La Regenta. Leopoldo Alas
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Название: La Regenta

Автор: Leopoldo Alas

Издательство: Ingram

Жанр: Современная зарубежная литература

Серия: biblioteca iberica

isbn: 9789176377185

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СКАЧАТЬ es un santo—añadía—pero no se puede creer nada de lo que se dice de doña Obdulia y él, ni lo de él y Visitación; y en cuanto a sus relaciones con los Páez, yo que soy amigo de corazón de don Manuel, y conozco a su hija desde que era así—media vara—protesto contra todas esas calumniosas especies.

      (Ronzal apuntó la palabra: él creía que se decía especias.)

      —¿Qué especies?—preguntó el Marquesito, que para eso estaba allí.

      —¿No lo sabes? Pues dicen que Olvidito está supeditada a la voluntad de don Fermín; que no se casa ni se casará porque él quiere hacerla monja, y que don Manuel autoriza esto, y....

      —Y yo juro que es verdad, señor don Álvaro—gritó Foja.

      —¿Pero cree usted, también que el Magistral haga el amor a la niña?

      —Eso es lo que yo no sé.—Ni lo otro—dijo Ronzal. Mesía le miró aprobando sus palabras con una inclinación de cabeza y una afable sonrisa.

      —Señores—añadió Trabuco, animándose—esto es escandaloso. Aquí todo se convierte en política. El señor Magistral es una persona muy digna por todos conceptos.

      —Díjolo Blas.—¡Lo digo yo!—Como si lo dijera el gato. Hubo una pausa. El ex-alcalde no era un Joaquinito Orgaz.

      Aquello de gato pedía sangre, Ronzal estaba seguro, pero no sabía cómo contestar al liberalote.

      Por último dijo:—Es usted un grosero. Foja, que sabía insultar, pero también perdonaba los insultos, no se tuvo por ofendido.

      —Yo lo que digo lo pruebo—replicó—; el Magistral es el azote de la provincia: tiene embobado al Obispo, metido en un puño al clero; se ha hecho millonario en cinco o seis años que lleva de Provisor; la curia de Palacio no es una curia eclesiástica sino una sucursal de los Montes de Toledo. Y del confesonario nada quiero decir; y de la Junta de las Paulinas tampoco; y de las niñas del Catecismo... chitón, porque más vale no hablar; y de la Corte de María... pasemos a otro asunto. En fin, que no hay por dónde cogerlo. Esta es la verdad, la pura verdad: y el día que haya en España un gobierno medio liberal siquiera, ese hombre saldrá de aquí con la sotana entre piernas. He dicho.

      El ex-alcalde entendía así la libertad; o se perseguía o no se perseguía al clero. Esta persecución y la libertad de comercio era lo esencial. La libertad de comercio para él se reducía a la libertad del interés. Todavía era más usurero que clerófobo.

      Aunque maldiciente, no solía atreverse a insultar a los curas de tan desfachatada manera, y aquel discurso produjo asombro.

      ¿Cómo aquel socarrón, marrullero, siempre alerta, se había dejado llevar de aquel arrebato? No había tal cosa. Estaba muy sereno. Bien sabía su papel. Su propósito era agradar a don Álvaro, por causas que él conocía; y aunque el presidente del Casino fingiera defender al canónigo, a Foja le constaba que no le quería bien ni mucho menos.

      —Señor Foja—respondió Mesía, seguro de que todos esperaban que él hablase—hay cuando menos notable exageración en todo lo que usted ha dicho.

      — Vox populi ...

      —El pueblo es un majadero—gritó Ronzal—. El pueblo crucificó a Nuestro Señor Jesucristo, el pueblo dio la cicuta a Hipócrates.

      —A Sócrates—corrigió Orgaz, hijo, vengándose bajo el seguro de la presencia de don Álvaro.

      —El pueblo—continuó el otro sin hacer caso—mató a Luis diez y seis....

      —¡Adiós! ya se desató—interrumpió Foja.

      Y cogiendo el sombrero añadió:

      —Abur, señores; donde hablan los sabios sobramos los ignorantes.

      Y se aproximó a la puerta.—Hombre, a propósito de sabios—dijo don Frutos Redondo, el americano, que hasta entonces no había hablado—. Tengo pendiente una apuesta con usted, señor Ronzal... ya recordará usted... aquella palabreja.

      —¿Cuál?—Avena. Usted decía que se escribe con h ...

      —Y me mantengo en lo dicho, y lo hago cuestión personal.

      —No, no; a mí no me venga usted con circunloquios; usted había apostado unos callos....

      —Van apostados.—Pues bueno ¡ajajá! Que traigan el Calepino, ese que hay en la biblioteca.

      —¡Que lo traigan! Un mozo trajo el diccionario. Estas consultas eran frecuentes.

      —Búsquelo usted primero con h —dijo Ronzal con voz de trueno a Joaquinito, que había tomado a su cargo, con deleite, la tarea de aplastar al de Pernueces.

      Don Frutos se bañaba en agua de rosa. Un millón, de los muchos que tenía, hubiera dado él por una victoria así. Ahora verían quién era más bruto. Guiñaba los ojos a todos, reía satisfecho, frotaba las manos.

      —¡Qué callada! ¡qué callada!

      Orgaz, solemnemente, buscó avena con h . No pareció.

      —Será que la busca usted con b ; búsquela usted con v de corazón.

      —Nada, señor Ronzal, no parece.

      —Ahora búsquela usted sin h —exclamó don Frutos, ya muy serio, queriendo tomar un continente digno en el momento de la victoria.

      Ronzal estaba como un tomate. Miró a Mesía, que fingió estar distraído.

      Por fin Trabuco, dispuesto a jugar el todo por el todo, se puso en pie en medio de la sala y cogió bruscamente el diccionario de manos de Orgaz, que creyó que iba a arrojárselo a la cabeza. No; lo lanzó sobre un diván y gritando dijo:

      —Señores, sostenga lo que quiera ese libraco, yo aseguro, bajo palabra de honor, que el diccionario que tengo en casa pone avena con h .

      Don Frutos iba a protestar, pero Ronzal añadió sin darle tiempo:

      —El que lo niegue me arroja un mentís, duda de mi honor, me tira a la cara un guante, y en tal caso... me tiene a su disposición; ya se sabe cómo se arreglan estas cosas.

      Don Frutos abrió la boca. Foja, desde la puerta, se atrevió a decir:

      —Señor Ronzal, no creo que el señor Redondo, ni nadie, se atreva a dudar de su palabra de usted. Si usted tiene un diccionario en que lleva h la avena, con su pan se lo coma; y aun calculo yo qué diccionario será ese.... Debe de ser el diccionario de Autoridades....

      —Sí señor; es el diccionario del Gobierno....

      —Pues ese es el que manda; y usted tiene razón y don Frutos confunde la avena con la Habana, donde hizo su fortuna....

      Don Frutos se dio por satisfecho. Había comprendido el chiste de la avena que se había de comer el otro y fingió creerse vencido.

      —Señores—dijo—corriente, no se СКАЧАТЬ