Si quieres, te acompaño en el camino. Eduardo Meana Laporte
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СКАЧАТЬ con el sonido del agua. Con el aflorar de mediaciones que amanecen el alma y lavan la vida.

      “Si quieres, te acompaño en el Camino”, nos dicen con compasión y ternura.

      Sí: solo desde el lugar del discipulado se reconocen las personas —y a veces las palabras, lugares, situaciones…— que son mediaciones de Dios. (Y no pasa por simpatías humanas ni acuerdos ideológicos: es el Espíritu el que ante esas mediaciones se agita dentro de nosotros, el que arde, el que sopla).

      Mediaciones de un Señor que acompaña, que se detiene a reinterpretar lo que nos pasa, a nutrirnos y se inclina a purificarnos. Pues a tanto llega ese amor. A salir a buscarnos.

      Mediaciones que son enseñanzas, palabras de la Escritura… y, muchas veces, personas, acompañantes, con vidas talladas por manos del artista divino; compañeros de pascuas, maestros de la vida de fe, puestos por un tiempo junto a nosotros para enseñarnos.

      A enseñarnos a crecer, a hacernos cargo de nuestra vida, caminando “de pascua vital en pascua vital”, o sea “pascuando”.

      Pues si es crecer, será haciendo caminos. Si no es crecer, no será “caminos”: será atajo súbito… será disfraz externo, será ficción artificiosa, será guión forzado, y allí no habrá compañía de Dios; pues no hay trayecto. Y Dios es aquel que se ha manifestado en la historia cursando trayectos. Dios acompaña historia pues crea historia. Lo que no es historia real, pues es un artificio, no viene de Dios. En lo que no es lento, parido, acompañado, caminado, no se ven las huellas de la compañía de Dios. Pero cuando es real, hay caminos. Y hay compañía.

      Por eso, las personas-mediaciones de Dios nos acompañan como expertas en caminos, como cartógrafas y baqueanas. Y son caminos no “fuera de la carne y la sangre”, sino caminos en la tierra, en la piel y en la historia. Caminos de Dios entre los hombres.

      Quienes acompañan a sus hermanos, son, por eso, ante todo, mediaciones.

      Que, como son discípulos, contagian discipulado, enseñan lo característico del discipulado: un tipo de sabiduría que a la vez adhiere a la persona del Maestro. Un conocimiento-amor, todo junto. Un saber-seguir, todo junto. Un caminar-amar, todo junto.

      Mediaciones que enseñen este caminar, solo pueden serlo quienes a su vez están muy enamorados del camino y su meta.

      Acompañar es testimoniar, contagiar y enseñar el gran amor del discípulo

      Por eso, no se empieza a “ser acompañante de la fe de los hermanos” primeramente desde técnicas, cursos, encuentros, por valiosos y pertinentes que sus contenidos sean para un momento dado de tu formación.

      No se acompaña presumiendo un grado académico -que siempre, integrado en sabiduría y caridad pastoral, podría sumar ciencia santa. Ni desde un cargo que per se otorgue el rol de acompañador. Ni desde la postura hecha pose —o sea, el “postureo”— de quien “sobreañade” a su ser y su creer un rótulo de guía, exterioridades de maestro de otros, y alguna condescendencia hacia un presunto andante desorientado.

      No… Desmontemos esas presunciones tentadoras.

      La compañía es la del que realmente es compañero. El acompañamiento es de quien realmente camina en la fe.

      El testimonio —la palabra iluminadora— es solo de quien realmente es mártir —testigo y víctima— de lo pascual del Señor en su “vidacamino”.

      El verdadero acompañante es auténtico y no vive de poses externas, no “posturea”: su ser, su vivir, su orar, su actuar, acompaña vidas y caminos, sin necesidad de discursearlo.

      Cuando emite palabras, solo está describiendo su propia experiencia de fe; como vemos que sucedía en el testimonio de los primeros de los nuestros.

