Название: Hielo y ardor - Una novia por otra
Автор: Kate Walker
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Omnibus Bianca
isbn: 9788413751597
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Aunque, en esos momentos, a Seb sólo le interesaba la tranquilidad.
La visita a su ático un rato antes, había terminado de convencerlo de que había hecho lo correcto. Los platos sin fregar. Los teléfonos móviles sonando y sus hermanas riendo. Todas habían ido a abrazarlo.
Se había preparado para ello.
Pero se había olvidado de la música, la televisión, los gritos. Y los olores. Los acondicionadores de pelo dulzones, las lacas, los geles y los miles de perfumes.
Su ático olía como un burdel.
Unos minutos allí lo habían convencido de que había tomado la decisión correcta.
Sus hermanas habían parecido disgustarse, pero él había conseguido zafarse de ellas y había ido a su habitación a hacer las maletas.
Había recogido lo que pensaba que podía necesitar, o lo que no quería que le rompiesen, como el antiguo violín que había pertenecido a su abuelo, y se había despedido de ellas.
–Volveré el domingo para llevaros a cenar –les había prometido.
Antes de marcharse, Jenna le había pedido dinero para pagar unas pizzas para la cena.
–¿Seguro que no quieres quedarte? –le había preguntado, sin devolverle el cambio.
–No.
Pero en ese momento, de camino a la casa flotante, deseó haberse quedado a tomar al menos un trozo de pizza.
No importaba. Se prepararía algo cuando se hubiese instalado, y hubiese conocido al inquilino de Frank. Si tenía alquilada una habitación en una casa flotante, se alegraría mucho cuando le propusiese que se trasladase a su estudio gratis. Y tal vez cuando quisiese vender la casa flotante, él ya habría obtenido el préstamo y podría comprársela.
Subió a bordo y empezó a silbar mientras abría la puerta.
–Hogar, dulce hogar –murmuró.
Abrió la puerta y entró en el pequeño recibidor, en el que había una escalera que daba al segundo piso a un lado, y estanterías y una puerta al otro. Al frente, al fondo del pasillo, había una ventana por la que entraba el sol. Eso, y la música, hicieron que se acercase.
Era un minué de Bach, ligero y cadencioso, rítmico, ordenado, nada que ver con el estruendo que había dejado en su ático.
Sintió que desaparecía la tensión de sus hombros. Se había preguntado cómo iba a convencer al inquilino de Frank de que se marchase. La música de Bach lo tranquilizó. Tenía que ser una persona sensata.
Llegó al final del pasillo y entró en el salón. Se quedó inmóvil al ver una jaula con dos conejos en una de las ventanas. También había un acuario en la barra que separaba la zona de la cocina del resto de la habitación. Había tres gatitos en el suelo, uno de ellos intentando subirse a una caja de cartón que les impedía atravesar la puerta.
Pero lo que más le sorprendió fue ver un par de largas y femeninas piernas subidas a una escalera en la terraza.
–¿Ya has vuelto? –preguntó la mujer que, al parecer, había oído la puerta–. Es demasiado pronto. Márchate y vuelve dentro de media hora.
Seb no se movió. Siguió mirando las piernas. Y sintió interés e irritación al mismo tiempo.
¿El inquilino era una mujer? ¿Y Frank no se había molestado en decírselo?
Bueno, tal vez para él no fuese importante.
–¿Cody? –llamó la mujer–. ¿Me has oído? Te he dicho que te marches.
Seb se aclaró la garganta.
–No soy Cody –contestó, más tranquilo al ver que no le temblaba la voz, sin dejar de mirar las piernas.
–¿No…?
La mujer bajó un par de peldaños y se agachó para asomar la cabeza.
Seb se quedó de piedra.
¿Neely Robson?
Imposible. Cerró los ojos y los volvió a abrir. Era Neely Robson.
Se miraron el uno al otro.
Y entonces, casi a cámara lenta, ella se incorporó y Seb dejó de ver su rostro. Por un instante, creyó que se lo había imaginado.
Entonces la vio bajar de la escalera y acercarse a la puerta, con una brocha en la mano.
–Señor Savas –dijo de manera educada, con voz un tanto ronca y provocativa.
Seb se preguntó si a Max también lo llamaría señor Grosvenor.
–Señorita Robson –respondió él en tono cortante.
–Lo siento. No esperaba… Pensé que era Cody con Harm –comentó. Estaba ruborizada.
Seb sacudió la cabeza, sin saber de lo que le estaba hablando.
–Mi perro. Harmony. Así se llama. El chico que vive al otro lado del muelle se lo ha llevado a dar un paseo. Pensé que ya estaban de vuelta y todavía no he terminado de pintar.
Era la primera vez que Seb oía balbucear a Neely Robson y, en otras circunstancias, le habría parecido divertido.
–No importa –añadió ella–. Ha venido a buscar a Frank.
–No.
–¿No? Entonces… ¿Por qué…? –lo miró a los ojos, luego bajó la mirada y vio las maletas. Frunció el ceño.
A Seb le hubiese gustado haber podido disfrutar más del momento, haber estado más preparado. Y mucho menos sorprendido que ella.
No importaba. Lo hecho, hecho estaba. Y Neely Robson pronto se marcharía de allí.
–Siento decepcionarla, señorita Robson. Ya he visto a Frank. Ahora, he venido a quedarme.
–¿Qué?
La vio palidecer y le gustó. Sonrió.
–Si es usted la inquilina, señorita Robson, tiene un casero nuevo. Yo.
Nelly observó desolada al hombre que estaba en su salón. Ya era horrible tenerlo allí, pero que fuese su nuevo casero, era imposible.
–Perdone, ¿qué ha dicho?
–Que he comprado esta casa.
Neely sintió que le temblaban las rodillas. Se apoyó en el marco de la puerta para no caerse.
–No.
–Sí –replicó él sonriendo. O haciendo una mueca–. Esta casa flotante –aclaró, por si СКАЧАТЬ