Название: Una reunión familiar
Автор: Robyn Carr
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Top Novel
isbn: 9788413751801
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—¿Y cuándo vas a aprender a casarte? —preguntó él—. Creo que fue hace seis meses cuando Connie nos preguntó si daríamos nuestro consentimiento y yo pensé…
—¡Vaya! ¡Qué carcamal! —ella sonrió—. Ya planearemos algo. Oye, Cal está fuera, ¿verdad? Connie tiene la noche libre. Hará frío y lloverá. En casa habrá fuego en la chimenea y sopa. ¿Quieres venir?
—No sé. ¿En este pueblo no hay vida nocturna?
—Sí. En nuestra casa. Chimenea y sopa. Cocina Connie. Es fantástico. Los bomberos son cocineros excelentes. Y, si te portas bien, quizá pongamos una película. O saquemos algún juego de mesa.
Él la miró a los ojos.
—Creo que no voy a tardar mucho en aburrirme.
—¿Vas a venir?
—Sí —dijo él, encogiéndose de hombros.
La sangre es más espesa que el agua.
PROVERBIO ALEMÁN
Capítulo 2
Después del almuerzo, Dakota visitó tres propiedades en alquiler. Todas estaban bien, pero eran un poco grandes para un hombre solo y ninguna le pareció la apropiada. Fijó una cita para el día siguiente con el encargado de otra propiedad y luego fue a ver otras cuatro más. La última estaba en el campo, a dieciséis kilómetros del pueblo. Una cabaña con un porche grande. Estaba situada en una colina y al lado pasaba un arroyo. Había un puente pequeño que cruzaba el arroyo.
—El arroyo baja crecido en primavera y a comienzos del verano —dijo la agente inmobiliaria—. Se construyó como cabaña de vacaciones. Al dueño le gusta pescar. Decía que había buena pesca en ese arroyo.
Dakota entró a verla. Tenía un tamaño decente, probablemente unos ochenta metros cuadrados. Había dos dormitorios, un cuarto de baño de tamaño mediano, una cocina pequeña y una sala de estar con una mesa grande, un sofá y un sillón. No había televisión, pero sí un escritorio.
—¿Se alquila amueblada? —preguntó.
—Sí —repuso la agente—. El propietario ha muerto y los herederos no le prestan mucha atención. Nuestra agencia se encarga de todo. Podemos retirar lo que no quiera y dejar lo que le resulte útil. No hay lavadora ni secadora.
—Odio hacer la colada —dijo Dakota con una sonrisa. Tenía un hermano y una hermana cuyas lavadoras podía usar. Y siempre quedaba la lavandería de pago—. ¿Cuánto cuesta?
—Es cara —contestó ella. Y era cierto, costaba más que las casas más grandes que había visto antes. Era pintoresca. Rústica. Había una chimenea de piedra. Los electrodomésticos parecían bastante nuevos, quizá de un par de años—. Está bastante aislada. El calentador de agua es nuevo, el tejado está en buen estado y todos los electrodomésticos funcionan. Incluso la heladera.
Él no contestó. Caminó por la casa, tocó el sofá de cuero y abrió los armarios de la cocina. Se tumbó en la cama. El colchón no le convenció del todo, quizá habría que cambiarlo. Había ido a Colorado solo con algo de ropa y sus documentos importantes. La cabaña parecía bien provista. Por lo que veía, podía freír un huevo, usar el microondas y secarse después de una ducha. Podía comprarse un grill pequeño y quizá comprar sábanas nuevas, pero en conjunto, como alojamiento no estaba mal. Mejor que algunos lugares en los que había estado con el Ejército.
A continuación salió de nuevo al porche. Y allí, al otro lado del arroyo, vio ciervos. Un macho, un par de hembras y un cervatillo muy joven. Una de las hembras parecía a punto de parir. Miró a su alrededor.
—Aquí hace falta una buena silla.
—No la hay, pero puede comprar una por poco dinero.
—Me la quedo —dijo él.
Había que firmar un contrato de alquiler y la agencia tenía que investigar su historial de crédito para ver su solvencia. Por suerte, sabía que su crédito era excelente, y aunque había estado en el calabozo y le habían hecho un consejo de guerra, al comprar el Jeep había descubierto que su encarcelamiento militar no aparecía en sus registros civiles.
—Avíseme cuando pueda ir a firmar los papeles —dijo—. Ya tiene mi número de móvil.
Se sentía extrañamente eufórico con esa cabaña del bosque. Allí podía sentarse tranquilamente en el porche a mirar la naturaleza, observar la vida salvaje. Suponía que, en la oscuridad de la noche, oiría animales salvajes y por la mañana, pájaros. Estaría ocupado, porque le gustaba estarlo, pero disfrutaría mucho relajándose en aquella cabaña aislada. Le gustaría dormir allí y le gustaría escuchar la lluvia allí.
No había imaginado ese escenario, que iría a Colorado, alquilaría una casa y viviría cerca de su familia. Su familia de verdad. Pensaba que iría de visita, vería cómo estaban, se quedaría quizá algo más que de costumbre y después seguiría su camino. Pero, por otra parte, quizá aquello no fuera tan sorprendente. Había dejado a su familia del Ejército. ¿Adónde más iba a ir? Aunque era independiente, le gustaba tener gente en su vida. Siempre habían sido soldados. Él los cuidaba bien y ellos lo cuidaban a él.
Y algo había cambiado con sus hermanos. O con él. Por primera vez los consideraba amigos, no solo la familia que le había tocado en suerte. Nunca se le había dado bien mantener el contacto y el Ejército le había ofrecido muchas excusas para no hacerlo. Si no le apetecía ir a verlos, podía decir que el Ejército tenía otros planes para él y no podía esquivarlos. En aquel momento, sin embargo, fuera por lo que fuera, quería estar cerca de ellos. ¿Era posible que hubiera madurado por fin?
Fue a almorzar al bar asador y pub del pueblo. La camarera parecía que acabara de entrar de servicio. Se estaba atando el delantal y hablando con otro empleado. Asentía vigorosamente con la cabeza y sonreía. El hombre le puso una mano en el hombro cuando ella terminaba de atarse el delantal. Después ella se lavó las manos y se colocó detrás de la barra.
—¿Qué desea? —preguntó amablemente.
—¿Qué tal una hamburguesa, patatas fritas y una cola?
Ella le pasó la carta.
—Hay siete hamburguesas para elegir. Somos famosos por ellas.
—¿Cuál es su favorita? —preguntó él.
Ella señaló una.
—La Juicy Lucy con beicon, pepinillos y nada de cebolla. El queso va por dentro. Esa es mi predilecta.
—Gracias… —él miró la placa con el nombre de ella—. ¿Sid?
—Sid —confirmó ella—. Diminutivo de Sidney. ¿Y cómo le gusta la hamburguesa?
—En su punto.
—Excelente —ella se acercó a la zona de cobrar a introducir el pedido en el ordenador.
Era la primera vez que Dakota iba a ese pub. Era de madera oscura, con taburetes СКАЧАТЬ