      El acompañar de Pedro, de Pablo, en sus cartas, es poderoso, es testimonio de un amor que está sucediéndoles; es no un sobreañadido ni un rol extra, sino el resplandor de su experiencia de Cristo, pascuando sus vidas, reinterpretando sus historias, echando luz sobre su peregrinaje vital.

      A acompañar se comienza solo, siempre, siendo discípulo silencioso.

      Se comienza siendo María de Betania, eligiendo escuchar, eligiendo atender, eligiendo lo único necesario. Eligiendo al Señor.

      Eligiendo la vida cristiana escondida, las raíces, vida de amor y oración; allí donde el árbol de tu entrega puede tener su sostén posible, su resistencia de invierno, su fertilidad de décadas.

      Se comienza a ser acompañante, solo, siempre, haciendo la rumia de la propia vida, como María de Nazaret, muchos años, en tu propio corazón. Las espadas que atraviesan tu alma, sobre todo, deben ser meditadas. Pues es allí donde la Compañía de Dios, que es desnuda y más allá de los sentidos, que es fiel y más allá de los tiempos del hombre, necesita ser aprendida por ti.

      Es imposible acompañar a los hermanos sin estar buscando el sentido del propio ser —a través del propio acompañamiento serio— en un Dios que no es obvio, que no habla con páginas al azar abiertas mágicamente en un libro de respuestas, un Dios inmenso más allá de nuestro pensar e imaginar, misteriosa y a veces dolorosamente callado, un Dios de tiempos suyos y largos, un Dios que evita las publicidades y elige alcanzar al hombre, pascuándolo, desde las profundidades inundadas de sus cavernas infrahumanas.

      Un oportuno “examen de conciencia” inicial

      Por todo lo anterior, quizás mi primer sinceramiento, y también tu primera decisión responsable, sea afrontar la pregunta acerca de si es este el momento de apuntar los propios vectores hacia la intimidad de “los otros”. A los que quizás se los puede ayudar de otros modos; pero cada uno de nosotros ha de preguntarse honestamente ante Él si este es el momento vital para situarse como alguien que se ofrece como un servidor, en nombre de Cristo y de la iglesia, para escuchar confidencias y orientar según el discernimiento del Espíritu Santo.

      ¡Espero que la recorrida por todo el libro te ayude a escuchar el llamado de Dios, y a conocer mejor tus fortalezas, tu don, tus sombras… y también, active y le dé nuevos contenidos a tu propia necesidad de buscar un buen acompañamiento!

      Suelo, intento, ser sincero conmigo mismo respecto a mis posibilidades, límites, épocas vitales. Por eso te recomiendo ese primer paso.

      Y si tú mismo no estás en caminos serios de discernimiento espiritual, oración contemplativa y autoconocimiento psicológico, reflexiona bien si, para acompañar personas en este tramo de tu vida, no has de tomar decisiones que te den paz e integridad interior. Pues, como san Agustín, te diría, quizás Dios te quiera dar otro regalo antes: Dios esté aguardándote… “en ti mismo”.

      En ese caso, es probable más bien que tu prioridad sea abrir, candado a candado, tu interior; y dejarte acompañar mejor. Buscar instancias, personas, puntuales unas, permanentes otras… espirituales unas, psicológicamente sabias las otras…, que, como antenas diversas que rodean y sitúan a un teléfono celular y le permiten mejor sintonía, te permitan hacer la experiencia de centrarte, volver al “Dios de tu vida”.

      Pues si no estás percibiendo allí su paso, si no vas leyendo desde allí -en una hermenéutica que lleva la vida- tus valles y montes, las lagunas putrefactas y los lagos transparentes que viene atravesando y alimentando el devenir de tu arroyito vital, si te lees estáticamente en términos de “estados de vida fijos” y no de un “paso a paso estilo Abraham” o un “ven y sígueme estilo Jesús”… ¿cómo podrás acompañar?

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