Hans Blaer: elle. Eiríkur Örn Norddahl
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Название: Hans Blaer: elle

Автор: Eiríkur Örn Norddahl

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Sensibles a las Letras

isbn: 9788416537648

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СКАЧАТЬ un rato sacó el móvil del bolsillo y lo puso en el mostrador, delante de elle. Estaba aún en modo silencioso, pero en la pantalla aparecía un nombre conocido. Karolína.

      Karó era su lacaya, su ayudante, la productora y directora gerente. Si Hans Blær estuviera colgade en un precipicio y quisiera que le rescataran, la llamaría a ella. Si Hans Blær se cayera de un avión y quisiera que le agarraran, ella le recogería entre sus brazos. Si Hans Blær estuviera en un concurso televisivo y tuviera que «llamar a un amigo», la llamaría a ella. Si Hans Blær tuviera tal diarrea que no le quedaran ni ganas de limpiarse el culo, le daría a ella el rollo de papel. Etcétera. Ya entendéis.

      Lo menos que podía hacer por una persona así era responder cuando llamaba por teléfono.

      * * *

      No hay novedad en la gran tormenta. Poco a poco se va acumulando la nieve contra las paredes de la casa más allá de las rotondas de Mosfellsbær y la oscuridad otoñal del exterior se vuelve más negra y más infinita, más duradera. De cuando en cuando gotea el techo y la gota acaba en el borde de la mesa o en el suelo, pero elle no hace caso de la gotera y aún no ha llegado al punto de tener que ir a buscar un cubo. Deja el lápiz, vuelve a cogerlo, se lo mete entre los labios y sopla como si fuera una flauta.

      —Hans Blær —escribe elle entonces, pues eso dijo al teléfono cuando llamó Karó (es una costumbre de los tiempos en que todos tenían teléfono fijo), y al momento se dio cuenta de lo ronco que estaba esa mañana—. Eres madrugadora —dijo elle—, con lo mal que nos sienta. —Su mente es un sendero tortuoso en movimiento constante, le duele la memoria. Es por la mañana otra vez. Rebobinada. Somos siempre personajes nuevos.

      —Cariño —Karó siempre llamaba cariño a Hans Blær—. Tienes que escapar. Enseguida.

      —¿Escapar? ¿De dónde?

      —De tu casa. Según mis fuentes, la policía piensa ir a buscarte al alba y…

      —¿La policía? ¿Tengo que inquietarme por ellos?

      —¿Sabes lo que ha pasado?

      —Sí, más o menos, sí, sí, a grandes rasgos.

      —… y además están los hermanos de la chica.

      —¿De Margrét? ¿Qué pasa con sus hermanos?

      —Uno de ellos es Flosi el Cabrón.

      —¿Flosi el del Propofol? ¿El de la motocicleta?

      —El motero.

      —¿No es lo mismo?

      —Flosi el Cabrón no tiene ningún interés por las motos.

      —¿Sino?

      —Por romperle las rodillas a la gente y darles a comer sus excrementos.

      —Lo sé. Pero ¿a mí?

      —Según fuentes fiables.

      —¿Qué quieres que haga?

      —Quiero que te vayas. Enseguida. Puedes venir aquí, si quieres.

      —No me apetece nada escapar a Árbær.

      —¿Por qué no?

      —En Árbær no hay más que plebeyos. Y porque es plena noche y eso está muy lejos y el coche está en el taller y simplemente porque no me apetece. ¿Te vale con eso?

      —Pues tienes que irte como sea. Estás en el censo, no costará nada averiguar dónde vives.

      —Y dónde vives tú, ¿eso no?

      —Yo sigo empadronada en Skólavörðustígur.

      —Me marcharé. Me compraré un billete para Copenhague y adiós muy buenas.

      —No puedes salir del país. La policía hará que te extraditen si consigues llegar a algún sitio.

      —Vaya. Entonces iré a algún otro sitio. A Borgarnes. No sé.

      —¿Árbær es más plebeyo que Borgarnes?

      —Iré… —dijo elle, pero no pudo seguir porque justo en ese momento sonaron patadas en la puerta de entrada, abajo. Fuera estaba todo aún tan callado que Hans Blær oyó desde dos pisos más arriba los crujidos al estallar el marco de madera de la puerta. Se le cayó el móvil en el parqué negro, se apagó, maldijo (más aún, se quedó aturdide) y salió corriendo hacia la puerta para mirar el videoteléfono del portal. Estaba claro que la puerta aún no estaba del todo rota, porque en las escaleras de fuera había dos tipos enormes, uno bastante más grande que el otro, que arremetían contra la puerta como si hubiera sido ella quien dañó a su hermana.

      Hans Blær dejó enseguida de maldecir, se metió el móvil en el bolsillo de la bata, entró en el dormitorio y arrambló con las prendas de ropa que encontró más a mano, descolgó el portátil del gancho de la puerta, corrió descalce por el parqué otra vez hacia la puerta, donde se calzó a toda prisa unos zuecos Birkenstock, y salió al pasillo a todo correr. Su apartamento estaba en el segundo piso de un bloque, y lo primero que se le ocurrió fue despertar a algún vecino, pero luego pensó que las puertas de los demás no supondrían un obstáculo más fuerte que la suya propia, y no le resultaba apetecible morir en los brazos de ninguna de las personas que vivían allí —ni de la vieja de enfrente, la de los gatos, ni de los inquilinos Airbnb holandeses ni de Gunnar, el auditor, el del piso de abajo—. En bata, sin maquillar, con un nudo en la garganta. Si vas a hacer que te maten a golpes, lo mínimo es plantarse como un hombre, no acurrucade y con un jubilado cagado de miedo administrándote los primeros auxilios.

      Hans Blær bajó corriendo los cinco escalones, pasó sin ser viste por delante de la puerta exterior del bloque que Flosi el Cabrón y su hermano estaban intentando arrancar de raíz, bajó al sótano, abrió la puerta del lavadero y esperó. Fue justo a tiempo, porque los gigantes entraron un momento después, subieron las escaleras a todo correr y empezaron a armar estrépito en la puerta del apartamento por el mismo procedimiento anterior, antes de que elle consiguiera salir a la calle. «¡Hans Blær Viggósbur, vas a morir!». Y fue entonces cuando se acordó del chico.

      Viktor.

      Maldita sea.

       Hans Blær Viggósbur

      Señoras y señores oyentes de Lollari, os doy las gracias desde lo más profundo de mi corazón por poneros en contacto conmigo, pero los relatos desmedidos sobre mi derrota, mi ruina, mi muerte, mi deshonra y el incendio de mis propiedades son exagerados: Vivo, pataleo y me meneo, aunque los medios de comunicación me achaquen culpas imaginarias y yo permita a los psicólogos (lol) que inventen cataclismos con su afamada inspiración.

      No ha pasado ni una noche entera desde que la policía llamó a la puerta de Samastaður, ni media hora desde que me vi obligade a huir, y las historias que por gracia de los dioses he podido leer sobre mí misme en los medios que se autodenominan «tradicionales» o incluso «críticos» (je je) deben de contarse por docenas. Ciertamente es divertido leerlas, igual que es divertido mirar un insecto que se ha quedado patas arriba y patea con la esperanza СКАЧАТЬ