Los nuestros. Serguéi Dovlátov
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Название: Los nuestros

Автор: Serguéi Dovlátov

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: La principal

isbn: 9788417617547

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СКАЧАТЬ de Leningrado.

      Estarán de acuerdo conmigo en que el nombre determina en gran medida el carácter y hasta la biografía de una persona.

      Anatoli es, casi siempre, un sinvergüenza y un camorrista.

      Borís, un colérico con tendencia a engordar.

      Galina, una metomentodo, chillona y vulgar.

      Zoia, madre soltera.

      Alekséi, un bonachón sin mucho carácter.

      Grigori es un nombre que me sugiere cierto nivel de bienestar material.

      Mijaíl, la sorda premonición de una muerte trágica y temprana. (Piensen en Lérmontov, Koltsov, Bulgákov…).

      Y así sucesivamente.

      Mijaíl crecía, hosco y reservado. Escribía versos. Organizó un grupo futurista en el Lejano Oriente. El propio Maiakovski le escribió una carta, tan moderadamente insultante como amistosa.

      Mi padre guarda dos libros escritos por su hermano mayor. Uno se titula: M-u-u. Del segundo no recuerdo el título. Tenía algo que ver con una complicada fórmula algebraica.

      Los versos eran bastante extraños. Uno de sus poemas líricos acababa con estas palabras:

      Me estremecía todo yo y deseaba

      abrirme la frente contra el muro y caer…

      De una reseña del libro que ha sobrevivido recuerdo esta grosería: «¡Manda a rezar a un cretino y se partirá la frente!…».

      Mijaíl era una persona extraordinariamente reservada. Los parientes no sospechaban siquiera a qué se dedicaba. En cierta ocasión, ya adultos, Donat y Mijaíl se encontraron tras el escenario del teatro de verano de Briansk. Como pronto se aclaró, los dos participaban en el mismo programa de variedades. Donat, como cupletista; Mijaíl intervenía con una lectura literaria.

      Los hermanos mayores se interesaban por la literatura y por el arte. El menor, Leopold, siguió desde pequeño otro camino, mucho más interesante y ventajoso.

      Se hizo estafador.

      A los catorce años especulaba con tabaco en la zona del puerto. Compraba puros a los marineros extranjeros para vendérselos al restaurante nocturno de los hermanos Urin. Luego se pasó a las medias de seda y los cosméticos. Si hacía falta, acompañaba a los extranjeros al prostíbulo de la calle Kosaya. Al tiempo que se dedicaba al boxeo en el club atlético Ícaro. Y los domingos tocaba el trombón en el parque de la ciudad.

      A los dieciocho años Leopold llevó a cabo su primer negocio verdadero. Sucedió así.

      En una de las tiendas del centro se presentó un joven mustio y de aspecto humilde. En sus manos, envuelto en un periódico arrugado, llevaba un violín. El joven se dirigió al dueño de la tienda, Tanakis.

      —Afuera llueve a cántaros. Me temo que mi violín se va a mojar. ¿Podría dejarlo aquí por el momento?

      —¿Por qué no? —contestó, con indiferencia, Tanakis.

      Al cabo de una hora entró en la tienda un elegante caballero extranjero de bigotes enormes y sospechosamente pelirrojos. Se pasó un largo rato examinando las mercancías de los estantes. Luego alargó la mano, apartó el periódico arrugado y exclamó:

      —¡No puede ser! ¡No puedo creerlo! ¡Estoy soñando! ¡Despiérteme! ¡Qué hallazgo: un auténtico Stradivarius! ¡Se lo compro!

      —No está en venta —respondió Tanakis.

      —¡Estoy dispuesto a pagar lo que sea!

      —Lo lamento mucho…

      —¡Quince mil en metálico!

      —Lo lamento muchísimo, monsieur…

      —¡Veinte mil! —gritó el extranjero.

      El rostro de Tanakis se cubrió de un intenso rubor:

      —Hablaré con su propietario.

      —Recibirá usted una buena comisión. ¡Todo un Stradivarius!… ¡Oh, no me despierte, no me despierte!

      Al poco, el pálido joven regresó.

      —He venido a por el violín.

      —¿Por qué no me lo vende? —le dijo Tanakis.

      —No puedo —contestó, entristecido, el joven—. Por desgracia, no puedo. Es un regalo de mi abuelo. La única cosa de valor que tengo.

      —Le daré dos mil en metálico.

      El muchacho casi se echa a llorar.

      —En efecto, me hallo en una situación delicada. Y ese dinero me vendría de perillas. Me iría a tomar las aguas, como me ha recomendado el doctor Schvartz. Y, no obstante, no puedo… Es un recuerdo….

      —Tres —dijo el propietario de la tienda.

      —¡Lo lamento, de veras! Pero no puedo.

      —¡Cinco mil! —rugió Tanakis.

      El hombre sabía echar cuentas. «Le daré cinco mil a este mocoso. El extranjero me pagará veinte mil, más la comisión… Total…».

      —Abuelo, perdóname… —gemía el muchacho—; perdóname, no te enojes conmigo. ¡Las circunstancias me obligan a dar este paso!…

      Tanakis se puso a contar el dinero.

      El chico besó el violín. Y luego, a punto a romper en sollozos, se marchó.

      Tanakis se frotaba contento las manos… A la vuelta de la esquina el muchacho se detuvo. Contó uno por uno los billetes. Luego sacó del bolsillo unos enormes bigotes pelirrojos. Los tiró al arroyo y se alejó del lugar.

      Al cabo de unos meses Leopold huyó de casa. Llegó a China en la bodega de un barco. Durante el viaje, le mordió una rata.

      De China se dirigió a Europa. Y se instaló, por la razón que fuese, en Bélgica.

      El severo abuelo Isaak no leía sus postales.

      —Maljamoves —decía el abuelo—, pere, odom2.

      Y se diría que se olvidó de la existencia de Leopold. La abuela lloraba a escondidas y rezaba.

      —La Bélgica esa, que debe de estar llena de gentiles… —repetía.

      Pasaron los años. Descendió el Telón de Acero. Deja-ron de llegar noticias de Leopold.

      Tiempo después se presentó un tal Monia. Vivió en casa de los abuelos una semana. Les contó que Leopold se dedicaba a los negocios.

      Monia se sentía maravillado ante el ímpetu colosal de los planes quinquenales. Cantaba: «¡Nuestro tren vuela hacia futuro!…». No obstante, era una persona muy СКАЧАТЬ