Tiempo de espera. Jessica Hart
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Название: Tiempo de espera

Автор: Jessica Hart

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Jazmín

isbn: 9788413752204

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СКАЧАТЬ En ese momento se veía comprimida en una línea fina, pero ella sabía cómo podía relajarse y exhibir una rara e inesperada sonrisa que jamás había fracasado en marearla de placer, como si de la nada hubiera recibido un regalo maravilloso. Y esos labios en el pasado se habían demorado tentadoramente sobre su piel.

      Respiró entrecortadamente y se obligó a desviar la vista. Era estúpido sentirse tan nerviosa. Otras parejas rompían y lograban volver a verse sin experimentar una tensión aguda. Acomodó los hombros en el respaldo y se esforzó por relajarse. Quizá no pudieran olvidar el pasado, pero al menos podían fingirlo.

      —¿Tuviste la oportunidad de llamar a tu tía? –preguntó en un intento por mitigar la atmósfera.

      —Le dije que llegaría un poco más tarde –repuso sin mirarla—, y que conmigo llevaría a mi esposa e hijo –puso énfasis con cierto desagrado al anunciar el papel que desempeñaría ella.

      —¿Le importó? –prosiguió Rosalind, decidida a mantener la conversación lo más neutral posible.

      —No lo sé –se encogió de hombros—. Por teléfono se mostró brusca, aunque quizá sea así todo el tiempo.

      —Emma me ha dicho que es más bien excéntrica –se sintió animada por el hecho de que Michael al fin le hablara.

      —Eso nos han comentado siempre, pero ninguno de nosotros sabe mucho sobre ella. No la veo desde los nueve años. Recuerdo que me llevaron a tomar el té a su casa. Resultaba un poco intimidante, pero me cayó bien de un modo algo peculiar. A los niños nos hablaba del mismo modo que a los adultos.

      —Pero si tenías nueve años la última vez que la viste, eso significa que han pasado veinte años desde entonces.

      —Veintidós –corrigió Michael—. Maud se casó con el hermano de mi abuelo, y hubo una especie de separación con mi abuela. No sé a qué se debió… probablemente a algo trivial, pero se dijeron algunas palabras y ambos lados se ofendieron, y la tía Maud rompió todo contacto con la familia. Mi tío abuelo murió hace unos cinco o seis años, y he de reconocer que también la di por muerta a ella hasta que de repente me escribió una carta hace unos meses.

      —¿Una carta? ¿Qué ponía?

      —Que ya no podía ocuparse de los asuntos de mi tío, y prácticamente me ordenaba, al ser el último varón de la familia, que fuera y asumiera esa responsabilidad.

      —No es normal que te dejes ordenar –la tía Maud debía ser una mujer valiente. Por recompensa recibió una leve sonrisa, más un esbozo que algo real, pero Rosalind sintió como si hubiera ascendido una montaña.

      —No puedo decir que me gustara –reconoció Michael, ajeno al efecto que había tenido sobre ella—. Mi primer impulso fue escribirle y recomendarle que contratara a un buen abogado, pero su carta me inquietó. Al leer entre líneas me pareció que pedía ayuda, pero que era demasiado orgullosa para hacerlo de forma clara. Ahora es una mujer mayor; no tiene hijos y está sola –calló unos instantes al meterse en el carril veloz—. Me dio la impresión de que los asuntos de mi tío eran una excusa para reconstruir algunos puentes, así que le escribí y le expliqué que me hallaba en el extranjero, pero que iría a verla en cuanto tuviera unas semanas libres. Ésta ha sido la primera oportunidad que se me ha presentado de venir.

      —De modo que has regresado al Reino Unido por el bien de una anciana tía que no has visto en veintidós años.

      —Emma y yo somos la única familia que tiene –repuso un poco a la defensiva—, y como mi padre murió, supongo que también es la última familia que nos queda. No puedo ignorarla.

      —No –miró por encima del hombro al pequeño, que aún dormía—. No, sé a qué te refieres. Yo pensé que podría hacerlo con Jamie, pero cuando llegó el momento, no fui capaz.

      —¿Por qué querrías ignorar a tu hermano pequeño? –la miró con incredulidad.

      Rosalind no respondió de inmediato. Juntó las manos en el regazo y contempló sus dedos.

      —Supongo que estaba celosa –repuso despacio—. Sé que es terrible decirlo. No me gustaba Natasha, ni yo a ella, y cuando se casó con mi padre me sentí tan excluida que me marché y me compré mi propia casa. Empeoró cuando nació Jamie. Estaba acostumbrada a ser la única niña de papá, y de pronto apareció un bebé…

      —¿Y encima un niño? No me extraña que estuvieras furiosa.

      —Sí –se sonrojó un poco—. No me siento muy orgullosa de mí misma. Papá se mostró encantado de tener un hijo –le tembló un poco el labio inferior—. Debí sentirme complacida por él. Ojalá hubiera sido así –añadió en voz baja—. Me gustaría que ahora pudiera verme con Jamie.

      —¿Es por eso que te tomas tantas molestias por el pequeño? ¿Porque te sientes culpable?

      —No –miró al frente—. Lo hago por lo que Jamie significa para mí. Todo ha sido tan complicado desde que murió mi padre –intentó explicar—. Sus negocios eran extremadamente complejos, y ha habido problemas interminables para arreglarlo todo. Heredé acciones de control en muchas compañías de las que no sé nada, y todos los días se me pide que autorice documentos y acepte decisiones que para mí no significan nada.

      »Al principio Jamie era otra cosa de la que ocuparse –prosiguió—. Otra persona que necesitaba que tomaran decisiones por él. Sin embargo, un día fui a ver a su niñera para hablar de su sueldo y vi a Jamie sentado en el suelo del cuarto de juegos. No hacía nada, sólo estaba sentado, con un osito de peluche en la mano, pero parecía tan pequeño y solitario».

      Posó la vista en el cristal trasero del coche que tenían delante, aunque se vio a sí misma subiendo las escaleras, mirando por la puerta y deteniéndose en seco dominada por una ternura que resultaba igual de aterradora e intensa como inesperada. Rosalind había aprendido temprano que no se podía confiar en el amor, y pensaba que estaba blindada contra él, pero al final sólo había hecho falta la visión de un niño pequeño aferrado a su osito para atravesar todas sus defensas.

      —Me recordó a mí misma –musitó, y Michael la miró.

      —¿A ti?

      —Sé lo que es crecer sin madre –respondió—. Pasé gran parte de mi infancia en ese cuarto de juegos mientras una interminable sucesión de niñeras hablaba de lo que tenían que cobrar por cuidar de mí. Al contemplar a Jamie aquel día, fue como si nunca antes lo hubiera visto. De pronto comprendí que era mi hermano y que sólo me tenía a mí para cuidar de él —tragó saliva—. Quise explicarle por qué no lo había querido antes y prometerle que le compensaría los días solitarios que había pasado allí, pero no pude. Sólo tenía tres años, no lo habría entendido.

      —Pensé que no creías en el amor –comentó Michael con aspereza.

      Eso es lo que ella le había dicho. Pudo oír sus indiferentes palabras a lo largo de los años y se movió incómoda en el asiento al recordar la expresión en la cara de Michael.

      —No creía y no creo –repuso.

      —Quieres a Jamie –señaló él con un tono de voz que en otra persona podría haber sonado casi como celos.

      —A veces me gustaría que no fuera así –suspiró—. Es aterrador tener que pensar en él en todo momento.

      —Comprendo СКАЧАТЬ