En busca del elefante. Kyung-ran Jo
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу En busca del elefante - Kyung-ran Jo страница 5

Название: En busca del elefante

Автор: Kyung-ran Jo

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección literatura coreana

isbn: 9786077640240

isbn:

СКАЧАТЬ más violentos y furiosos que de costumbre, como si fueran bestias activas. No trabajaba en el bosque esos días porque percibía una amenaza que se aproximaba lentamente. Aquel día el viento era bastante fuerte, sin embargo no había más remedio que ir a trabajar. Eché a andar la sierra eléctrica y el viento empezó a tomar fuerza. Ya era demasiado tarde cuando se apoderó de mí una corazonada de que los árboles se vengarían. El bosque tiene muy buena memoria, especialmente cuando se quiere desquitar.

      Dejó de hablar de ese pasaje y yo, a mi vez, imaginé lo que le ocurrió. Ese hombre que había vivido trabajando como leñador toda la vida pensaba que nunca más podría salir sin la careta o la gorra, pero, ¿por qué?, ¡ha sido la venganza del bosque! Ésa es una conclusión demasiado terrible. Sin darme cuenta, me temblaban de miedo los hombros, pese a que nunca he tenido la oportunidad de cortar ni un sólo árbol. De verdad tenía mucho miedo. Era probable que hubiera matado, sin darme cuenta, una gardenia o un boj en el patio, o que hubiera acercado una sierra aguda a un material disfrazado de árbol sin saber a ciencia cierta qué era lo que veía.

      Me relató unos cuentos sobre árboles que luchaban jalando de sus respectivas cortezas. Agregó que serían como esposos que no habían vivido felizmente en una vida anterior. Después, sólo sonrió. Creo que quería cambiar de tema. Los árboles que ya sabían de su muerte con anticipación… Empecé a relatarle al antiguo leñador una historia que sucedió la primavera del año anterior.

      —Cada vez que venía la primavera, lo recordaba a él de manera extraña. Era un hombre que tenía tuberculosis. Cada primavera dudaba si viviría aún o si habría muerto hacía ya bastante tiempo. La primavera pasada, de repente, me vinieron ganas de verlo, tanto que no podía aguantarme. Pensaba qué podría hacer para localizarlo, pero luego dejé de pensar en él, porque estaba segura de que, una vez que volviese a verlo, no soportaría vivir sin seguir mirándolo.

      Así fue, Yunsul. No me tenía confianza. Si lo veía de nuevo, me parecía que volvería a ser otra vez yo, queriendo como antes, liberando todo lo que había guardado dentro de mí durante 17 años desde que me separé de él.

      En la primavera de ese año soñé que nos abrazábamos, que sus manos tocaban mis hombros, mi nuca, y mis ojos estaban tan vivos que creía que todo era realidad. Se oía el ruido de los vellos de mi cuerpo erizándose. Cuando sus manos tocaron, por fin, mi pecho, de repente desperté sorprendida. Aunque estaba despierta del sueño, un sudor frío corrió largo rato por mi espalda. Su toque tan vivo y claro en mi cuerpo me parecía que no era un sueño. Me levanté de la cama y miré a mi alrededor, observando todos los rincones de la casa. Creí sentir por mucho tiempo sus manos calientes sobre mí.

      Un poco antes de que nos separáramos, fui a medianoche a su estudio de arte, me quité la ropa y me metí en la bolsa de dormir de la que él acababa de salir. Oí que apagaba la luz. Aspiré una bocanada de aire y esperé a que viniera. Quería hacer el amor con él por primera vez en mi vida, como tú lo hiciste con el joven Byongha. Se oyó el ruido cuando cerró la puerta. No volvió a su estudio en toda la noche.

      Días después de aquel sueño, sentada en el jardín debajo de la magnolia cuyas flores estaban por brotar, murmuré para mis adentros: “Pareciera que él ha muerto”.

      Eso ocurrió el año pasado.

      El leñador me vio de reojo.

      Esta primavera, un año después de lo ocurrido entre él y yo en el sueño, un hombre desconocido, al que no había visto nunca, me informó de su muerte en un lugar extraño.

      ¿Qué significaba? El leñador interrogó con la cabeza.

