Название: Seducción en África - Deseos del pasado - Peligroso chantaje
Автор: Elizabeth Lane
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Ómnibus Deseo
isbn: 9788413751689
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Sin embargo, en ese momento no podía articular palabra. Debería haber imaginado que Cal no se daría por vencido hasta dar con ella.
Se sacó la llave del bolsillo y la introdujo con manos temblorosas en el candado. Luego retiró la cadena, abrió la puerta y se echó a un lado.
Cal entró y se detuvo frente a ella. Parecía más alto de lo que lo recordaba, y sus ojos grises más fríos bajo el ala del sombrero, por el que chorreaba la lluvia.
Sabía qué quería. Después de dos años aún continuaba buscando respuestas. Y ahora que había dado con ella la bombardearía sin piedad con preguntas sobre la muerte de Nick y el paradero del dinero robado.
El problema era que ella no tenía la respuesta a esas preguntas. ¿Cómo podría convencer a Cal de que lo que le había dicho era la verdad, de que la dejase en paz?
Capítulo Dos
Cal miró el chubasquero de plástico barato y la cara cansada bajo la capucha y notó una repentina tirantez en el pecho. Sí, era Megan, pero no la Megan a la que recordaba.
–Hola, Cal –lo saludó–. Veo que no has cambiado mucho.
–Tú sí –contestó él–. ¿Podríamos ponernos a cubierto de la lluvia?
Ella le señaló hacia atrás con el pulgar, en dirección al bungalow.
–Puedo ofrecerte un café, pero no mucho más. No he tenido tiempo de ir de compras.
–En realidad, tengo un taxi esperando fuera –respondió él–. Iba a invitarte a cenar conmigo en mi hotel.
Ella le miró con unos ojos como platos. Parecía nerviosa, pensó. Claro que tenía mucho que ocultar.
–Es muy amable por tu parte, pero no hay nadie más aquí; tengo que quedarme y…
Cal le puso una mano en el hombro, y ella se estremeció como un cervatillo, pero no se apartó.
–No pasa nada, he hablado con el doctor Musa por teléfono. No le importa que te tomes un par de horas libres. De hecho, me ha dicho que no te vendría mal una buena cena. Me ha dicho que iba a mandar a su sirviente para que se quede al cargo mientras estés fuera.
–Bueno –titubeó ella–, entonces iré un momento a lavarme un poco y a cambiarme. Ahora ya no me lleva tanto tiempo –añadió con una risa forzada.
–Bien, voy a abrir para que pueda entrar el taxi.
Minutos después, mientras esperaba en el porche del bungalow, llegó Benjamin, el joven sirviente del doctor Musa, y justo en ese momento salió Megan, vestida con una blusa blanca, unos pantalones color caqui y una cazadora gris oscura.
Saludó a Benjamin con una sonrisa y le dio algunas indicaciones antes de volverse hacia él para decirle que ya podían irse.
Cal se levantó un lado de la gabardina para guarecer a Megan de la lluvia mientras subía al coche.
–¿Cuándo has llegado? –le preguntó ella cuando el taxi se puso en marcha.
–Hace un par de horas. Fui al hotel a dejar las maletas, me aseé un poco, llamé al doctor Musa y fui a buscarte.
–¿Y a qué has venido? ¿Ha ocurrido algo?
Él se rio con ironía.
–No que yo sepa. Podría decir que estoy de paso, pero dudo que me creyeses, ¿me equivoco?
Había escepticismo en los ojos pardos de Megan.
–No, no te creería –una media sonrisa asomó a sus carnosos labios, que parecían estar pidiendo un beso.
Aunque nunca le había caído bien, siempre le había parecido muy atractiva.
–Te conozco bien, Cal, si has venido en busca de respuestas, haberte ahorrado el viaje. No tengo la menor idea de dónde puede estar ese dinero. Supongo que Nick se lo gastaría, y supongo que por haber estado casada con él, eso me hace culpable a mí también, pero si crees que lo tengo debajo del colchón, o que lo tengo en una cuenta bancaria en Dubái, lo siento, pero te equivocas.
Típico de ella ser tan directa. En eso al menos no había cambiado, pensó Cal.
–¿Por qué no dejamos aparcado ese tema por el momento? Me interesa más saber por qué te fuiste, y qué has estado haciendo estos dos años.
–Ya lo imagino –un brillo le relumbró en los ojos a Megan antes de que apartara la vista–. Bueno, por el precio de un buen filete, supongo que se me ocurrirá alguna historia que contarte, entretenida cuanto menos.
–Sé que no me decepcionarás –dijo Cal en un tono lo más neutral posible.
Tenía que estudiar con detenimiento a aquella nueva Megan antes de trazar un plan de ataque. Aunque tras sus palabras se adivinaba a la mujer de hierro de antaño, parecía tan frágil que tenía la sensación de que a la más mínima presión se derrumbaría.
Sabía que la habían enviado allí para que descansara y se restableciera. Los documentos que le había entregado el detective no explicaban por qué, pero el doctor Musa le había expresado su preocupación por su salud y su estado mental cuando habían hablado por teléfono.
Sin saber por qué, se acordó en ese momento del perfume que Megan solía llevar. Tenía un nombre francés que no conseguía recordar, pero siempre lo había excitado. Parecía que ya no llevaba perfume, pero tenerla tan cerca dentro del taxi estaba teniendo en él el mismo efecto.
Siempre y cuando el fin justificara los medios, no veía por qué no podía intentar seducirla mientras estuviese allí. Además, en la cama tal vez podría hacer que se le soltara la lengua, y si no, al menos, satisfaría aquel oscuro deseo largo tiempo reprimido.
Megan no había pasado mucho tiempo fuera de la clínica desde su llegada a Tanzania, y no conocía aún el hotel Hatari, construido en el siglo XIX y recientemente reformado. El inmenso vestíbulo estaba decorado en tonos crema y marrón, con sillones orejeros, sofás de cuero, y había un bar y un restaurante que ofrecía un menú de platos internacionales.
Cal le tomó por el codo y la condujo a la entrada del restaurante. Megan era de una estatura media, pero se sentía pequeña a su lado, que debía medir por lo menos un metro noventa, y era ancho de hombros y atlético.
No le sorprendía que la hubiese encontrado. Cuando se le metía algo en la cabeza, Cal Jeffords tenía la fiera determinación de un pitbull. Y había hecho un viaje demasiado largo como para marcharse sin conseguir algo que hiciese que hubiese merecido la pena.
Lo que le había dicho del dinero era la verdad, pero no la creía. Para él era culpable porque su firma figuraba en los cheques de las donaciones que había endosado y le había dado a Nick para que los depositara en el banco.
Cuando se sentaron a la mesa a la que los llevó el camarero, dejó que Cal pidiera, y escogió lo mismo para los dos: un solomillo de ternera con champiñones, verduras salteadas y una botella de merlot para acompañar.
Megan СКАЧАТЬ