Название: Cómo la iglesia católica puede restaurar nuestra cultura
Автор: Georg Gänswein
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9788432153457
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A la luz de este reconocimiento, las preocupaciones centrales del papa Benedicto XVI, que él asocia con el término «desmundanización», brillan aún con más fuerza. A esta luz, por supuesto, lo primero que se hace visible es la sombra, esto es, la crisis elemental en la que se encuentra hoy la Iglesia. Lo primero que salta a la vista es una crisis pastoral. Surge cada vez más clara la pregunta de qué hacemos realmente en el cuidado pastoral cuando bautizamos a niños cuyos padres no tienen conocimiento de la fe y la Iglesia, o cuando llevamos a hacer la Primera Comunión a niños que no saben a quién recibirán en la Eucaristía; cuando confirmamos a jóvenes para quienes el sacramento no significa la incorporación definitiva a la Iglesia, sino su despedida; y cuando el sacramento del matrimonio solo sirve para embellecer una celebración familiar. Por supuesto, no hay respuestas rápidas y fáciles a estas preguntas, pero han de tomarse en serio, porque son verdaderos desafíos.
Tras la crisis pastoral se esconde una crisis aún más profunda: hoy estamos en medio de un cambio de época, pero no vislumbramos nuevos horizontes que nos indiquen cómo debería continuar. Vivimos actualmente el «final» de una época en la historia de la Iglesia, que puede describirse como «constantiniana». La estructura general en la que se basa la práctica pastoral se desmorona cada vez más. Los pilares sociales de la Iglesia del Pueblo, que hasta ahora habían sido «convertirse en cristiano» y «ser iglesia», están desapareciendo paulatinamente. Cristianismo y pertenencia a la Iglesia ya no forman parte del ámbito eclesiástico popular, sino que se están convirtiendo cada vez más en cuestión de decisiones personales tomadas por individuos. De ahí que la forma anterior, popular, de la Iglesia, no pueda ser el modelo al que se oriente el futuro de la Iglesia en el nuevo milenio.
Sin embargo, hoy en día hay muchas voces en la Iglesia que en gran medida presuponen y no ven problema alguno en esta visión de la Iglesia popular heredada históricamente que consiste en «ser iglesia». Esto no hace sino perpetuar la situación, pues se sigue contando con una práctica pastoral orientada popularmente, que lleva a acompañar en todos los ámbitos y a preservar los derechos adquiridos. Quienes apuestan por estas tendencias o miran hacia atrás a lo que queda en funcionamiento de esa Iglesia popular, o lo hacen con cierta complacencia o bien se quejan amargamente de lo que ya no funciona, como el pueblo de Israel en el desierto, que anhelaba las ollas de carne de Egipto e hizo de Moisés su chivo expiatorio (Éxodo 16, 3).
En contraste con estas estrategias «conservadoras», que a la gente le gusta considerar especialmente progresistas, se alza la convicción del papa Benedicto de que la Iglesia solo podrá hallar una buena senda hacia el futuro si tiene en cuenta esta nueva situación eclesiástica y se expone a los cambios que se están produciendo. Este enfoque incluiría su disposición a repensar los privilegios convencionales y sus especiales beneficios (por ejemplo, la soberbia estructura organizacional de la Iglesia) y hacer sitio a esta pregunta: bajo estas estructuras, ¿existe una fuerza espiritual correspondiente, la fuerza de la fe en el Dios vivo? Tras diagnosticar un «exceso de estructuras respecto al espíritu», el papa llegaba a la siguiente conclusión: «La verdadera crisis de la Iglesia en el mundo occidental es una crisis de fe. Si no logramos una verdadera renovación de la fe, todas las reformas estructurales serán ineficaces».
Resulta entonces que esa «desmundanización» no es una exigencia que Benedicto XVI lleve a la Iglesia desde fuera. Con esta expresión clave saca más bien las consecuencias que de suyo se desprenden de una observación atenta de la situación actual de la Iglesia.
