Secretos y pecados. Miranda Lee
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Название: Secretos y pecados

Автор: Miranda Lee

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: elit

isbn: 9788413487465

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СКАЧАТЬ generosa a nuestra causa una vez que esté satisfecho de que…

      –¿De qué? –preguntó Alena.

      Dolores parecía levemente incómoda.

      –Dímelo –insistió la joven–. Tengo derecho a saberlo.

      –Sí, por supuesto –Dolores vaciló todavía un momento–. Ha expresado sus reservas por el hecho de que una persona tan joven y… con tan poca experiencia, acabe antes o después haciéndose cargo de la fundación. Debido a eso, ha expresado su deseo de conocerte personalmente.

      –¿Para valorar mi idoneidad para ocupar el puesto de mi madre?

      –Para estar seguro de que toma la decisión correcta –la corrigió Dolores con diplomacia–. Por supuesto, si prefieres no verlo, seguro que podemos encontrar una excusa aceptable. ¿Quieres que le digamos que preferirías que lidiara tu hermano con la situación?

      Alena sopesó lo que le había dicho Dolores. Si conocía a aquel donante en potencia y él no la consideraba capaz de ocupar el puesto de su madre, se arriesgaba a perder el donativo. Podía ser más seguro dejar que fuera Vasilii el que se reuniera con él. Pero si hacía eso, ¿cómo iba a convencer a su hermano de que era lo bastante madura para asumir el papel de su madre? Y lo más importante, ¿cómo iba a sentirse ella segura de su capacidad para hacerlo?

      Respiró hondo.

      –Si ese donante en potencia quiere conocerme, es justo que lo haga.

      La mirada de aprobación de la presidenta le indicó que había tomado la decisión correcta.

      –¿Te importa fijar un encuentro con él?

      –Eso es fácil –respondió Dolores con una sonrisa. Está aquí ahora. Cuando le dije que ibas a venir esta mañana y que comentaría contigo lo de verlo, anunció que vendría aquí a verte. Intenté posponerlo, pero me temo que insistió.

      Alena sabía que Vasilii habría insistido igual en la misma situación. Tal comportamiento podía resultar poco convencional para algunos, pero en el mundo en el que se movía su hermano los hombres de más éxito a menudo hacían sus propias reglas e ignoraban los convencionalismos.

      –Por supuesto, si quieres que le diga que preferirías verlo en otro momento…

      Alena pensó con rapidez. La verdad era que sentía cierta energía nerviosa en el estómago al pensar en la responsabilidad que asumía al aceptar conocer a aquel donante en potencia. Pero si quería que la tomaran en serio como una mujer en cuya madurez se podía confiar, tenía que portarse conforme a ello.

      Enderezó la columna y negó con la cabeza.

      –No. Lo conoceré ahora.

      –Esperaba que dijeras eso. Gracias. Ese donativo significaría mucho para nosotros. Especialmente porque sería un ingreso regular, garantizado para los próximos cinco años. Le hemos pedido que espere en la sala de conferencias; te llevaré allí ahora. Y por supuesto, estaré a mano para responder cualquier pregunta técnica que pueda hacer.

      Alena le dirigió una mirada agradecida.

      La sala de conferencias de la fundación tenía ventanas que daban a la calle. Estaba decorada en un estilo funcional pero elegante, con una gama de colores blancos y grises que se oscurecían hasta el negro, con los muebles de cuero mostrando brillos sutiles de acero pulido. Pero lo que más atraía la atención eran las fotos colgadas en las paredes. Fotografías de niños, algunas de ellas hechas por niños y desenfocadas. Eran fotografías inquietantes, directas al corazón, que contaban la historia de cómo una chica muy pobre podía convertirse en una joven que podía llevar la cabeza muy alta gracias la educación y el apoyo que había recibido de la fundación.

      Normalmente, eran las fotografías y sus historias lo que llamaban la atención de Alena al entrar allí. Su madre las había elegido personalmente y, siempre que las miraba, Alena casi tenía la impresión de que su madre estaba allí con ella.

      Ese día, sin embargo, el foco primero de su atención no fueron las fotos, sino el hombre que estaba de pie delante de las ventanas. La luz que entraba por ellas delineaba su silueta y sus rasgos quedaban ocultos en sombras. Pero Alena no necesitaba verlos para reconocerlo. Su cuerpo y sus sentidos lo habían reconocido inmediatamente. Era Kiryl.

      Capítulo 3

      Después del primer shock, que la había dejado clavada en el sitio, una sensación parecida a la que había experimentado de niña al subir por primera vez en la montaña rusa se apoderó de Alena. La excitación y el miedo la embargaron en igual medida, un miedo horrible que luchaba con la euforia mientras su corazón caía en picado y subía de nuevo a gran velocidad.

      ¿Era una coincidencia que Kiryl estuviera allí? El corazón le latía con mucha fuerza. Se dijo que debía calmarse. Pues claro que era una coincidencia. Pensar otra cosa no le haría ningún favor a la adulta que quería ser. Kiryl no era el tipo de hombre que intentara impresionar a una mujer de aquel modo. Todos sus instintos le decían que no. Tenía que ser una coincidencia.

      No sabía si decirse eso hacía que se sintiera mejor o peor. La verdad era que ya no sabía qué sentir. Ni lo que sentía de verdad. Kiryl se movió levemente, de modo que ahora la luz caía sobre él. Su expresión era inescrutable; sus ojos verdes brillaban y el movimiento de su cuerpo al acercarse recordó a Alena el acecho deliberado de un poderoso animal que se dispusiera a saltar sobre su presa.

      –Alena, te presento al señor Androvonov –dijo Dolores.

      Alena quería decir que ya lo conocía, pero Kiryl se le adelantó.

      –Señorita Demidov, gracias por sacar tiempo para verme. Se lo agradezco.

      Alena se sentía mareada, al borde del desmayo, como si su cuerpo y sus sentidos hubieran girado en un cacharro de feria gigante.

      Kiryl le tendía la mano. Ella tuvo una reacción defensiva, el deseo casi infantil de esconder las manos a la espalda para que no la tocara, tan intensa e inmediata fue su conciencia del modo en que podía afectarle cualquier tipo de contacto físico entre ellos. ¿Y aquella mañana se había jurado que podía controlar sus reacciones con él? ¡Cómo se había engañado!

      Dolores la observaba, esperando que le estrechara la mano a Kiryl. Alena tendió la suya de mala gana y al hacerlo protegió su mirada de la inspección de él, pues no quería que leyera en ella la debilidad que sentía.

      La mano de Kiryl se apoderó de la suya; sus dedos fuertes y cálidos se cerraron sobre ella, manteniéndola cautiva. El cuerpo de Alena recordó, contra su voluntad, cómo la había sujetado el día anterior buscando el pulso en la muñeca y luego…

      Tragó saliva con rapidez para reprimir la excitación sexual que corría por su cuerpo.

      –Dolores dice que está pensando convertirse en donante de nuestra fundación –consiguió decir.

      Tenía que mostrarse sensata y madura. Tenía que pensar solo en la fundación de su madre y en la deuda de responsabilidad que tenía para con ella.

      –Sí –confirmó él–. Y he pensado que podíamos hablar de eso durante el almuerzo –continuó.

      La СКАЧАТЬ