La primera vuelta al mundo. José Luis Comellas García-Lera
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      Una pregunta ingenua: si no parece existir ese paso, ¿por qué no conquistar América y construir barcos en el Pacífico? La empresa no era fácil, y exigía largo tiempo. De hecho, después de 1525, todas las expediciones españolas al Pacífico se realizaron desde las costas occidentales americanas, primero desde México, luego, en la segunda mitad del siglo XVI, desde Perú. De momento, tal empresa era irrealizable, por más que los españoles hicieron la hombrada increíble de transportar un pequeño navío —eso sí, convenientemente despiezado— a hombros desde el Atlántico al Pacífico, a través del istmo de Panamá. Pero el tiempo urgía, y no podía esperarse a la pacificación y control de aquellas remotas costas. En octubre de 1515 salió de Sanlúcar una pequeña flota de tres carabelas ligeras, comandadas por el experto Juan Díaz de Solís, con el propósito de encontrar un paso a través del Nuevo Continente y alcanzar así el mar del Sur. Deberían llegar a «las espaldas de Castilla del Oro», es decir, a las costas ecuatoriales por detrás de América, y de allí navegar todo lo posible hacia el oeste, procurando calcular «la longitud del meridiano», para no introducirse en zonas asignadas por derecho a Portugal, y, una vez avistadas nuevas tierras, dar cuenta de lo encontrado.

      ¿Qué era lo que los españoles esperaban descubrir en el océano Pacífico, cuando los portugueses habían llegado ya a Malaca? Muy particularmente las islas de la Especiería o del Maluco; y por supuesto, otras tierras que aún no habían sido descubiertas. Las especias habían cobrado un valor enorme en la Europa del Renacimiento, como condimento de supremo lujo en las comidas, y por su capacidad de conservar los alimentos, especialmente la carne, en un tiempo en que no podía ni soñarse en los frigoríficos. Puede parecer demencial que el valor de un kilo de clavo fuese relativamente comparable al de un kilo de oro, e incluso hoy mismo seguimos sin poder explicar racionalmente por qué valía tanto un kilo de clavo, y por qué vale ahora mismo tanto un kilo de oro. Las especias son hoy un producto relativamente abundante y comparativamente mucho más barato, pero entonces constituían un verdadero tesoro. Y si los portugueses habían llegado al final de su hemisferio, las todavía más orientales islas del Maluco podían corresponder al área española, de acuerdo con las zonas de influencia acordadas en Tordesillas. En suma, lo que quiso hacer Díaz de Solís era lo mismo que cuatro años más tarde quiso hacer Magallanes. Con una diferencia: la de Solís era una expedición ligera, destinada solo a descubrir y traer luego la venturosa noticia... si se producía.

      La navegación fue efectivamente venturosa y en las últimas semanas del mismo año 1515 costeó Solís América del Sur, hasta llegar, en enero de 1516, a un profundo entrante: ¡podía ser el estrecho que se buscaba! La costa, que dibujaba al principio una amplia bahía de cientos de kilómetros de ancho, se iba estrechando progresivamente. Era, fácil resulta adivinarlo, el estuario del Plata, entre lo que ahora se llaman Argentina y Uruguay. Solís fue el primer europeo que puso su pie sobre aquellos dos países Un indicio no muy prometedor: el agua hasta entonces azul del Atlántico se iba aterrando progresivamente hasta hacerse parduzca, como la de un río de llanura. Y un detalle menos esperanzador todavía: aquella agua se hacía cada vez más dulce, como la que había bebido Colón en el golfo de Paria. Solís la llamó «Mar Dulce». Su esperanza se mantenía, a pesar de todo. Un enorme río sin corriente bien podía comunicar dos mares. Las carabelas ligeras podían navegar por aguas poco profundas. Varias veces desembarcaron Solís y los suyos en aquellas tierras bajas y desconocidas. Habiendo encontrado algunos indicios alentadores, tomaron tierra en la orilla norte, y entonces se produjo la tragedia. El grupo desembarcado se vio sorprendido por un ataque de los indios, hoy se cree que guaraníes, que sorprendieron a Solís y los suyos, los mataron, los despedazaron y se los comieron gustosamente a la vista de los tripulantes de las carabelas que, desarmados y horrorizados, nada pudieron hacer para evitar aquella carnicería. Los supervivientes, sin mandos cualificados, huyeron de semejante horror. Consiguieron llegar a España a fines de 1516. Justo entonces moría Fernando el Católico.

