Si quieres, te acompaño en el camino. Eduardo Meana Laporte
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СКАЧАТЬ sólida, que me conoce.

      Siendo yo, simplemente, uno de los que sabemos algo del camino, tan lastimados.

      Uno de los que se dan cuenta de haber recibido tu don: ser acompañado y cobijado, protegido y cuidado.

      Porque miro hacia atrás, cierro los ojos y me doy cuenta.

      Cierro los ojos y me doy cuenta de que en algún quiebre oscuro me desvalijaron, me lastimaron.

      Porque el duro camino de la vida, como a mis hermanos, me puso en el borde del ser.

      Y por eso hoy comienzo “re-cordando” que tú me acompañaste.

      Me curaste en el camino.

      Que saliste al camino, tú, Amor más allá de las palabras.

      Y al reconocerte, al revelarte en mi existencia, puedo confesar tu nombre: saliste al rescate de los que estábamos perdidos, porque eres el amor de Dios que sale al encuentro del hombre, tú, Jesucristo.

      Dios-que-sales-al-encuentro. Tanto, que te haces hombre.

      Me doy cuenta y medito una vez más tu misterio radical de “Amor al salir al encuentro de nuestra humanidad”… contemplo el amor de la Trinidad misionado en ti; y me quedo callado, pues sé que, en esa inmensidad de designio, soy alcanzado, alcanzado personalísimamente como dice Pablo: Me amaste a mí.

      Me has acompañado a mí.

      Y solo así comencé a comprender que, en realidad, mi ser estaba en camino desde siempre en el corazón de Dios, configurado en ti.

      Por eso, me has encendido esa tibieza de tu compasión, solo tuya, esa experiencia de compañía; y la encendiste, y hoy la percibo al iniciar estas páginas, para hacerme compañero.

      Quieto, pacífico, pero convencido compañero; caminante desde lo más íntimo de mi identidad, y testigo de tu compasión, Dios querido.

      Sí, hermano, hermana. Compartiré estas reflexiones sencillas, aprendidas tanto al acompañar como de mis maestros, esperando que algunas te sumen vida, desde este humus permanente de memoria de la compasiva y educativa compañía de Dios.

      Por eso, desde el inicio memoro mi propio salir al encuentro de los demás en ocasiones especiales de mi vida… en el tratar de orientar y hacer crecer, en la Patagonia argentina, en almas devastadas, en el mundo del deporte, y en tantos espacios que me hizo Él cruzar.

      Venciendo ese miedo... Pues hay que vencer ese miedo, y hay que creer que en el otro hay “alguien que espera”.

      Pero que espera no la mera simpatía humana. No espera el encajar a cualquier precio. Espera de nosotros no el “acuerdo ideológico”. Sino que está esperando que uno esté presente, sereno, sin afán de poseer y conquistar. Presente…: pues uno se ha hecho hermano en esa opción existencial del caminar, también.

      Y que, llegado el momento lo que uno aporte sea… ese consuelo. La certeza de un consuelo. El secreto. El más millonario y único secreto personal: la propia fe, que es lo mismo que decir: el amor único.

      La certeza de haber sido alcanzado, curado, alimentado. Para poder decir: “Hay un amor, te rescata y te hace ser tú, nos acompaña, y es más grande que el mundo”.

      Ese ha sido todo mi mensaje.

      Hoy agradezco esta verdad que saboreo, saboreo al terminar mi Rosario con que quise prepararme antes de empezar a escribir: he sido tratado con compasión por el Dios que salió al camino.

      Y por María, que sale al camino. La María que inaugura travesías existenciales, la madre de la nueva identidad confiada, que por eso tiene un tesoro cuando sale de visita, la María silenciosa que porta al Niño. La que entrega al Niño y lo que su presencia desencadena ya desde la panza.

      Siempre percibo en la fe que me viene a visitar Aquel que no nos rechaza ni me rechaza, el que no nos discrimina ni me discrimina, el que no le hace asco a ninguna situación ni a mi situación, si es para “pascuarla”, si es para transfigurarla y repletarla y desbordarla de Vida. Viene, y ajusta su paso conmigo. Y con aquellos que acompaño.

      Me viene, nos adviene, el que me trata como un tú; me rescata, me ama. No me “maneja” como un caso, ni como “el destinatario de una acción estandarizada”, ni como “el objeto estadístico de un proyecto colectivo que se desarrolla también en mí”, ni el “rol complementario de un rol suyo que está circunstancialmente desempeñando”.

      Por eso, te pido que también, en el fondo de tu ser, mientras lees, dejes crecer esa memoria, y te sitúes ante ese Tú del Señor.

      Pues al comenzar este recorrido contigo, querido compañero de lectura, estoy serenamente agradecido, quieto, alcanzado, y me dejo bendecir por la confianza: aquí, el protagonista es el Señor.

      Me dejo alcanzar por la gratitud memoriosa, no en mi superficie, sino en mis capas más profundas, que se abren como dormida tierra fueguina ante el sol tras una temporada de heladas.

      Me dejo alcanzar por este acercarse de Tú a tú que me ofrece su seno y su hombro, que me ofrece sus pies para abrazar y llorar.

      Pido para ti esa misma gracia, como gracia inicial de este recorrido tuyo por estas páginas.

      Y agradezco, desde mi ser pecador y mi pobreza, este llamado a ser signo, cauce, mediador… ser mediación de su “estar-presente-fiel-acompañando”. Este llamado que nos hermana y compromete a muchos: ser mediaciones del acompañamiento que hace Dios Compañero a sus hijos queridos.

      LLegar a ser mediación de Dios acompañante comienza por reconocerse caminante y discípulo

      No quiero que dejemos de estar y volver siempre a este lugar de “acompañado”; pues ese es el lugar desde el cual seguir andando, el lugar desde el cual continuar reconociendo, confesando, lo que en mí y en ti son caminos, caminos de discernimiento y crecimiento, lentos caminos, caminos siempre de Pascua.

      Pues descubro cada día que mi ser todo no se define desde estados de vida, cargos, referencias sociales o institucionales: sino que mi ser aún es “en-camino”. (Y por eso sufre sus afloraciones de muerte, enquistamientos, parálisis del espíritu… que no comprendo, que me “en-laberintan”, y que me hacen interpretar lo vivo desde lo muerto, y quedarme atascado en eso, aislado de los demás, auto-inhabilitado el amor).

      Por eso, hay una tarea previa y simultánea a todo apostolado, sostén sin el cual se vacía y hace farsa, que es ser “discípulos” ante todo; hay por eso que ponerse manos a la obra, atender al Maestro y su Palabra… y dejarnos pascuar, ser pascuados.

      Pues “discípulo” es el nombre receptivo, pobre, aprendedor, buscador, sediento, amador, del caminante de la fe.

      Y, en ese discipulado —que es la base y precondición de todo nuestro servicio— habrá tiempos de palabras fuertes, pascuales y dramáticas, como lo muestra la escena de Emaús; pero habrá tiempos de compañía Suya silenciosa. Que enmarcan, explican, sostienen, esos kairós de acompañamiento.

      Cronos continuos, tiempos largos, en que el Maestro enseña y forma a esos discípulos atentos y silenciosos, que inclinan el corazón para escucharlo en lo cotidiano de sus días, quehaceres, servicios, paisajes, hermanos, dolores y almas… Tiempos pacientes en que los pobres y callados saben velar, СКАЧАТЬ