Deuda de deseo. Caitlin Crews
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Название: Deuda de deseo

Автор: Caitlin Crews

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Bianca

isbn: 9788413752099

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СКАЧАТЬ que, con el acuerdo que acabamos de cerrar, y con la cantidad que he puesto a su nombre en una cuenta bancaria, he saldado nuestra deuda. Y con intereses.

      –No recuerdo haberle pedido ningún reembolso –replicó él–. Ni siquiera esperaba que me diera las gracias.

      Ella respiró hondo.

      –Lo sé, pero he querido hacerlo de todas formas –declaró–. Cuando vuelva a Milán, encontrará mi carta de dimisión.

      Cristiano parpadeó.

      –¿Cómo? ¿Va a dimitir?

      –Ya lo he hecho.

      Julienne se inclinó entonces e hizo lo mismo que había hecho diez años antes: ponerle una mano en el brazo. Pero esta vez, con afecto.

      Con afecto de verdad.

      –¿Puedo pedirle una cosa, señor Cassara?

      –Por supuesto.

      Ella lo miró y dijo, con tono sugerente:

      –¿Me invita a una copa?

      Capítulo 2

      A CRISTIANO Cassara no le gustaban las sorpresas.

      Había organizado su vida con precisión absoluta, intentando evitar cualquier tipo de acontecimiento imprevisto. Odiaba el caos y la confusión; fundamentalmente, porque los había sufrido en exceso durante su infancia, y no reparaba en esfuerzos cuando se trataba de poner orden en su vida y ajustarlo todo a sus requisitos.

      En circunstancias normales, le habría desagradado que Julienne Boucher destruyera ese orden de forma deliberada, por el procedimiento de salirse del compartimento figurado donde la había metido años atrás.

      En circunstancias normales.

      Pero su actitud había movido algo en su interior. Y, de repente, se sorprendió mirándola como si no la conociera de nada, como si no llevara mucho tiempo trabajando para él, como si no fuera la mejor vicepresidenta que había tenido Cassara Corporation, como si estuviera ante la joven que se le había acercado una vez en un bar de Montecarlo, despertando su sentimiento de culpa y su necesidad de redimirse.

      –¿Qué me está ofreciendo exactamente, señorita Boucher? –preguntó él, sin apartar la vista de sus ojos–. Y, sobre todo, ¿por qué me lo está ofreciendo?

      –Hace diez años le ofrecí una cosa, pero no la quiso.

      Julienne no había apartado la mano de su brazo, y Cristiano la miró como si fuera la cabeza de una serpiente venenosa.

      Pero ella no la retiró.

      –¿Está insinuando que, como no quise aceptar su oferta hace diez años, la puedo aceptar ahora? –preguntó con asombro–. No sé qué me parece más ofensivo, si el hecho de que me ofrezca sexo como si creyera que no lo puedo conseguir de otro modo o el hecho de que me crea capaz de aceptar.

      –Yo no he insinuado eso –afirmó ella–. No lo he insinuado en absoluto.

      Julienne lo dijo con toda tranquilidad, dedicándole una mirada tan clara como su expresión. Y él, que seguía sorprendido con su aplomo, se vio obligado a pensar en los encuentros que habían mantenido a lo largo de los años, en una situación bien distinta: en calidad de jefe y empleada, respectivamente.

      Para él, siempre había sido eso, una empleada. Había contemplado su meteórico ascenso hasta la vicepresidencia de Cassara Corporation con el mismo desinterés que habría dedicado a cualquier otro profesional en parecidas circunstancias. Pero, aunque no podía decir que admirara su firmeza, tampoco podía negar que la agradecía; por lo menos, como dueño de la empresa.

      Y ahora, después de haberse reunido con ella en infinidad de ocasiones, descubría que no le tenía miedo. No se sentía intimidada, lo cual era asombroso.

      Verdaderamente asombroso.

      –Siempre me he sentido en deuda con usted –continuó ella–. Y siempre he tenido intención de corresponderle de algún modo. Es lo justo, ¿no cree?

      Julienne apartó finalmente la mano, dejándole una sensación de calor que atravesó la tela del traje que le había hecho su sastre, para perplejidad de Cristiano. Era un traje de lana, pensado para los fríos días de finales de octubre. En principio, no tendría que haber notado nada. Pero tampoco tendría que haber sentido nada y, sin embargo, el contacto de Julienne le había causado una intensa reacción física.

      –Es totalmente innecesario –replicó, tenso.

      –Para usted, sí. Y eso hace que sea aún más necesario para mí.

      Él la volvió a mirar, intentando recordar cuándo había sido la última vez que alguien le había tocado sin invitación ni permiso. No se le ocurrió ningún caso parecido. No desde su infancia, porque ni su propio padre se había atrevido a tanto desde entonces.

      Y, por si eso fuera poco, le había gustado.

      Pero la traición de sus sentidos no se limitaba a ese calor inesperado que aún podía sentir. Cuanto más tiempo pasaba, más consciente era de sus largos y elegantes dedos, de sus minuciosamente cuidadas uñas y del tono de su piel, que le hizo pensar en noches de placer entre las sábanas.

      De repente, Cristiano se acordó de la primera vez que Julienne le había tocado, estando precisamente en ese bar. No había pensado en ello desde entonces, pero eso no impidió que recordara hasta el último detalle, desde las uñas mordidas que tenía en aquella época hasta sus ojos llenos de temor.

      Y, sobre todo, se acordó de lo que le había ofrecido.

      Se acordó y lo desestimó al instante, porque no quería pensar en su cuerpo. Por mucho que le agradara.

      –Cassara Corporation ha sido una familia para mí –declaró Julienne, con una suave intensidad de la que él intentó hacer caso omiso–. Ha sido una familia y también un trabajo, por supuesto. Pero usted fue la persona que me salvó, y la que me ha seguido dando oportunidades. Siempre ha sido mi guía, mi ejemplo a seguir.

      –Espero que sea en sentido profesional –dijo él–, porque no hay ninguna posibilidad de que usted y yo…

      Julienne le volvió a poner la mano en el brazo, y él se volvió a estremecer.

      –No, no me refería a nuestra profesión. Es algo personal –replicó ella–. Si no lo fuera, ¿por qué iba a dimitir? Quería devolverle el favor que me había hecho, y ya he pagado esa deuda. Pero, a lo largo de todos estos años, me he sorprendido muchas veces preguntándome si querría aceptar algún día mi oferta original.

      Cristiano se quedó mudo, y ella sonrió.

      –No a cambio de dinero, claro –prosiguió Julienne–. Ya no estoy en aquellas circunstancias, señor Cassara. Ya no tengo dieciséis años. Soy una mujer adulta, que sabe lo que hace y que, además, ha dejado de ser empleada suya. No me siento presionada de ningún modo. No estoy desesperada. Y, cuando me enteré de que iba a venir a Mónaco, pensé que podía СКАЧАТЬ