Название: Tiempo de espera
Автор: Jessica Hart
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Jazmín
isbn: 9788413752204
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Michael casi había esperado que Rosalind se negara a aceptar su ultimátum y le proporcionara la excusa para cancelarlo todo. Pero cuando la vio aquella mañana, el pelo apenas le llegaba hasta la línea de la mandíbula, teñido de un castaño apagado y ratonil. De lejos, apenas la reconoció.
Mirándola de reojo a su lado, con el cabello mal cortado y un jersey azul abultado encima de los vaqueros, parecía una desconocida. Había querido que fuera una desconocida con el fin de mantener a raya los amargos recuerdos, pero no resultaba tan fácil. Nada podía cambiar las líneas puras de su perfil o el torrente de pestañas sobre sus resplandecientes ojos verdes.
Era la misma Rosalind. Entre ellos flotaba la tenue, cautivadora y amargamente familiar fragancia. La misma boca, el mismo hueco tentador en el cuello. Apretó con fuerza el volante. «El mismo egoísmo», se recordó con un deje de desesperación. «La misma vanidad y arrogancia».
A su lado, Rosalind se volvió por enésima vez para ver a Jamie. Dormía en el asiento infantil que Michael había alquilado con el coche, con la cabecita rubia ladeada. Estaba a salvo; eso era lo único que importaba. Por su seguridad, valía la pena perder el pelo y llevar la espantosa ropa que llenaba su maleta, incluso soportar la hostilidad de Michael.
Aún no estaba segura de qué era lo que lo había hecho cambiar de idea. Hubo un momento después de la horrible llamada en que habría jurado que vio preocupación en sus ojos; pero, si ése era el caso, él no lo reconocía. Desde entonces había sido brusco con ella, y, cuando intentó darle las gracias, descartó su gratitud con un gesto de la mano.
—Lo hago por Jamie, no por ti –le había dicho.
—Y yo también –fue su respuesta.
Suspiró y volvió a mirar hacia la carretera; se llevó una mano al cuello. Era extraño no sentir la densa cascada de pelo caerle por la espalda. Liberado de su propio peso, se ondulaba con suavidad en torno a su cara.
—Deja de jugar con el pelo –pidió irritado Michael.
—No puedo evitarlo –protestó ella—. No siento que sea yo.
—Querías un disfraz –señaló él.
—Lo sé –miró por la ventanilla—. No comprendí que parecer diferente me haría sentir diferente.
—Espero que haga que te comportes de forma diferente –dijo él sin apartar la vista del frente.
—¡No pensé que las mujeres de los arqueólogos se comportaban de distinta manera que nosotras! –lo miró con resentimiento.
—¿El resto de nosotras? –enarcó una ceja con expresión cáustica—. ¿Cuántas mujeres crees que se comportan como tú?
—Supongo que muchas –repuso, empezando a irritarse—. Puede que tenga más dinero que la mayoría, pero eso no significa que no piense y sienta como cualquier otra persona.
—Bajo ningún concepto te comportas como el tipo de mujer con el que es probable que me casara –la miró de reojo con desagrado.
—Te habrías casado conmigo en una ocasión si te hubiera aceptado –le recordó, picada, al tiempo que giraba para mirarlo con ojos peligrosamente entrecerrados—. ¿O lo has olvidado?
—No, no lo he olvidado –contestó tras una leve pausa—. Pero ahora buscaría algo más que simple belleza en una esposa.
—¿Como qué?
—Amor. Claro está que tú no sabes lo que es eso, ¿verdad, Rosalind? El amor jamás figuró en tu agenda.
Su voz sonó fría, y Rosalind se clavó las uñas en las palmas de las manos, decidida a no permitir que supiera que la había herido.
—Puede que entonces haya sido mejor que no me casara contigo –sonrió con expresión frágil.
—Es posible –coincidió él.
—Espero que estés agradecido por haberme negado.
—Desde luego no lo estuve en aquel momento, pero no te equivocaste al decir que no encajábamos juntos.
Rosalind sabía que había hecho lo correcto, pero, de algún modo, eso no la consoló después de que Michael se fuera, y seguía sucediéndole lo mismo. La súbita y vigorizadora oleada de furia desapareció casi al instante, dejándola cansada e inexplicablemente deprimida.
—Debe ser la primera vez que coincides conmigo en algo –había querido que sonara como una broma, pero sonó como algo triste.
—¿Sí?
Su voz sonó extraña, y Rosalind se preguntó si también él pensaba en las veces que habían discutido y peleado, para luego besarse y reconciliarse. Al menos en la cama siempre habían coincidido. Aún podía sentir el tembloroso deleite de su boca sobre su piel, de sus manos lentas y seguras explorándole el cuerpo.
El silencio, cargado de recuerdos, se estiró entre ellos. Rosalind se encontró recordando el vigésimo primer cumpleaños de Emma. Se había puesto un vestido verde mar que mostraba sus largas piernas y casi toda su espalda; reía mientras alguien volvía a llenarle la copa con champán cuando su vista se posó en Michael en el otro lado del salón. Los ojos de él estaban particularmente vivos en su austero rostro, y, sobresaltada, tuvo que apartar la vista y beber un sorbo de champán.
Cuando volvió a alzar los ojos, no estaba. Un poco irritada por su propio interés, había circulado por la fiesta con la esperanza de verlo de nuevo, pero daba la impresión de haber desaparecido. Y entonces, justo cuando se había rendido, Emma la había llevado a un lado para presentarle a su hermano.
—Éste es Michael.
Rosalind había vuelto a mirar los mismos ojos grises y sosegados y el corazón le dio un vuelco.
Si Michael la había reconocido por la breve y ardiente mirada que intercambiaron, no dio señal de ello. Se mostró educado pero nada impresionado, y Rosalind, que había aprendido a aceptar sin cuestionar una admiración universal y absoluta, se había sentido molesta. Él había irradiado un leve aire de desaprobación, un ligero deje de burla en su voz, que la irritó. ¿Quién era Michael Brooke para mostrar desaprobación? No era atractivo; no era encantador. Sólo era el hermano de una amiga del colegio. Entonces, ¿por qué le resultaba tan fascinante?
Por supuesto, su relación había estado predestinada desde el principio. Michael no pertenecía a su ingenioso y superficial mundo social; ella era una criatura extraña y exótica en el suyo. Cuando llegó el momento, descubrieron que no tenían absolutamente nada en común. Sin embargo… Rosalind no pudo evitar recordar cómo las diferencias existentes entre ellos se habían disuelto en cuanto se tocaron. Cinco años después, aún podía sentir el cosquilleo de excitación que le había recorrido la espalda cada vez que Michael apenas la rozaba.
Casi contra su voluntad, СКАЧАТЬ