      Era probable que él mismo hubiera pronosticado su muerte. Él no me amaba. Nuestro final fue de verdad horroroso. Había tirado con violencia al suelo todas las obras que había en el estudio y me ordenó que me marchase. Las figuras quedaron hechas trizas esparcidas por todo el cuarto. Me pareció que si uno de los dos no salía del lugar, alguno quedaría lesionado o ocurriría un accidente aún más grave. Llorando me volví hacia él y le dije que me marcharía, pero que le suplicaba que se tranquilizara.

      Pero, oye, Yunsul, en ese momento no estaba segura de que él no me quisiera. Probablemente temía por su cuerpo enfermo y por su futuro que no podía ver ni imaginar con anticipación, y por la chica Seo Mihyang de 23 años.

      A partir de entonces, igual que antes, seguía visitando la casa del leñador para ofrecerle mis servicios voluntarios. Lavaba el cuerpo de su anciana madre, preparaba los alimentos y, después de terminar el trabajo en su casa, pasaba el tiempo sentada en el pasillo junto con el leñador, y luego volvía a mi casa. Mientras tanto, pasaron casi sin sentir la primavera y el verano; después vino el otoño, como de repente, un día en que las hojas del ginkgo del patio empezaron a teñirse de amarillo. Fui a su casa justamente después de una semana. Cuando iba a regresar a mi casa, después de haber terminado el trabajo, el hijo de la anciana me cogió por el brazo. El hombre, cuya cara estaba cubierta con la careta y la gorra, me preguntó con mucho cuidado si tendría tiempo para él. Los ojos dentro de los párpados arrugados tenían un brillo intenso.

      Cuando iba a sacar la llave del coche, se acercó del lado opuesto al del conductor. Subió y empecé a conducir a toda velocidad. Al pasar por la caseta, le pregunté a dónde íbamos. No me contestó. Las luces cálidas del sol de otoño, pasado el mediodía, penetraban por las ventanas; sentía que mi frente y mi cráneo se ponían cada vez más calientes, como quemados por un fuego. Atravesamos la ciudad de Jeongson y paramos en un recodo que conducía a la entrada de un bosque.

      Sacó de la cajuela una maleta dura, grande y cuadrada, se la echó al hombro y empezó a andar delante de mí. Lo seguía muy de cerca; mientras él andaba con pasos largos, varoniles; conjeturé que me enseñaría cierto árbol, pero ¿por qué?

      A medio bosque detuvo súbitamente sus apresurados pasos. Me le quedé viendo con mirada recelosa. Gruesas gotas de sudor corrían por su frente. Me acerqué a tocar la corteza seca de un árbol que más bien parecía estar cubierto de plastas de lodo. Le pregunté cómo se llamaba ese árbol. Me contestó que era un roble blanco y agregó que hacía mucho que no entraba al bosque. Sí, claro, es comprensible. Difícilmente pudo salvarse de un incendio forestal tan grande. Me parecía que aún no se había recuperado del terror de aquellos tiempos, pues vi con mis propios ojos cómo temblaban sus hombros.

      —Ahora vea bien —dijo el leñador.

      Abrió la maleta. En ella estaban acomodados unos cables negros enrollados fuertemente, una sierra y un hacha de mano envueltas en cuero y otras herramientas cuyos nombres yo no sabía. Y, fíjate, Yunsul, que en ese momento me invadió un miedo que se apoderó repentinamente de mí: miedo a la sombra densa del bosque y a lo que sucedería en adelante. Empezó a clavar en la base del árbol de más de cien años un clavo amarrado al cable. Mientras lo metía en el tronco, me sentí aterrorizada, como si me conectaran a un electrodo de cien voltios, de manera que me sacudía con escalofríos.

      —¿Qué hace? ¿Qué está haciendo ahora? —murmuré, abriendo la boca con dificultad.

      —Tranquilícese. Esto no le hace daño al árbol —dijo el hombre conectando un legajo blanco de papeles al cable extendido, volviéndose hacia mí.

      Sus ojos parecían más tranquilos y calmados que nunca. Respiré profundamente el aire que nos rodeaba. Esperó hasta que me sosegué, y anduvo unos cien metros más, dirigiéndose a un árbol al que empezó a enlazar con el cable eléctrico. Yo lo seguía constantemente, horrorizada por el miedo de ser abandonada en el bosque. Después de conectar el cable entre los árboles separados por una distancia de cien metros, puso la maleta en medio de los dos árboles. Encima de ella empezó a desdoblar los papeles atados al cable СКАЧАТЬ