor y Dresde.
Si la segunda guerra mundial nos ha enseñado algo, nos enseñó a olvidar. A olvidar y no olvidar. A no olvidar el olvidar y no olvidar. A no dejar reposar la masa.
***
Agnes nunca terminó el chiste. Henrikas se puso de pie, estiró el brazo por encima de la mesa y la abofeteó con tal fuerza que Agnes se cayó de la silla. Kestutis agarró a su suegro y de pronto, los dos estaban en el suelo, peleando. Agnes chillaba tan fuerte que tenía las sienes hinchadas como pelotas de golf. Luego se fue al bosque corriendo y no regresó hasta después de medianoche. Estuvieron buscándola durante varias horas.
Mucho después, se le ocurrió pensar que, probablemente, sus padres estaban borrachos como cubas, y también sus abuelos, y, sin duda, la conclusión de este chiste tan extemporáneo, que había aprendido en Islandia, en el patio de recreo, habría sido muy distinta si alguien hubiera tenido el buen sentido de prestarle un poco de atención. Mejor, antes de que se pusiera a contar chistes del Holocausto.
Agnes recordó de pronto que nunca había preguntado de qué habían estado hablado. Seguramente, ya nadie se acordaría.
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En 1938, Hitler quiso «unir Alemania». Las fronteras no eran tan nítidas como en otros países, sobre todo en la parte oriental: había alemanes en otros sitios, además de en Alemania. En primer lugar, mencionaremos los Sudetes de Checoslovaquia, Alsacia y Lorena, Schlesvig septentrional, Gdansk y zonas aledañas de Polonia, Steiermark, Tirol del Sur, Prusia Occidental, Alta Silesia, Posen, Eupen-Malmedy, Sarre, toda Austria, la región del Memel (Klaipeda) en Lituania —en realidad, podría continuar hasta mañana, enumerando territorios donde los volksdeutscher eran minoría o mayoría, porque territorios de esos los había hasta en el Bósforo, Georgia y Azerbaiyán—. Y Hitler no mentía tampoco al afirmar que a las minorías alemanas de los países vecinos se las maltrataba. Los alemanes habían recorrido Europa con enorme prepotencia durante la primera guerra mundial y en muchos sitios eran mal vistos o incluso despreciados. Además, los nacionalismos y los fascismos de línea dura no crecían solo en Alemania: en Lituania, los fascistas llevaban en el poder desde 1926.
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En la escuela primaria, Agnes se empapó de todo lo relacionado con la segunda guerra mundial. Y, cuando pensaba que alguien pretendía, aunque fuera remotamente, hacerle daño o incordiarla de cualquier manera, enseguida se ponía a gritarle que no era más que un racista de mierda gilipollas y un lameculos de Hitler, sifilítico y asqueroso.
Agnes era una niña muy malhablada.
A los catorce años la echaron del colegio una semana por grabar una cruz gamada en la puerta del despacho del profesor de alemán. En realidad, el profesor de alemán era principalmente tutor de la clase de sexto, pero también enseñaba la asignatura opcional de alemán de décimo grado. Y cuando Agnes tenía catorce años, eso bastaba.
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Las exigencias de los nazis alemanes, reunir en una Gran Alemania todos los territorios donde hubiera hablantes de alemán, no estaba justificada en todos los casos, porque en muchos sitios vivían también polacos, lituanos, franceses, italianos —y austriacos que pensaban que no tenían nada en común con los alemanes—. Pero esas exigencias tampoco eran totalmente absurdas; las fronteras de los pueblos europeos llevaban tantísimo tiempo avanzando y reculando, que no existía ningún motivo para pensar que, de pronto, pudieran volverse inamovibles; incluso el Estado-nación, la idea del pueblo como unidad natural que debía tener su hogar dentro de unas determinadas fronteras, no tenía ni siglo y medio de antigüedad. Las naciones con las que solían «compararse» los alemanes tenían todas ellas colonias, graneros, Lebensraum.
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Abandonó todas esas cosas en el instituto de bachillerato. Lo que no quiere decir que perdiera el interés por la segunda guerra mundial —lejos de ello—, simplemente dejó de ser tan malhumorada y le entró en la cabeza un poco de raciocinio. En realidad, en la cabeza se le metió mucho raciocinio, y quedó solo a unas décimas de ser la primera de la clase. Pero, lo que aún era más meritorio, dejó de despreciar a la gente y pensar que todos tenían algo que ocultar, dejó de pensar que la amabilidad era solo ostentación, y aunque, desde luego, no se llevaba bien con todo el mundo —nada de eso—, el odio se le fue disipando en cuanto las hormonas sexuales dejaron de ponerla como una moto y acabó la pubertad.
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Los errores tácticos de Hitler no consistieron en ir por el mundo con total prepotencia militar y declarar que era suyo todo lo que le pudiera apetecer. El error de Hitler fue hacerlo en su propio jardín trasero, abusar de blancos civilizados. Franceses e ingleses tenían colonias donde vivían negratas; franceses e ingleses sabían que se podía abusar de los negratas. Los franceses se habían apropiado de la mayor parte del norte, el oeste y el centro de África, desde 1881 hasta la primera guerra mundial, mientras que los ingleses eran dueños de África oriental y de Sudáfrica, sin mencionar India y varios países más pequeños por todas partes del mundo.
Pero a ellos les pareció absolutamente tremendo ver cómo se comportaba Hitler con los polacos. Lo que tan difícil les resultaba comprender a esos simples era que, para Hitler, los eslavos, igual que los judíos, no eran mejores que cualquier tribu de negros, indios o gitanos.
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Sus padres decidieron volver a Lituania en cuanto cayó el comunismo. Por entonces, Agnes solo tenía diez años. Todos los amigos que tenía eran de su escuela, la Hjallaskóli de Kópavogur, y la Hjallaskóli estaba a muchos mundos de distancia de Jurbarkas. Por eso esperaron. Originalmente, la idea era regresar a Lituania cuando Agnes acabara la primaria. Pero ella no quiso irse del país. Kestutis y Dalia no se marcharon hasta 1999, cuando Agnes, hecha ya una mujer adulta, terminó el bachillerato en el instituto de Reikiavik.
Agnes vivía sola. Durante un año estuvo trabajando en un café y divirtiéndose los fines de semana. El СКАЧАТЬ