El jeque rebelde. Heidi Rice
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Название: El jeque rebelde

Автор: Heidi Rice

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Bianca

isbn: 9788413489131

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СКАЧАТЬ estrella fugaz le iluminó el rostro y a Kasia se le hizo un nudo en el estómago al reconocerlo.

      –¿Príncipe Kasim?

      Rey de Kholadi. Había asistido a la boda de Zane y Cat cinco años y medio antes. Kasia había oído muchos rumores acerca de aquel hombre: era el hijo ilegítimo del viejo jeque y una de sus concubinas, que había sido expulsado de palacio de niño, cuando Zane, el heredero legítimo, había sido apartado de su madre, que vivía en Estados Unidos, para que volviese a Narabia de adolescente. Contaban que Kasim había llegado a la tribu del desierto a la que pertenecía su madre y allí lo habían tratado con el mismo desdén hasta que se había ido abriendo paso en ella gracias a sus habilidades como guerrero, que había ido perfeccionando al tiempo que se hacía hombre.

      A ella le había encantado oír aquellas historias, tan emocionantes y dramáticas, y había visto a Kasim como a un mito, poniéndolo definitivamente en un pedestal tras verlo en persona por primera vez con diecinueve años, en la boda de Zane y Cat.

      Kasim había llegado a palacio vestido con la túnica tradicional negra, seguido por su guardia de honor, y había hecho que se le cortase la respiración a ella y a todas las chicas y mujeres del lugar. Era alto, arrogante, imponente, parte guerrero, jefe, todo hombre, y mucho más joven de lo que ella había esperado. Por aquel entonces debía de haber tenido unos veinticinco años, ya que se había convertido en jefe de los kholadis con tan solo diecisiete. Y, tras años enfrentándose a su propio padre, había negociado una tregua con Narabia cuando Zane había llegado al trono.

      Tras observarlo de lejos durante la boda y alguna otra visita oficial antes de marcharse a Cambridge, Kasia había llegado a obsesionarse con el príncipe guerrero. Sus proezas con las mujeres eran casi tan legendarias como su capacidad en el combate y su agilidad en la política. Kasim había sido un mito para ella, objeto de sus febriles deseos adolescentes, pero en esos momentos era solo un hombre.

      Sintió esa atracción que había estado intentando contener hasta entonces.

      Si lo llamaban «el jeque rebelde era por algo.

      Lo observó, incapaz de creer que lo hubiese apuntado con una pistola. Menos mal que no le había disparado. A pesar de su mala reputación, era un príncipe del desierto. Además, la había rescatado de una tormenta de arena.

      Lo vio parpadear.

      Sus ojos color chocolate se clavaron en ella y Kasia sintió todavía más calor entre los muslos.

      –¿Principe Kasim, está bien? –le preguntó en inglés.

      Repitió la pregunta en narabio, por si acaso.

      Él volvió a gruñir y Kasia se fijó por primera vez en que estaba sudando y parecía aturdido.

      –Me llamo Raif –replicó–. El único que me llama por mi nombre narabio es mi hermano. Y no, no estoy bien. Me has disparado.

      ¿La bala le había dado?

      La noche cada vez estaba más oscura, pero Kasia apartó su túnica para buscar en su piel, llena de cicatrices.

      Pasó los dedos por su pecho, sintió que él se ponía tenso y siguió recorriendo sus costillas y después sus hombros en busca de la herida. Tocó un líquido viscoso. Apartó la mano y se la miró horrorizada. El olor metálico invadió la silenciosa noche.

      Kasia volvió a jurar, utilizando la misma palabra que la había hecho sentirse empoderada unas horas antes, cuando se había visto sola en el desierto, con el todoterreno averiado.

      En esos momentos estaba sola en el desierto con un hombre herido. Un príncipe guerrero que la había salvado y al que ella había disparado.

      Jamás se había sentido menos empoderada en toda su vida.

      Capítulo 3

      TÚ NO ERES mi hijo, no eres el hijo de nadie. Solo eres un parásito, una rata, nacido por error».

      El recuerdo hizo que Raif se sacudiese. Volvió a ver el rostro de su padre, la cruel curva de sus labios, el desprecio de sus ojos negros, la frialdad de las únicas palabras que le había dirigido en toda su vida.

      «Te he alimentado y te he vestido durante diez años. Ya eres un hombre, ya no eres mi responsabilidad. Vete».

      –No… –gritó desesperado.

      La bofetada de su padre le resonó como el disparo de un fusil, aunque en esa ocasión no le dolió en la mejilla, sino en el brazo. Cambió de postura, intentando escapar de las crueles palabras, de los amargos recuerdos.

      –Shhh… Está teniendo una pesadilla, príncipe Raif. Todo va bien, de verdad, es solo una herida superficial.

      Él se quedó dormido mientras alguien le susurraba en inglés.

      –No soy un príncipe, soy una rata –respondió en el mismo idioma.

      La noche olía a jazmín, a especias y a sudor femenino. Él intentó concentrarse en la sensación de placer, permitió que fluyese por su cuerpo, que aliviase el dolor que siempre le provocaba en el corazón aquella pesadilla.

      «No eres una rata. Eres un príncipe… Y un hombre, no un niño al que no quieren».

      Intentó enterrar sus propios pensamientos, consciente, a pesar del agotamiento, de que no debía admitir su debilidad delante de nadie.

      Unos dedos suaves le tocaron la barbilla. Entonces, algo frío se apretó contra sus labios.

      La mujer volvió a hablar, pero él no pudo oír lo que le decía porque tenía un zumbido en los oídos.

      El sabor a agua fresca invadió todos sus sentidos. Abrió la boca y el líquido alivió su garganta seca.

      –Despacio o te atragantarás –le advirtió la voz con menos suavidad, con firmeza y seriedad, lo que le gustó todavía más.

      Entonces, dejó de darle agua.

      Él abrió los ojos con dificultad porque los párpados le pesaban como si tuviese dos piedras pegados a ellos.

      Y el placer fue a parar a su ingle.

      –¿Quién eres? –le preguntó en kholadí.

      La visión era exquisita, parecía un ángel, con las mejillas sonrosadas, el pelo oscuro y unos enormes ojos del color del ámbar.

      «Te deseo».

      ¿Lo había dicho en voz alta?

      –No puedo entenderle, príncipe Raif. No hablo kholadí –él no entendió que la mujer mezclase su título de Narabia con su nombre tribal.

      –Eres bella –susurró en inglés.

      Deseó tocar su piel y ver si era tan suave como parecía, deseó agarrarla de la barbilla y hacer que sus labios tocasen los de él, pasar la lengua por el arco de Cupido de su labio superior, pero levantó la mano y sintió un dolor punzante en el brazo.

      –Túmbese y duerma, СКАЧАТЬ