Название: Factbook. El libro de los hechos
Автор: Diego Sánchez Aguilar
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Candaya Narrativa
isbn: 9788415934745
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Pero no es de eso de lo que quería hablar. Quiero decir que, si hay que hablar de mi alma, de la relación entre mi alma y la marihuana, o el hachís, el THC, en definitiva, lo importante no eran esas risas. Porque, si hay que hablar de la verdad de la marihuana, hay que hablar del silencio y no de las risas; de la soledad, y no de amigos cuyos rostros ya no soy capaz de recomponer. El ritual era siempre el mismo: yo en una habitación, la marihuana y la música. Y da igual el paso del tiempo, no importa que fuera mi habitación adolescente de Ávila o mi habitación del piso de estudiantes de Malasaña, o el piso de Rosa, o el apartamento que acabo de dejar atrás para siempre; y daba igual que sonara Pearl Jam o Jimmy Hendrix, la Velvet, Bowie, Joy Division o Godspeed you black emperor o Radiohead, daba igual, porque de lo que se trataba era de entrar en ese reino donde la música sonaba en lugares de mí mismo donde no podía sonar sin la ayuda de la marihuana, y era ahí, en ese reino, donde yo, esta voz, por fin desaparecía. Y cuando estaba así, perdido en los surcos abstractos y profundos que la droga abría en aquellos discos, siempre tenía mis visiones artísticas, porque yo era un genio, eso lo decía todo el mundo. Y la mayoría de las veces esas visiones eran grandiosas películas en las que podía resumir el sentido del tiempo y del universo todo; películas que nunca rodaría en las que el mundo en su totalidad y en su particularidad aparecía retratado de una forma magistral y única; y había leído Esculpir en el tiempo de Tarkovski unas doce veces y pensaba que yo era el agnóstico sucesor del ruso y que, antes o después, seguramente después, porque no había prisa, el mundo se daría cuenta de mi inmenso talento; y realmente no había ninguna prisa porque las visiones estaban ahí, yo las tenía, y eso ya me bastaba para sentirme satisfecho: podía vivir horas dentro de esa nube de autocomplacencia en una visión artística completamente vacía e inexistente que solo servía para decirme a mí mismo que era alguien con talento. Porque esa sensación de poseer todo que aparece cuando no tienes que intentar hacer nada, esa pureza en la que, sin crear nada, alcanzabas las inefables cimas de creación increada, eran una droga también y, aunque nunca rechazaba una fiesta ni una reunión social, en las que podía tomar otro tipo de sustancias, en realidad yo estaba siempre deseando llegar a mi casa y encerrarme en ese silencio musical donde flotaban las imágenes que yo pensaba que eran mi arte y que no eran más que un refugio donde me regodeaba en mi talento, donde disfrutaba de esos éxtasis artísticos inanes, estériles, que solían desembocar al final, cuando desaparecía el efecto de la marihuana, en una sensación de vacío inmensa. Y el vacío no era porque hubiera desaparecido el efecto de la droga, ni porque la música de repente empezara a sonar vulgar, plana; era un vacío porque era yo el que había vuelto, porque era mi mundo real, sin talento, sin arte alguno, el que había vuelto.
Y, por eso, decía que no tiene mucho sentido recordar esas escenas costumbristas de Ávila y aquellos amigos. Y creo que, si ahora me he acordado de eso, tiene que ser por un rollo nostálgico que seguramente será un mecanismo de defensa, un instinto de supervivencia antes de que El Proceso termine con mi cadáver congelado. Y me pregunto también si todos mis compañeros, las otras trece personas que han cenado conmigo hace un rato, están, como yo ahora, escribiendo cosas de su pasado, recibiendo de repente recuerdos que creían perdidos para siempre. Porque todo eso que he contado no es más que pura y miserable nostalgia, y nada tiene que ver con mi alma, ni con nada que pueda explicar cómo soy, cómo he sido. Nada que pueda tener sentido leer en el caso de que realmente esto funcione y yo pueda volver a ver estas páginas dentro de muchos años.
6
–El caso de Factbook es mucho más complejo, desde luego.
–Sí, funcionaba así, más o menos. Pero era una red social rudimentaria, anticuada. Por ejemplo: no servía para ligar, ni para compartir aficiones, ni para presumir de cuerpo, de novia, de vida, de ropa, no sé, todas esas cosas para las que la gente usa su Facebook o su Instagram. Quiero decir, joder, que ni siquiera se podían subir fotos, imágenes, vídeos. Nada. Solamente se podía poner texto.
–Sí, perdone. Han sido muchos meses de trabajo con Factbook, una cantidad incontable de horas de lectura de esos mensajes. Noches de insomnio llenas de teorías absurdas. Trabajo más allá del trabajo. Un infierno.
–Pues no, la verdad es que todavía no sé exactamente para qué servía. Ahí está la cuestión. Quiero decir que, en realidad, para la gente que tiene mi edad, para los que crecimos sin internet y hemos visto aparecer y proliferar las redes sociales, entender СКАЧАТЬ