El jefe necesita esposa. Shannon Waverly
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Название: El jefe necesita esposa

Автор: Shannon Waverly

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Jazmín

isbn: 9788413751382

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СКАЧАТЬ iba a decirles a sus compañeros que los había engañado? ¿Qué iba a pensar la señora Xavier de ella, cuando se enterara de que había ocultado esa información? ¿Y el señor Forrest? ¿Cómo iba a confiar en ella? Lo peor era que cuanto más dejara pasar el tiempo, más le iba a costar decir la verdad. Se sentía atrapada en una tela de araña que había tejido ella sola.

      De pronto se dio cuenta de que el señor Forrest le había hecho una pregunta.

      –Perdone, ¿qué ha dicho?

      –Le he preguntado si está segura de que no puede trabajar este fin de semana.

      –Sí. Lo siento –repitió ella, humedeciéndose sus labios resecos con la lengua–. Pero habrá alguien más que pueda acompañarle. La señora Veden, o la señora May, por ejemplo –esas dos mujeres llevaban trabajando allí mucho tiempo y conocían el negocio.

      –Prefiero que venga usted, Margaret. En primer lugar porque usted es soltera, y ellas no. Ellas tienen familias que atender los fines de semana.

      Meg se miró las manos.

      –Pero lo más importante –le dijo–, es que en las pocas semanas que lleva aquí, me ha impresionado su capacidad de trabajo. Es usted una persona diligente y eficaz Margaret, Y además, no se limita a escribir las cartas, sino que las compone y las edita también. Todo eso es lo que necesito este fin de semana para hacer este catálogo.

      Meg se acomodó en su sitio y sonrió, sintiéndose orgullosa.

      –Pero lo que más aprecio de usted, sobre todo en esta reunión familiar –hizo una pausa y se quedó mirándola fijamente–, es que confío en usted, Margaret. Usted posee una madurez que es difícil encontrar en personas de su edad. Es una persona tranquila y sensata. No pierde el tiempo en conversaciones triviales. Se dedica a trabajar, sin meterse en la vida de los demás. Lo que estoy intentado decir es…

      –Que yo no voy a comentar nada de ese fin de semana cuando vuelva el lunes a trabajar –le dijo ella por él.

      Sonrió y en su mejilla le aparecieron unos hoyuelos maravillosos.

      –Exacto.

      A Meg le sorprendió que él se hubiera dado cuenta de eso. Ella era un engranaje más de una estructura. Y aquel hombre era el propietario. El propietario. El presidente.

      –No es que vaya a pasar nada escandaloso –añadió él, con una sonrisa en su mirada. Meg tuvo que mirar para otro sitio–. Pero preferiría mantener en el anonimato mi vida personal

      Meg lo entendía. A pesar de que era una persona con mucha vida social, Meg siempre había pensado que Nathan Forrest era una persona que se ponía a la defensiva.

      –De verdad que me gustaría hacerle ese favor, señor Forrest, pero no puedo. Ya había quedado.

      Pero al parecer aquel hombre no aceptaba una negativa por respuesta.

      –Seré franco con usted. Además quiero que venga para que me ayude a salir de una situación un tanto comprometida.

      –¿Una situación comprometida? ¿Yo?

      –Sí usted. La necesito para evitar una situación desagradable.

      Meg se colocó las gafas y frunció el ceño.

      –¿Qué quiere decir?

      –Es difícil explicárselo –suspiró–. Supongo que sabe que no estoy casado, ¿no?

      –Sí.

      –Y probablemente habrá oído que quiero seguir soltero.

      Meg dudó. Si le decía que sí, era aceptar que había escuchado los cotilleos de la oficina. Afortunadamente él no esperó su respuesta.

      –He de confesarle, que quiero seguir soltero por lo menos durante cinco o seis décadas más. El problema es mi madre. Ella quiere que me case. En consecuencia, cada vez que me tiene cerca, trata de casarme con la hija o sobrina soltera de cualquiera de sus amigas.

      –¿Es que le busca chicas? –le preguntó Meg. No era un hombre al que tuvieran que concertarle citas con chica alguna.

      –Sí. No son citas exactamente, pero me coloca al lado de esas chicas con la esperanza de que continúe viéndolas después y a lo mejor me enamore. Pero este fin de semana no tengo tiempo para esas cosas. Ni tampoco tengo paciencia. Si usted viniera, podría evitar esa situación.

      Meg sintió que su rostro se sonrojaba.

      –No estará sugiriendo, señor Forrest, que demos a entender a todos que nosotros…

      Se quedó mirándola, con el ceño fruncido.

      –No, por Dios. Lo que pasa es que si usted viene, yo no tendría que estar pendiente de nadie más. Sería de poca educación dejarla sola entre gente que no conoce.

      Meg se puso colorada. ¿Cómo había sido tan estúpida como para malinterpretarle?

      Ella sabía que no era fea, pero tampoco demasiado guapa. Era una chica normal y corriente. Era oscura de piel, con los ojos de color castaño.

      A lo mejor con un poco de maquillaje y los labios pintados podía mejorar. Pero con una niña de tres años, no tenía tiempo por las mañanas para nada.

      Mantenía un aspecto clásico, conservador, el adecuado para la oficina. No era en absoluto el tipo de mujer con la que Nathan Forrest podía quedar para salir.

      A pesar de mostrarse muy caballeroso en un momento determinado le dijo lo que le iba a pagar por trabajar ese fin de semana.

      –¿Cuánto ha dicho?

      Repitió la cifra.

      –¿Por dos días de trabajo? –el corazón le empezó a latir con fuerza.

      Él asintió.

      –Si quiere tiempo para pensárselo, puede darme su respuesta mañana, aunque la verdad es que es viernes y quería salir en cuando terminemos aquí.

      –¿No es la reunión familiar el sábado?

      –Sí, pero estaba pensando que podíamos trabajar un par de horas el viernes cuando lleguemos.

      –¿Dónde dijo que estaba la casa?

      –No muy lejos. En Bristol. Es un sitio muy bonito y relajante. Se ve el mar desde la casa.

      Meg estuvo a punto de dejarse convencer. Habría dado cualquier cosa por pasar un fin de semana al lado del mar. Y más con el señor Forrest. Parecía un sueño.

      Pero inmediatamente se disgustó con esos pensamientos. No podía aceptar aquella propuesta. Le había prometido a Gracie que la iba a llevar el sábado al zoo.

      Aunque con el dinero que le iba a dar… Podía hacer muchas cosas con ese dinero.

      Por otra parte ¿qué precio tenía el tiempo que pasaba con su hija? Reuniendo todas sus fuerzas Meg le respondió:

      –Lo СКАЧАТЬ