Название: Magdalena
Автор: Joaquín Vergara
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9788417845780
isbn:
—¡Eso podría decírtelo yo a ti! ¡Mira quién va a hablar! —contestó la mujer, bastante picajosa y desilusionada—. ¡Cría cuervos…!
—Pues nada, mujer. No hay más que hablar. ¡Si yo en el fondo soy un cacho de pan, un infeliz, como nos pasa a la mayoría de los hombres! Ponte lo que quieras, siempre que vayas a gusto. Ahora, si la señá Paca se escandaliza al verte, no me vengas luego con lagrimitas ni quejas.
Pepona, que acababa de entrar en ese momento, intervino:
—Padre, no sea usted así, que madre no tiene la culpa de tener tanto pecho. No me la vaya a acomplejar ahora… Ella, lo mismo que usted, tiene que ir a la boda de acuerdo con la categoría de Gabriel.
—¡Uy, uy, uy…! ¡A ti se te están subiendo los humos y el tonteo a la cabeza, hija! —le respondió su padre—. Esto de casarse con gente de más categoría que nosotros tendrá sus ventajas, no digo yo que no, pero también acarrea inconvenientes. ¡Y temo que muy pronto nos vas a hacer de menos, Pepona!
—Pero, padre, ¿cómo puede pensar así? ¡Si usted supiera lo sencillo que es Gabriel…! A propósito, ¿no podrían pronunciar bien su nombre? A él no le gusta nada eso de que le llamen Grabiel. Y a su madre, todavía menos.
—¿Lo ves, hija? —intervino Julián—. Ya empezamos con tiquismiquis y pamplinas.
—¡Haced el favor, si podéis! Intentad pronunciarlo bien, dadme ese gusto —insistió Pepona.
—Bueno, vamos a dejarnos de tonterías sin importancia, ¡que en lo que hay que pensar es en mi vestido! —dijo Magdalena, muy práctica, haciéndose la protagonista, cosa que le encantaba—. ¿Os parece bien de color granate, de brocado? ¿O un gris perla tirando a humo?
—Hija, con ese mostrador… con cualquier cosa que te pongas vas a resultar llamativa, no te preocupes —respondió Julián entre risas.
—Pues tú, en vez de tomarme a broma, ¡bien que debías haberte encargado ya el traje!
—Tiempo tenemos, mujer. De todas formas le pediré permiso al amo. ¡Qué remedio me queda…! Tendremos que ir los dos a la capital a preparar nuestra ropa —respondió Julián suspirando hondamente, como si se tratara de un gran sacrificio.
Pepona, mientras los escuchaba parlotear, no hacía más que darle vueltas a su próximo matrimonio: estaba obsesionada con el tema de la noche de bodas, pero se guardaba para sí su preocupación.
Aquella tarde —se encontraban en la segunda quincena de mayo—, Magdalena estaba planchando en la cocina cuando sufrió un desmayo.
Acudieron, rápidas, las vecinas y se lo achacaron al calor, que había llegado demasiado pronto.
Pero tardaba en volver en sí.
Como Julián estaba trabajando en el cortijo, uno de sus hijos, muy asustado, fue a galope tendido en busca del médico.
Tuvo suerte, porque don José, aunque estaba pasando consulta, cogió enseguida su viejo coche, muy alarmado por si lo de Magdalena era grave.
Cuando llegó a la casa, la mujer, rodeada de comadres, estaba empezando a volver en sí. La habían llevado entre todas a la alcoba matrimonial y la habían acostado. El abuelo Manuel no hacía más que llorar a moco tendido.
La verdad es que Magdalena no tenía buena cara. Todas las mujeres que la acompañaban, al unísono, se empeñaban en que tomara algo: que si tila, que si manzanilla, que si un té, que si un zumo…
Don José les pidió que se salieran todas, porque tenía que reconocer a la enferma. Cuando, después de un rato, salió de la alcoba, lo notaron satisfecho, casi sonriente:
—No os alarméis por lo de Magdalena. Esta mujer no tiene ningún mal. Lo que le pasa es que está, de nuevo, preñada. De más de dos meses. Lo que ella creyó la llegada de la menopausia no era más que el comienzo de un nuevo embarazo. ¡Bueno, os dejo, que tengo en mi consulta un montón de enfermos que atender! Pepona, díselo a tu padre y dale mi enhorabuena. Y las demás, aunque no dudo de vuestra buena intención, haced el favor de dejarla tranquila, que la vais a agobiar.
—¡Uy, don José! —dijo Pepona—. ¡Qué fatiga me da decírselo a mi padre! Yo no me atrevo. ¡Que se lo diga ella misma!
—Pues hija, ¿qué quieres que te diga? Ya os arreglaréis.
Se fue en busca de su coche casi a la carrera, con su raído maletín en la mano.
A Pepona le prepararon una tila las vecinas. La muchacha, como es natural, se había quedado pálida con la sorpresa. ¡Cuántas emociones y novedades en tan poco tiempo! ¡Si es que no salían de una para entrar en otra…!
¿Qué diría su padre cuando se enterara? Era tan particular, tan suyo…
El abuelo, cuando vio que le habían preparado a su nieta aquella infusión, dijo, muy inocente:
—¿Y si me hicierais a mí un tazoncito de chocolate?
Rieron las vecinas con la ocurrencia del viejo y, cuando menos lo esperaban, apareció Magdalena hecha una trágica: desmelenada, ojerosa, sin delantal y con el vestido a medio abrochar.
Las comadres y algunos de sus hijos, que andaban por allí, esperaban que se echara a llorar, que se quejara, que se lamentara por lo impropio de aquel embarazo tan tardío e inesperado.
Pero en lugar de eso, se le ocurrió decir:
—¿Quién me iba a decir a mí que, a mis años, iba yo a llevarme esta alegría tan grandísima?
Las vecinas, a coro, estallaron en carcajadas cuando la oyeron, mientras la abrazaban, enternecidas. ¡Qué cosas tenía Magdalena…! ¡Desde luego, era única!
Los hijos se quedaron petrificados con la noticia.
Pepona, por su parte, agachó la cabeza y, sin querer, se sintió un poco avergonzada: como si sus padres hubieran hecho algo prohibido. Pero enseguida rechazó este pensamiento.
Aunque, sin poder evitarlo, pensó:
—Sin duda, mi madre no está bien. Es buenísima, lo sé, pero sus reacciones me hacen pensar que no está muy centrada de la cabeza. Y lo peor es que no sé si lo habrá estado alguna vez…
Capítulo V
LA HISTORIA DE GABRIEL
Gabriel —ese personaje que, hasta ahora, ha aparecido como desdibujado— había llevado sobre sus espaldas una buena dosis de sufrimientos a lo largo de su vida.
Hijo único, con todos los inconvenientes que esto suele acarrear, quedó sin padre cuando contaba seis años.
Pascual, que así se llamaba su progenitor, había hecho lo que vulgarmente se conoce como «una boda por interés». O, al menos, eso es lo que siempre se había rumoreado entre las gentes del lugar.
Pascual СКАЧАТЬ