Название: El jefe necesita esposa
Автор: Shannon Waverly
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Jazmín
isbn: 9788413751382
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–Sí, lo he puesto en la mesa de la cocina.
Meg volvió a colocar a Gracie en el suelo.
–¿Hemos recibido algo de la escuela Círculo Infantil? –le preguntó, sabiendo que ella comprobaba todo el correo que llegaba.
Vera se puso de pie, resoplando.
–¿El Círculo Infantil? –frunció el ceño como si no hubiera oído nunca ese nombre.
–Sí, el colegio al que apunté a Gracie.
–No nada.
–Es raro. Las clases van a empezar la semana que viene. Me dijeron que me iban a escribir –Meg se mordió el labio y miró su reloj–. Les voy a llamar. Todavía debe haber alguien en la dirección.
–¿Por qué no llamas mañana?
–Mejor llamo hoy –tomó a su hija de la mano y empezó a subir las escaleras de su apartamento.
–He hecho un guiso. ¿Por qué no entras en casa y cenas antes?
–Ya he hecho yo cena.
Dentro del apartamento, Meg dejó el bolso y la chaqueta en el sofá y se fue directamente al teléfono. Mientras esperaba que contestaran la llamada, abrió el frigorífico y sacó unas sobras que tenía guardadas.
–¿Círculo Infantil? –respondió una voz agradable.
–Hola, me llamo Meg Gilbert. He apuntado a mi hija para que empiece el colegio el nueve de septiembre y todavía no he recibido ninguna respuesta.
–¿Cómo se llama la niña?
–Grace. Grace Gilbert.
Meg metió el plato en el microondas y esperó a que la otra mujer buscara la ficha.
–¿Cuándo trajo la solicitud?
–La mandé por correo –la carta se la había dado a Vera para que la echara. De pronto empezó a sentir lo peor.
–Lo siento, pero no encuentro ninguna solicitud a nombre de Grace Gilbert.
Meg agarró el teléfono con las dos manos.
–¿Está segura?
–Sí.
–¿Puedo pasarme mañana y rellenar otra solicitud?
–Lo siento, pero ya no queda ninguna plaza.
Meg cerró los ojos tratando de calmarse.
–¿Puedo llamar dentro de un par de semanas para ver si queda alguna vacante? A lo mejor alguien decide no llevar a su hijo.
–No creo que merezca la pena, porque tenemos lista de espera. Si quiere inténtelo a mitad de curso. Es lo único que le puedo decir.
–Muchas gracias –se despidió resignada.
Cuando tuvo preparada la comida de Gracie, Meg sentó a la niña delante del televisor, aunque no le gustaba que se entretuviera viéndola mientras cenaba.
–Voy a ver a la abuelita un minuto. No te muevas hasta que yo vuelva.
Segundos más tarde, Meg estaba frente a la puerta trasera de la casa de sus suegros, desde donde podía ver las escaleras de su apartamento. Jay Gilbert acababa de llegar de trabajar y estaba sentado bebiéndose una cerveza. Al igual que su mujer, era un hombre regordete y casi nunca tenía nada interesante que decir. Pensaba casi siempre lo mismo que su mujer.
Vera estaba cocinando. Levantó la vista, con la paleta en la mano, su cara roja como un tomate.
–Yo eché al correo la solicitud.
Meg miró a Jay, que bajó los ojos inmediatamente.
–Pero no la han recibido, y estoy preguntándome por qué –nunca se ponía seria con ellos, pero era la segunda vez que le pedía a Vera que echara una carta importante al correo y se había perdido. La primera había sido una petición de un crédito a unos grandes almacenes.
Vera empezó a remover el guiso, con la boca apretada.
–De todas maneras no creo que sea tan importante. No sé para qué quieres enviar a Gracie al colegio.
–Son solo tres días a la semana, Vera. Ya lo hemos discutido esto antes.
–Y yo sigo pensando que es tirar el dinero, cuando yo estoy aquí y puedo cuidar de ella.
–Y yo te agradezco todo el cariño que le das a la niña. Pero también tiene que relacionarse con más niños. Tiene que hacer actividades que la estimulen. Los niños se lo pasan muy bien allí y se preparan para ir al colegio.
Vera suspiró.
–Durante años los niños han ido al colegio sin ir a una escuela infantil antes. No sé por qué te pones así por nada. Cuando yo era pequeña, ni siquiera íbamos a un colegio infantil, pasábamos directamente a primaria.
–Sí, pero las cosas han cambiado –le dijo Meg, tratando de mantener la paciencia–. Vera, dime la verdad, ¿echaste esa carta?
La mujer puso en la cocina la paleta, salpicándola de caldo.
–Ya te he dicho que sí. ¿Qué más quieres que te diga?
Su marido levantó la cerveza y se fue de la habitación.
Meg se sintió rabiosa, porque estaba claro que estaba mintiendo. Pero no la podía acusar. Sería su palabra contra la de Vera. Si insistía, lo único que iba a conseguir era discutir. Era mejor dejar las cosas como estaban, aunque solo fuera por Gracie.
–Está bien, sólo estaba preguntando –respondió Meg levantando las manos–. Quería asegurarme, antes de presentar una queja en correos –algo que no tenía intención de hacer.
De vuelta en su apartamento, metió en el microondas la comida suya y se sentó en la mesa de la cocina. Pero no pudo comer. Tenía un nudo en la garganta. Estaba disgustada, frustrada y enfadada también.
Vera no tenía ningún derecho a oponerse a una decisión que ella había tomado con respecto a su hija. Sabía que lo había hecho con su mejor intención. Pensaba que ella podía cuidar de la niña mejor que nadie. Y también creía que así le ahorraba dinero. Pero no tenía ningún derecho a tomar decisiones por ella.
Se quedó mirando el plato de comida y cerró los ojos. Ojalá pudiera irse de allí cuanto antes. Por eso había vuelto otra vez a trabajar, para pagarse sus gastos y para ahorrar algo de dinero y poder comprar un sitio donde pudieran estar Gracie y ella solas.
Meg odiaba tener que estarle agradecida a los Gilbert. Y no tenía más remedio que estarles agradecida. Pero su deuda con ellos no era sólo cuestión de dinero. Eran meses sin pagar renta, pudiendo utilizar su coche, ahorrándole el dinero que hubiera tenido que dar a alguien por cuidar СКАЧАТЬ