      UN NAVEGANTE PORTUGUÉS Y UNA RUTA ESPAÑOLA

      Transcurrieron unos años poco definidos. En España, los problemas ultramarinos quedaron hasta cierto punto relegados por los problemas internos. Es posible que la reina Juana, ya viuda de Felipe el Hermoso, estuviera menos loca de lo que se decía, pero era evidente que no tenía la energía y el talento ncesarios para hacerse con el poder. El heredero era su hijo, Carlos de Gante, que residía en Flandes, y que tenía a la sazón más deseos de llegar a emperador de Alemania —y, por dignidad simbólica el más respetable monarca de Europa— que rey de España. Con todo, para entronizarle en Castilla y Aragón era preciso esperar a su mayoría de edad. El regente, cardenal Cisneros, era un hombre anciano, pero inteligente y enérgico. Hubo de esforzarse en contener los deseos de la nobleza que deseaba recuperar parte del poder perdido bajo el dominio de la poderosa y bien organizada monarquía de los Reyes Católicos, y apenas tuvo tiempo de ocuparse de América. Es más, la misión de los Jerónimos para informar de la situación de las Indias fue desfavorable, en cuanto que los colonos solo pensaban en su provecho y no en la evangelización de las nuevas tierras, que tampoco hasta entonces habían rendido en la medida que se esperaba. Llegó a proponerse el abandono militar y político del Nuevo Mundo, para mantener solo la labor misional. Cuando llegó el nuevo monarca, Carlos I, un joven de 17 años, que soñaba en imperios y hazañas caballerescas, fue replanteado el tema de qué cabía hacer con las inmensidades del Nuevo Mundo, la posibilidad de su conquista y de su colonización, sin abandonar la misión evangelizadora. Por otra parte, muchos colonos estaban descontentos por el ambiente que les rodeaba en las tierras descubiertas por Colón. No había llegado el momento de conocer las posibilidades inmensas de América, algunos hablaban de «tierra de perdicion», y parecían dispuestos a regresar. Aun no existía un plan concreto sobre América y la tarea que se imponía a España, cuando llegó un hombre con ideas enormemente sugestivas sobre la posibilidad de llegar todavía más lejos que el Nuevo Mundo.

      La figura y la idea de Fernando de Magallanes

      Más de la mitad de los relatos de la primera vuelta al mundo son intencionalmente biografías de Magallanes. Es natural que dediquen buena parte de sus relatos a contar los orígenes, la formación y la vida del marino portugués. En este libro no parece necesario repetir una vez más todo lo sabido, que es mucho y muy prolijo, y ocupa buena parte de los textos. Basta ahora conocer tan solo en grado suficiente los aspectos más notables de la personalidad de aquel hombre notable, y los motivos que le llevaron a ponerse al servicio del rey de España para realizar una de las más grandes hazañas en la historia de los descubrimientos del mundo.

      Fernando de Magallanes nació en 1480, en Sabrosa, una población del interior de Portugal, pero pronto se trasladó a la costa y vivió el fragor aventurero de las grandes expediciones navales que entonces se estaban realizando para descubrir nuevas tierras. Joven todavía, consiguió embarcar en una de las 22 naves que en 1505 llevaba Francisco de Almeida, tripuladas por más de 1500 hombres, todos «gentes de guerra» —jamás se había visto empresa semejante— nada menos que con la pretensión casi cósmica de «conquistar la India». Magallanes tuvo ocasión de combatir en Mombasa, durante el costeo de África, y luego participó en encuentros guerreros de toda suerte en distintos puertos de la India, donde fue herido varias veces. Era un hombre arrojado, valeroso, hambriento de hazañas y dueño de una voluntad indomable. José de Arteche ve en él un hombre «impetuoso e irascible», lleno de «vitalidad y reciedumbre» y de una «inquebrantable tenacidad». Por sus hazañas de juventud diríamos que fue más guerrero que marino, pero la experiencia de repetidas navegaciones acabó haciendo de él uno de los mejores navegantes de su tiempo.

      En 1511 participó en la expedición organizada por el virrey Alburquerque destinada a la conquista de Malaca. Desde los tiempos de Marco Polo, ningún europeo había llegado tan lejos. Pero Marco Polo era un simple comerciante y aventurero, СКАЧАТЬ