Название: Los Hermanos Karamázov
Автор: Fiódor Dostoyevski
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Colección Oro
isbn: 9788418211409
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Algunos aseguraban que cuando Fiódor recibió la noticia se volvió loco de contento.
Otros, en cambio, decían que lloró como un chiquillo.
Tal vez ambas partes tuvieran razón.
Capítulo II
El lector puede imaginarse qué clase de padre y de educador habría de ser un hombre semejante.
Como era fácil prever, abandonó al hijo que había tenido con Adelaida. No porque lo detestase particularmente, o porque tuviese dudas acerca de su autenticidad, sino sencillamente porque se olvidó de él sin motivo alguno.
Y mientras importunaba a todos con sus jeremiadas y convertía su casa en una tertulia de depravados, fue un criado, el fiel Grigori, quien tomó la tutela del pequeño Mitia.
Al principio, ni los parientes de la madre se cuidaron del pequeñuelo. El abuelo había muerto ya, la abuela estaba gravemente enferma y las tías se habían casado.
Por tanto, Dmitri vivió durante un año entero en casa de Grigori. Sin embargo, un primo hermano de Adelaida, Piótr Aleksándrovich Miúsov, llegó luego de París.
Era Miúsov un hombre muy joven todavía, bastante instruido, formado, por decirlo así, en el extranjero; un europeo que debía acabar en la piel de un gran liberal.
Por aquella época tenía la estrecha amistad con los hombres liberales más ilustres de la época, tales como Proudhon y Bakounine. Más tarde gustaría de contar las tres grandes jornadas de la revolución de febrero de 1848, dejando entender que también él había estado detrás de las barricadas...
Su hacienda estaba cerca del convento que hemos mencionado anteriormente, y con el cual, es decir, con los padres que lo habitaban, sostenía un pleito desde su juventud, pleito interminable, acerca de los derechos que aquellos pretendían tener a cazar y pescar dentro de las posesiones de Miúsov, derechos que este negaba en absoluto.
A decir verdad, a él poco le importaba que cazasen o no en sus tierras; pero creía un deber suyo molestar a los clericales tanto como pudiese.
Cuando supo lo sucedido entre su prima y Fiódor, se disgustó sobremanera, y sospechando que Dmitri llegaría a ser un verdadero desgraciado si se quedaba por completo al cuidado de su padre, se interpuso entre este y el niño, y consiguió encargarse de su educación. Ya que Fiódor era el tutor natural, logró hacerse nombrar curador, puesto que le quedaba al niño una pequeña propiedad como herencia de su madre.
Miúsov dejó a Mitia en casa de una tía que tenía en Moscú, y se volvió a París por una larga temporada pero, con el estrépito de aquella famosa revolución, acabó por olvidarse también del pequeñuelo. La tía en cuya casa estaba murió, y de allí pasó Mitia al poder de una prima, cambiando después, de esta manera, de asilo tres o cuatro veces.
La adolescencia y la juventud de Dmitri Fiódorovich fueron, como puede suponerse, bastante desordenadas.
Sin terminar sus estudios entró en una escuela militar, fue enviado al Cáucaso, obtuvo grados, se batió en duelo, fue degradado por aquel hecho, volvió a conquistar sus galones, y pasó algún tiempo gastando, relativamente, bastante dinero.
Como no recibió de su padre ningún recurso antes de su mayoría de edad, hasta esa fecha vivió contrayendo deudas.
Fue entonces, al alcanzar su emancipación, cuando conoció a su padre, al cual fue a buscar para poner en claro algunos asuntos relacionados con sus intereses.
El padre le hizo una feísima impresión, por demás desagradable.
Dmitri se avino a tomar de momento cierta suma, y a recibir una pensión que su padre le señaló.
Fiódor comprendió desde el primer momento que su hijo lo suponía mucho más rico de lo que era: vio en él un joven violento, ligero de cascos pero bonachón al mismo tiempo, y creyó que le sería difícil contentarlo con pequeñas sumas dadas de vez en cuando, sin llevar una contabilidad rigurosa.
Tal fue la vida que llevó Dmitri durante cuatro años, al cabo de los cuales su padre le hizo saber que ya le había entregado todo lo que le pertenecía, y que no estaba, por tanto, dispuesto a darle más.
Este desacuerdo fue lo que produjo la catástrofe, cuya narración comprenderá la sustancia de este trabajo.
Pero antes de proseguir, resulta preciso dar algunas explicaciones acerca de los otros dos hijos de Fiódor Pávlovich.
Capítulo III
Fiódor Pávlovich, tras desembarazarse de Dmitri, se casó nuevamente poquísimo tiempo después.
Su segunda mujer, Sofía Ivánovna, vivía en otra comarca a la cual iba Fiódor con frecuencia para asuntos comerciales y agrícolas.
Huérfana de un diácono pobre, había sido recogida por la viuda del general Vorokha.
Fiódor continuaba siendo el mismo hombre disoluto de siempre y, a poco de haberse casado por segunda vez, volvió a su vida licenciosa y corrompida.
Sofía padecía una enfermedad nerviosa que, a veces, le hacía perder la razón.
Al año de matrimonio tuvo el primer hijo, Iván. Alekséi nació tres años más tarde.
Cuando Sofía murió, les tocó a estos dos niños la misma suerte que a Dmitri anteriormente, y a no ser por el abnegado Grigori, Dios sabe lo que hubiera sido de ellos.
Fue allá, en casa del antiguo sirviente, donde los encontró y se compadeció de ellos la viuda del general.
Tres meses después de la muerte de Sofía, fue la generala a casa de Fiódor Pávlovich. Poco tiempo estuvo allí, una media hora a lo sumo; pero, en tan corto espacio, hizo muchísimas cosas.
Era de noche. Fiódor Pávlovich, que después de su segundo matrimonio no había vuelto a ver a la viuda del general, se hallaba embriagado cuando esta entró, y, según afirman, sin que mediara ninguna clase de explicación, agarró la anciana al borrachón por los cabellos y, después de zarandearle durante largo tiempo, le sacudió unas cuantas bofetadas y se marchó sin decir palabra.
De allí se fue a casa de Grigori, tomó los dos pequeñuelos, que estaban sucios, demacrados y tristes, los cubrió con su abrigo de viaje, los metió dentro de su coche y partió con ellos al instante.
Fiódor se alegró de aquel suceso, y hasta celebró y dio cuenta a todo el mundo de los bofetones que había recibido.
También murió la viuda del general al poco tiempo, dejando en su testamento mil rublos para cada uno de los dos muchachos, consignando, no obstante, que aquella suma debía ser consagrada íntegramente a la educación de los chicos. “Creo —decía la tostadora en el documento—, que esta cantidad bastará para pagar sus estudios hasta que sean hombres; mas, si no fuese así, ruego a mis herederos no los desamparen”.
Poca fuerza hubiera hecho un ruego si los herederos de la generala hubiesen sido personas despreocupadas y egoístas; pero, por fortuna, el principal de ellos era un hombre honradísimo, un tal Efim Petrovitch Polienof.
Viendo este que no podía esperarse nada de Fiódor Pávlovich, se encargó él, personalmente, СКАЧАТЬ