Seducción en África - Deseos del pasado - Peligroso chantaje. Elizabeth Lane
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Название: Seducción en África - Deseos del pasado - Peligroso chantaje

Автор: Elizabeth Lane

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Ómnibus Deseo

isbn: 9788413751689

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СКАЧАТЬ la blusa y quedó al descubierto el sujetador, negro y de encaje. Cal reprimió un gemido cuando su miembro se levantó.

      Se moría por acabar de quitarle la ropa, llevarla a la cama y hundirse en su interior, pero dejarse llevar por las prisas podía arruinarlo todo. Si quería hacerla suya, tenía que ser paciente y dejar que ella marcase el ritmo. Eso si era capaz de controlarse.

      Cal tenía la camisa a medio desabrochar. Repitiéndose que no tenía por qué estar nerviosa, Megan le desabrochó el resto de los botones, hasta la cinturilla de los pantalones. Había estado casada cinco años; la desnudez y el sexo no eran nada nuevo para ella. Además, deseaba aquello, lo necesitaba. ¿Por qué entonces el corazón le martilleaba contra las costillas de aquella manera?

      El chorro de la alcachofa arrastró el barro de la ropa, tiñendo de marrón el agua que caía al plato de la ducha antes de que se fuera por el desagüe. A Megan le recorrió un escalofrío de excitación cuando Cal le bajó la blusa por los hombros, la deslizó por sus brazos y la arrojó fuera de la ducha.

      –Mírame, Megan –le dijo con esa voz aterciopelada, tomándola por la barbilla con el pulgar.

      En sus ojos, que siempre le habían parecido fríos, ardían las llamas del deseo. Megan le puso una mano en la mejilla.

      –Bésame, Cal –susurró.

      Cal inclinó la cabeza y le rozó suavemente los labios. Aquel leve contacto hizo que una ráfaga de calor la invadiera, haciéndola aún más consciente de hasta qué punto lo necesitaba. Cuando los labios de Cal tomaron los suyos respondió al beso, y él la atrajo hacia sí. Su boca abandonó la de ella unos instantes para desviarse hacia la mejilla, el lóbulo de la oreja, el cuello… y después volvió a asaltar sus labios.

      Cal le quitó el sujetador y lo arrojó al suelo, y luego hizo lo mismo con sus pantalones y las braguitas. Finalmente estaba desnuda en sus brazos. Se sentía algo avergonzada porque estaba muy delgada, pero a él no pareció importarle.

      Cal tomó una pastilla de jabón, la frotó entre sus manos para hacer espuma y comenzó a enjabonarla, empezando por los hombros y bajando por la espalda. La tensión fue abandonando su cuerpo, y exhaló un suspiro. Cerró los ojos, y casi ronroneó de placer cuando las palmas de las grandes manos de Cal se cerraron sobre sus nalgas. La atrajo hacia él, apretando sus caderas contra las de él y, a través de los pantalones mojados de Cal, Megan notó su miembro erecto.

      Un recuerdo difuso cruzó por su mente, avivando los rescoldos que dormían en su interior. Megan se forzó a bloquear el miedo. Quería que Cal le hiciese el amor, quería creer que podía curarse, lo deseaba.

      Cal volvió a inclinar la cabeza para tomar sus labios y la besó con ternura y sensualidad.

      –Quiero acariciarte todo el cuerpo –le susurró, girándola para colocarla de espaldas a él.

      Sus manos jabonosas se deslizaron por los senos, acariciándolos, sopesándolos, frotándole los pezones con los pulgares hasta arrancarle un gemido de la garganta.

      –Eres tan preciosa…

      Una de las manos de Cal permaneció en su pecho, pero la otra se deslizó hacia su vientre y acarició el triángulo de vello entre sus muslos. Megan quería sentir el calor líquido que le provocarían sus dedos al adentrarse entre sus pliegues, pero cuando se movieron un escalofrío la recorrió, y cuando empezó a tensarse supo que estaba perdiendo la batalla contra sus miedos.

