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y cine y arte y fiestas, fiestas continuamente, en casas, en bares, en todas partes, fiestas donde todos nos conocíamos, donde todos tenían un grupo de rock, donde todos eran pintores y escultores y todos hacían cortometrajes, donde todos nosotros hacíamos muchas cosas que la mayoría no hacíamos en absoluto, porque solo eran proyectos que nos contábamos sin acabar las frases, nadie nunca acababa una frase, porque siempre se decía un nombre que lo resumía todo, y uno decía Devo, y asentíamos, y otro decía Genet, y asentíamos, y nos hacíamos un porro o nos metíamos una raya para celebrar nuestros futuros proyectos que, como las frases, tampoco era necesario terminar, porque bastaba con pensarlos y con hablar de ellos en frases también inacabadas, y había muchos genios en esas fiestas que tenían lugar en un país que era y no era España, que era España por encima de nuestras cabezas drogadas e inconscientes, que era España como una maqueta dentro de la que vivíamos sin saberlo. Y ya no era yo el único genio en esas fiestas porque todos éramos genios, y todavía no existía Internet, o no existía de verdad, quiero decir, que no existían todavía las redes sociales, es decir, que no existía Facebook, pero era como si todos habitáramos ya ese país sin territorio de Facebook, porque nuestras conversaciones eran como megustas, nuestras conversaciones no eran sino compartir cosas que habíamos visto, leído, escuchado, y nada existía de verdad, tampoco nosotros existíamos, o no existía yo, que al final siempre acababa encerrado en mi habitación para mi ritual del porro solitario y mis recortes y mis miniaturas en las que iba creando un mundo que tampoco existía pero que, al menos, me dejaba los dedos secos y cristalinos de pegamento, como si ese residuo sobre mi piel intentara decirme algo sobre la vida que llevaba, sobre lo que es real y lo que no, ese pegamento que nunca se veía en los vídeos que luego ponía a mis amigos, que los celebraban con su gangosa voz de fumados; aquellos vídeos hipnóticos de imágenes de las maquetas, de lentos y absurdos movimientos de stop motion que retrataban nada, es decir, que contaban mi historia de entonces, es decir, que eran un perfecto retrato de ese país que habitábamos, que yo habitaba, y que no era desde luego España, porque no tendría ningún sentido vivir en España, solo podía estar viviendo en un lugar internacional, vacío, y creo que por eso tuvo que nacer Internet y por eso tuvo que nacer Facebook, porque había demasiada gente como yo, que ya no vivía en ningún sitio, y Facebook fue nuestra tierra prometida, el lugar que todos estábamos esperando sin saberlo.
Y también este lugar, este hotel abandonado y clandestinamente ocupado por una empresa llamada ICE (Investigation on Cryogenesis and Eternity) podría muy bien llenar sus habitaciones con toda aquella gente, quiero decir que, en cierto modo, este lugar puede ser una consecuencia lógica de todo aquello, y que me gustaría pasar por los pasillos, despertar al resto de compañeros, preguntarles, ahora mismo, qué han escrito, qué están escribiendo, por qué están aquí. Me gustaría sacarlos de sus camas y proponerles un cambio de habitación: cada uno de nosotros en una de las habitaciones con balcón sin balaustrada. Cada uno de nosotros en su propio trampolín, contándonos nuestras vidas absurdas a gritos, de balcón a balcón, hasta que todo se derrumbe.
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