El jeque rebelde. Heidi Rice
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Название: El jeque rebelde

Автор: Heidi Rice

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Bianca

isbn: 9788413489131

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СКАЧАТЬ arena, hasta que, por fin, agotada, Kasia dejó de sentir pánico y se sintió protegida bajo el cuerpo fuerte de aquel hombre.

      ¿Sería el síndrome de Estocolmo? Estaba tan cansada que no podía ni pensar.

      Cerró los ojos, dejó sin fuerza el cuerpo y volvió a sentirse como cuando era pequeña. Salvo que, en esa ocasión, no estaba sola e indefensa, su madre no la acababa de abandonar, sino que tenía a su alrededor unos brazos fuertes.

      Capítulo 2

      KASIA despertó entre sacudidas. Notó frío en la cara y un peso en la espalda que la asfixiaba y la reconfortaba a la vez. Abrió los ojos y sintió que se le cortaba la respiración.

      El horizonte estaba teñido de rojo y la luz de las estrellas salpicaba el cielo sobre su cabeza. Varias estrellas fugaces iluminaron las dunas del desierto. A Kasia le temblaron las piernas y se dio cuenta de que iba montada a caballo.

      Entonces recordó.

      ¡Estaba secuestrada!

      Secuestrada por el hombre que cuyo fuerte brazo la sujetaba por la cintura. Y cuyo cuerpo le transmitía calor.

      Volvieron también los sueños poco apropiados que había tenido con él. Intentó apartarlos de su mente y mover los brazos.

      El síndrome de Estocolmo se había terminado.

      Oyó un gruñido cerca de su oreja y fue consciente del silencio de la noche, del frío de la brisa. La tormenta había pasado.

      Y ella estaba sola, en medio del desierto, con un bandido que la había capturado. Y también la había salvado, pero ¿por qué?

      Fuese cual fuese el motivo, tenía que liberarse de él.

      Los cascos del caballo golpearon el suelo con fuerza mientras subían una colina. Kasia vislumbró un oasis abajo, en el valle. El caballo empezó a descender la cuesta con paso seguro. El agua reflejaba la puesta de sol, rodeada de palmeras y numerosas plantas. Oyó la respiración de su captor y se le aceleró el corazón.

      Se preguntó si estaba excitado. ¿Cómo iba a saberlo? Kasia nunca había estado entre los brazos de un hombre excitado antes.

      «Céntrate, Kasia, por favor».

      Sintió los dedos entumecidos cuando se agarró a la silla, le ardían los muslos después de haber estado, probablemente, varias horas subida a aquel caballo. También le dolía la piel y los ojos, a los que les había llegado la tormenta de arena.

      Tragó saliva e intentó aclarar su mente e idear un plan.

      Si aquel hombre la había salvado de la tormenta, tal vez no quisiera hacerle daño, y ese podía ser un buen momento para empezar a hablarle.

      –Gracias por haberme salvado de la tormenta –le dijo, intentando hablar con autoridad–. Soy muy amiga de la reina y estoy segura de que le recompensará por llevarme de vuelta a palacio.

      Él no respondió, su cuerpo siguió pegado al de ella mientras el caballo se acercaba al borde del agua. Kasia vio una tienda muy grande entre un grupo de árboles. El caballo se detuvo delante de la tienda y ella pensó que se le iba a salir el corazón por la boca.

      El aroma a agua fresca disipó el hedor del caballo y el olor salado del hombre. Kasia lo empujó con el hombro y liberó sus brazos.

      Él volvió a gruñir, pero ella no sintió miedo.

      Era un hombre grande y muy fuerte, capaz de viajar a caballo muchos kilómetros para escapar de una tormenta, pero el modo en que la estaba sujetando no le resultaba amenazador. Kasia se sintió protegida.

      Salvo que volviese a ser por culpa del síndrome de Estocolmo.

      No había hecho ademán de lastimarla. Así que Kasia se aferró a su optimismo, fuese una locura o no, y repitió en narabio la promesa de una recompensa, pero siguió sin obtener respuesta.

      Siguieron a lomos del caballo, en silencio, Kasia muy consciente de cada movimiento del cuerpo que había pegado al suyo.

      Sintió deseo. ¿Cómo era posible? Si ni siquiera sabía si era una buena persona o no.

      Él se movió de nuevo, apartó la mano de su cintura y se dispuso a desmontar.

      Kasia se aferró al caballo haciendo fuerza con las rodillas y agarrándose a la silla. Notó cómo el hombre se deslizaba hacia el suelo y lo golpeaba con todo su peso.

      Ella miró hacia abajo y lo vio tumbado debajo del caballo.

      –Tranquilo, chico –le dijo al caballo, por miedo a que este se asustase y le pisase la cabeza.

      ¿Cómo era posible que se hubiese caído del caballo? ¿Estaría dormido? ¿Era ese el motivo por el que no la había respondido? Debía de estar todavía más cansado que ella después del recorrido.

      Se sintió aliviada y confundida a partes iguales.

      Se inclinó sobre el cuello del animal y agarró las riendas. No había montado a caballo desde que se había marchado de Narabia al Reino Unido a estudiar. Nunca había montado uno tan enorme, pero antes de golpearlo con los talones, volvió a mirar hacia el suelo. El hombre no se había movido, seguía tendido en el suelo. Ella relajó las piernas y, en vez de espolear al animal, se bajó de él.

      Tal vez estuviese loca, tal vez fuese optimismo acompañado de una buena ración de romanticismo, pero no podía dejarlo allí solo. No después de haber pasado varias horas durmiendo entre sus brazos mientras él la apartaba del peligro.

      Aterrizó al otro lado del animal, agarró las riendas y lo apartó del cuerpo inerte del jinete.

      Intentó llevarlo hacia la tienda, pero el animal no se movió.

      –¿No quieres dejarlo solo, verdad?

      El animal balanceó la cabeza, como si estuviese asintiendo.

      «Por favor, Kasia. Los caballos no saben hablar».

      Soltó las riendas y se acercó al hombre con cautela a pesar de que no se había movido. A lomos del caballo le había parecido enorme y tumbado en el suelo se lo seguía pareciendo.

      Una estrella fugaz iluminó la oscuridad del cielo y Kasia dio un grito ahogado cuando iluminó al hombre. El pañuelo negro que cubría su cabeza, la nariz y la boca se le había caído. Tenía el pelo grueso y oscuro, empapado de sudor, y era tan guapo que su belleza le cortó la respiración.

      La imagen se le quedó clavada en las retinas mientras se volvía a hacer la oscuridad. Tenía los pómulos marcados, las cejas negras, la piel morena y unos rasgos perfectos. Una barba de varios días le cubría la parte baja del rostro, pero, incluso así, Kasia no había visto nunca a un hombre tan guapo. Ni siquiera el jeque Zane le hacía sombra.

      «¿Qué importa que parezca una estrella de cine, Kasia? Es un bandido».

      Un bandido que habría podido ser una estrella de cine y que la había salvado.

      Hizo СКАЧАТЬ