GB84. David Peace
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Название: GB84

Автор: David Peace

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Sensibles a las Letras

isbn: 9788416537723

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СКАЧАТЬ que no sea permanente —dice Neil Fontaine sonriendo.

      John Waterhouse asiente con la cabeza.

      —Bueno, ¿dónde está tu hombre? —pregunta—. Ese tal Stephen Sweet.

      Neil Fontaine señala la puerta.

      —Está en el coche —responde.

      —¿Qué narices hace ahí fuera? Hazle pasar, hombre, por el amor de Dios —dice John Waterhouse riendo—. No lo dejes tirado ahí fuera.

      —El señor Sweet desea hablar contigo en su coche —anuncia Neil Fontaine.

      —¿Qué? —dice John Waterhouse—. No seas ridículo, Neil.

      Neil Fontaine sonríe al subcomisario de policía. Señala las puertas.

      —El señor Sweet insiste —dice Neil Fontaine.

      John Waterhouse, subcomisario de policía del norte de Derbyshire, pone los ojos en blanco. Sigue a Neil Fontaine al exterior. Neil Fontaine abre la puerta trasera del Mercedes…

      —Subcomisario, acompáñenos, por favor —dice el Judío.

      John Waterhouse sube a la parte trasera del coche.

      Neil Fontaine cierra la puerta. Se sienta en la parte delantera. Enciende la radio:

      —… debo decirle que ella está muy pero que muy decepcionada con usted —está diciendo el Judío—. La primera ministra desea, insiste incluso, en que no se repitan esas escenas. Que no se repitan nunca más. Y me ha pedido que se lo deje muy claro.

      —Me temo que la situación sobre el terreno…

      —La situación sobre el terreno es totalmente inaceptable —le interrumpe el Judío.

      El Judío se inclina hacia delante. Da unos golpecitos en la mampara. Neil Fontaine baja la radio…

      —Conduce despacio por el pueblo hasta la mina, por favor, Neil.

      —Desde luego, señor —contesta Neil Fontaine. Arranca el coche. Sube la radio.

      —Fíjese en este sitio —está diciendo el Judío—. Ventanas rotas, coches destrozados, casas embadurnadas de pintura, postes telefónicos derribados, barricadas levantadas, incendios provocados…

      —Señor Sweet, había mil hombres en el piquete y…

      —Por favor, sabemos perfectamente cuántos hombres había —dice el Judío—. También sabemos cuántas detenciones hubo. O cuántas no hubo.

      —Puedo garantizarle…

      —Señor Waterhouse, diecinueve detenciones y la anulación del turno de noche no nos garantiza nada ni a la primera ministra ni a mí. Anoche hubo sesenta detenciones en Babbington y ni una pequeña parte de los daños que veo aquí.

      John Waterhouse se quita la gorra. Se pasa la mano por el pelo.

      El Judío rodea con el brazo al subcomisario de policía.

      —Esto no debe volver a ocurrir nunca más, John —le dice el Judío.

      John Waterhouse se seca los ojos. Se suena la nariz.

      —Nunca más —dice el Judío—. Nunca más.

      El subcomisario asiente con la cabeza.

      Habían registrado el despacho de Terry Winters de arriba abajo. Todo lo que había dentro. Todo…

      La alfombra del suelo. Los armarios. La estantería. El escritorio. Los teléfonos. Las sillas. Las persianas. Las luces…

      Todo menos el retrato de la pared…

      Había sido idea de Terry.

      En la oficina central del Sindicato Nacional de Mineros se vivían momentos de paranoia. Más de lo habitual. Prácticamente toda la cobertura de la prensa y la televisión era negativa. Más de lo habitual. Cada pregunta volvía al tema de una votación nacional y de la democracia…

      Democracia. Democracia. Democracia…

      Más de lo habitual.

      Terry se tomó tres aspirinas. Terry recogió sus carpetas. Su calculadora.

      Recorrió el pasillo. No tomó el ascensor. Subió por la escalera.

      Len Glover lo cacheó en la puerta. Len le dijo que dejara la chaqueta fuera.

      Terry se quitó la chaqueta. Terry entró…

      Solo quedaban las sillas y las mesas de plástico. Derretidas…

      La calefacción al máximo. Todas las luces encendidas.

      Terry corrió las cortinas.

      El presidente alzó la vista.

      —Gracias, camarada —susurró.

      Terry asintió con la cabeza. Se sentó a la derecha del presidente. Escuchó…

      Votación, no. Votación, no. Votación, no…

      Escuchó las estrategias y las tretas. Las contraestrategias y las contratretas:

      —Sin Durham —dijo Gareth—, los moderados no reúnen suficiente número.

      —Si se declarase inadmisible —explicó Paul—, seríamos doce a nueve a nuestro favor. Puede que trece a ocho.

      —La propuesta de mayoría simple les afectará de todas formas —apuntó Dick riendo—. Aceptarán celebrar un congreso de delegados especiales con tal de ganar más tiempo.

      —Entonces que se celebre el congreso de delegados especiales —dijo Paul—. Así serán nuestros.

      —Hablaré con Durham —propuso Sam—. Me aseguraré de que cumplen lo prometido.

      Todo el mundo levantó la vista de la mesa. Todo el mundo miró al presidente…

      —Entonces está decidido —dijo el presidente.

      Todo el mundo sonrió. Todo el mundo aplaudió. Todo el mundo se dio palmaditas en la espalda.

      —Una cosa más —añadió el presidente…

      Todo el mundo dejó de aplaudir. Todo el mundo dejó de sonreír.

      El presidente se puso en pie. El presidente echó un vistazo a la sala. El presidente dijo:

      —Están abriendo nuestro correo. Están pinchando nuestros teléfonos. Están vigilando nuestras casas.

      Todo el mundo asintió con la cabeza.

      —Eso ya lo sabíamos. Es lo que hemos llegado a esperar de un gobierno democrático.

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