Molly dejó el teléfono en el suelo y asomó la cabeza por encima del colchón. No había nadie. A menos que estuviera agachado y escondido por entre las sombras de la colina. A menos que estuviera bajando la ladera, dirigiéndose hacia la puerta trasera de su casa.
Estaba cerrada con llave. Molly estaba casi segura de que la había cerrado.
Fue calmándose un poco. El miedo empezaba a ser manejable. Tenía que abrirle la puerta a Ben, y él iba a llegar en cualquier momento.
Se puso en pie, pero permaneció agachada mientras avanzaba hacia la puerta. Cuando llegó al pasillo, encendió la luz para no tener que seguir a oscuras y toparse con el malo de la película en cuanto torciera cualquier esquina. Miró hacia las escaleras y no vio nada fuera de lugar.
—Bien —susurró, aunque abajo estaba un poco oscuro para su tranquilidad.
De repente, vio pasar una sombra por delante de la ventana del salón; fue un movimiento leve, oscuro y sinuoso.
—Que sea la rama de un árbol, por favor.
Entonces vio una luz roja. Otra azul. Y otra roja.
—Ben —jadeó, y salió corriendo hacia las escaleras—. Ben, Ben, Ben.
Él llamó a la puerta con fuerza en el mismo momento en que ella llegaba al vestíbulo.
—¡Molly! —gritó, y ella abrió la cerradura con las manos temblorosas. En cuanto la vio, la tomó entre sus brazos—. ¿Estás bien?
Ella asintió en su pecho mientras él la hacía retroceder hacia el vestíbulo y cerraba la puerta tras ellos.
—Sí, estoy bien —respondió. Ben le daba seguridad y calor. Sus miedos le parecieron una bobada y algo muy lejano.
—Frank viene para acá. Tengo que asegurarme de que todo está seguro en la casa, y después inspeccionaré los alrededores por si acaso.
Ella se aferró a él.
—Tal vez no esté segura si me quedo sola.
—Molly…
—Sí, ya lo sé. Eres policía. Es que…
Ella quería que se quedara, solo que se quedara. Que la acostara y que la calmara hasta que pudiera volver a dormirse.
—Voy a comprobar las ventanas y las puertas, y después, me vas a enseñar dónde lo viste.
Molly siguió a Ben por todas las habitaciones, mientras él miraba todas las cerraduras y los pestillos. Incluso bajaron al sótano, pero ella se quedó en el primer escalón, con los músculos vibrando de nerviosismo y de miedo. Contuvo el aliento hasta que él subió de nuevo, y claramente, entero.
Cuando Ben pasaba por delante de ella, se oyó una voz.
—¡Ya estoy aquí, Jefe!
—Espérame —dijo Ben a través del walkie talkie, mientras Molly intentaba que se le calmaran los latidos del corazón—. Vamos a subir —le dijo a ella.
En cuanto estuvieron en el dormitorio, Molly tomó su bata y se la puso. Ben recogió el auricular del suelo y lo colgó mientras suspiraba de cansancio.
—Bueno, dime lo que has visto.
Ella se lo explicó lo mejor que pudo, pero a medida que hablaba se sentía más y más ridícula. Sin embargo, Ben la escuchó con seriedad y atención. Entonces se marchó, después de haber registrado todas las habitaciones del piso superior.
Molly vio los rayos de las linternas moviéndose mientras Ben y su refuerzo recorrían el jardín y salían de camino al sendero.
Tener allí a Ben la había calmado, pero no del todo. Se sentía insegura. Había visto a alguien, a un hombre. Y solo se le ocurría un nombre.
Tendría que hablarle a Ben de Cameron, explicarle quién era y por qué sospechaba de él. Pero, ¿de verdad Cameron había sido capaz de hacer algo así? Parecía algo demasiado… discreto para él. No había nadie que lo viera y que le diera unas palmadas en la espalda. Nadie que pudiera testificar que sus intenciones eran totalmente inocentes.
Sin embargo, ¿qué otra persona podía ser?
Molly descolgó el auricular y marcó el número de su casa.
—Sargento Kasten —dijo él, con la voz ronca, pero con la atención suficiente como para mencionar su cargo en mitad de la noche.
—Cameron, ¿dónde estás?
—¿Cómo?
—¿Dónde estás? —repitió ella.
—¿Molly? Son las tres y media de la madrugada. Estaba durmiendo. En la cama.
—Pon la televisión.
—¿Por qué?
Ella no iba a dejarse engañar con algún truco tecnológico.
Era muy fácil desviar las llamadas a otro teléfono.
—Enciende esa enorme televisión que está a dos metros de tu cama. Ahora mismo.
—¡De acuerdo! ¿Qué es lo que ocurre?
Hubo un ruido al otro lado de la línea, y después se oyó el inconfundible sonido de la principal cadena de deportes del país. Cameron estaba en casa.
—De acuerdo —susurró ella, y sintió varias emociones distintas, aunque ninguna de ellas identificable.
—¿Qué demonios pasa? ¿Estás bien?
—Sí. Lo siento. Adiós, Cameron.
Colgó el teléfono, y después lo pensó mejor, volvió a descolgar y dejó el auricular sobre la mesilla. Cuando comenzó el pitido, lo metió bajo su almohada. Cameron iba a estar llamándola toda la noche si no tomaba precauciones, y entonces sí que tendría que darle explicaciones a Ben.
Molly bajó a la cocina y se tomó una taza de vino para recuperar fuerzas. Después se sentó a la mesa para esperarlo. No podía hacer otra cosa.
Si no había sido Cameron, ella no tenía ninguna pista. Aunque él había actuado de una manera extraña en varias ocasiones, nunca había empujado a ninguno de los otros chicos a que la acosara físicamente, porque podía arriesgarse a delatar sus verdaderas intenciones.
Le pareció que pasaba una eternidad hasta que apareció Ben, pero en realidad solo habían pasado quince minutos. Corrió a abrir la puerta, y cuando él entró en la casa, llevó consigo el olor a nieve. Tenía pequeños cristales brillantes en el pelo y en los hombros.
—¿Lo habéis encontrado? —le preguntó ella mientras volvía a cerrar la puerta.
—No, ahí arriba no hay nada. El camino está seco, y no empezó СКАЧАТЬ