      Quizá estaban yendo demasiado deprisa, pensó. Tal vez si fueran más despacio… Se volvió hacia él.

      –Tú también necesitas enjabonarte –le dijo forzando una sonrisa–. Deja que te lave la espalda.

      Ignorando la expresión ligeramente perpleja de Cal, lo hizo girarse, le quitó la camisa y la arrojó fuera de la ducha.

      Tenía una espalda magníficamente esculpida, ancha, bronceada y musculosa. Megan se deleitó con el tacto de su piel, deslizando sus manos jabonosas desde los hombros hacia abajo. Poco a poco su temor fue disminuyendo. Si iban a hacerlo, se dijo, lo único que tenía que hacer era relajarse y dejar que la naturaleza hiciese el resto.

      Megan alargó las manos hacia la cinturilla de sus pantalones, pero vaciló. Cal se rio, se bajó la cremallera y luego los pantalones junto con los calzoncillos para arrojarlos fuera de la ducha con el resto de la ropa.

      –No pares ahora –le dijo–. Estoy disfrutando con esto.

      Haciendo caso omiso al nerviosismo que sentía, Megan le enjabonó los prietos glúteos. Tenía un cuerpo perfecto, sin un gramo de grasa y perfectamente proporcionado. Cualquier mujer estaría encantada de irse a la cama con él. Sus manos acariciaron cada contorno, y pronto notó que la respiración de Cal se volvía entrecortada por la excitación.

      A ella se le había disparado el pulso, pero no estaba segura de si era de deseo, o por aquel terror incomprensible que sentía desde aquella trágica noche en Darfur.

      Cal se aclaró la garganta.

      –Creo que ya tengo la espalda más que limpia. Si quieres lavarme el resto del cuerpo, soy todo tuyo. Sino, no tienes más que decírmelo, cerraré el grifo, e iré a por unas toallas. Estoy deseando secarte.

      Megan bajó la vista a sus manos. El corazón le dio un vuelco al imaginar la erección de Cal entre sus manos, brillante como mármol húmedo. Sabía lo que Cal quería, y ella también lo deseaba, pero aquel terror sin nombre estaba volviendo a alzarse en su interior, paralizándola.

      –Megan, ¿qué ocurre? –inquirió él, mirándola preocupado, antes de cerrar el grifo.

      Ella había empezado a temblar. Se rodeó el cuerpo con los brazos. Llorar tal vez podría ayudarla, pero no había derramado una sola lágrima desde aquella espantosa noche.

      –Lo siento –dijo con un nudo en la garganta–. Pensé que podía hacer esto, Cal, pero no puedo. Hay algo dentro de mí que no está bien, algo que no puedo controlar –bajó la vista al desagüe, deseando poder desaparecer por él, como el agua.

      –Te enfriarás si seguimos aquí dentro –dijo Cal.

      Salió de la ducha y tomó uno de los dos albornoces blancos que había colgados detrás de la puerta. Su dulzura enmascaró su comprensible frustración cuando se lo echó sobre los hombros. Megan metió los brazos en las mangas y anudó el cinturón. Poco a poco los latidos de su corazón iban calmándose, y para cuando se obligó a mirarlo, él ya se había puesto el otro albornoz.

      –Esperaba que esto no pasase –murmuró Megan–, pero debería haber imaginado que pasaría. Me siento como una tonta.

      –Agradezco tu sinceridad –le dijo él–. No querría hacer el amor con una mujer que no estuviese disfrutando.

      –¿Ni siquiera si ella quisiese disfrutar? –inquirió Megan–. ¿Crees que quiero estar así, que me entre pavor cuando intento tener relaciones íntimas? Lo único que quiero es volver a ser una mujer normal. Por eso decidí intentarlo. Pero no ha funcionado. Ni siquiera contigo.

      «Ni siquiera contigo…». Ya era demasiado tarde; aquellas palabras habían abandonado sus labios. El sutil cambio en la expresión de Cal le dijo lo que había interpretado al oírlas. No era simplemente un hombre más para ella; era un hombre que significaba algo.

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