Para comprender en mayor profundidad este aspecto, hemos de recordar que Joseph Ratzinger ya se había enfrentado a estas cuestiones fundamentales con anterioridad, extrayendo conclusiones de gran alcance en las que ya estaba muy presente su visión actual. Hace casi sesenta años, en 1958, en un artículo que llevaba el significativo título “Los nuevos gentiles y la Iglesia”, trazó el camino histórico de la Iglesia desde los pequeños rebaños perseguidos a la Iglesia universal, y hasta la época en que la Iglesia era en gran parte colindante con el mundo occidental. Ya en los años cincuenta, Ratzinger había percibido el nuevo desafío: en nuestro tiempo esa congruencia histórica es «solo una nueva apariencia» que encubre la verdadera índole de la Iglesia y el mundo, e impide en cierta medida a la Iglesia abordar sus necesarias actividades misioneras. «De modo que, tarde o temprano, con el consentimiento de la Iglesia o sin él, tras el cambio estructural interno vendrá otro, desde fuera, que hará de ella un pusillus grex [un “pequeño rebaño”]».
Joseph Ratzinger estaba convencido de que, a la larga, la Iglesia no se ahorrará el trabajo
de tener que desmantelar pieza por pieza esa apariencia de asemejarse con el mundo para volver a ser lo que es: una comunidad de creyentes. De hecho, su fuerza misionera solo puede crecer a costa de esas pérdidas externas. Solo cuando deje de ser una cuestión barata que se dé por supuesta, solo cuando vuelva a presentarse como lo que es, será capaz de llegar nuevamente con su mensaje a oídos de los nuevos gentiles, que hasta ahora han podido pensar ilusioriamente que no son paganos en absoluto.
En este texto inequívocamente claro se puede ver todo el programa de «desmundanización» de la Iglesia que el papa Benedicto planteó a la Iglesia en Alemania. En esta misma dirección se expresaba convencido Joseph Ratzinger en los años sesenta, en cuanto a que de la crisis de la Iglesia saldrá su renovación: esto es, que emanará un gran poder de una «Iglesia más simple y más hacia dentro».
Este lema, la «desmundanización», nos conmina a una discusión intensa sobre la calidad de esta crisis que vivimos actualmente en la Iglesia. Del mismo modo que un médico solo puede recetar una terapia eficaz si cuenta antes con un diagnóstico claro, en la Iglesia solo podremos caminar por una senda común hacia el futuro si tenemos claro el diagnóstico respecto a las infecciones peligrosas a las que nos exponemos. Pero eso es justamente lo que no funciona.
A primera vista, hay que hablar antes que nada de una profunda crisis de la Iglesia que se viene articulando desde los años sesenta bajo el eslogan «Jesús sí, Iglesia no». Porque este lema eleva ya la mencionada crisis al nivel de la fe, ya que no puede separarse a Jesús de la Iglesia que él quiso y en la que está presente, y no puede comprenderse la verdadera naturaleza de la Iglesia sin Cristo. El papa Benedicto también puso el dedo en esa llaga durante su visita a Alemania:
Mucha gente solo ve la forma externa de la Iglesia. De ahí que se les aparezca solamente como una más de las muchas organizaciones dentro de una sociedad democrática, en función de cuyas normas y leyes se debe juzgar y tratar ese engorroso mastodonte que es la «Iglesia». Si también existe la dolorosa experiencia de que hay frutos buenos y malos, trigo y malas hierbas en la Iglesia, al fijarse la vista en lo negativo queda oculto el gran y hermoso misterio de la Iglesia. No queda ya alegría alguna por pertenecer a esta cepa a la que llamamos «Iglesia».
La controversia que realmente hemos de afrontar puede describirse como «Jesús sí, Cristo no», o «Jesús sí, el Hijo de Dios no». Solo esta fórmula aclara la perturbadora pérdida de significado de la fe cristiana en Jesús como el Cristo que constatamos en nuestro tiempo. Porque hasta en la Iglesia hay gente que no consigue ver en el hombre Jesús el rostro del Hijo de Dios. Lo ven sencillamente como un hombre, muy bueno y excepcional, pero solo un hombre.
La fe cristiana se sostiene o se cae en función de cómo contemple el credo cristológico. Si Jesús solo hubiese sido humano, se habría perdido irrevocablemente en el pasado, y solo nuestros propios recuerdos distantes podrían traerlo con mayor o menor claridad hasta nuestro presente. Pero entonces Jesús no sería el único Hijo de Dios, por quien vivimos, СКАЧАТЬ