Perdida en el olvido. Kate Walker
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Название: Perdida en el olvido

Автор: Kate Walker

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Julia

isbn: 9788413487380

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СКАЧАТЬ y mi padre murió de un infarto dieciocho meses antes. No tengo a nadie.

      Serena tuvo que luchar una vez más contra las lágrimas. Parpadeó para no dejarlas salir mientras la doctora colocaba una mano sobre la suya en un gesto consolador.

      —No se disguste. Tiene que descansar y tranquilizarse, recuperarse poco a poco…

      —Pero, ¿cómo voy a descansar si no sé qué es lo que ha pasado? —preguntó con voz temblorosa.

      ¿Cómo podía relajarse alguien sin saber el motivo exacto por el que estaba en ese hospital y sin saber qué había pasado antes de eso?

      Porque no podía recordar qué es lo que había pasado ni cómo había sido llevada allí. Y en cuanto a estar en Londres…

      —¡Por favor! —exclamó, agarrando la mano de la doctora como si fuera su única tabla de salvación, el único vínculo con la cordura después de que el mundo pareciera haberse vuelto loco de repente.

      —¡Debe decírmelo! ¿Por qué estoy aquí?

      —Tuvo un accidente —contestó la doctora Greene—, un accidente de coche y se dio un golpe bastante fuerte en la cabeza. Ha estado inconsciente durante un tiempo.

      —¿Un tiempo? ¿Cuánto tiempo?

      —Hoy hace diez días. Los primeros días estuvo totalmente inconsciente. Luego, se despertaba y volvía a dormirse.

      —¿Sí?

      Serena trató de recordar. Si se esforzaba, podía recordar cosas vagas que había pensado que eran sueños. Momentos que parecían emerger a una superficie turbia y trataban de encontrar desesperadamente algo a lo que aferrarse.

      Y entonces, por un breve instante, fue capaz de abrir los ojos y mirar a su alrededor antes de que una cortina pesada y oscura descendiera de nuevo y la envolviera, dejándola fuera.

      —Había alguien…

      Alguien había estado sentado a su lado, observándola y esperando a que se despertara. Alguien que había oído los gemidos y las palabras tristes y preocupadas mientras yacía inquieta, luchando contra la pesadilla en la que estaba envuelta. Alguien que le había retirado el pelo de la frente con una mano suave y fría.

      Y ese alguien también le había dado un vaso de agua y lo había sostenido mientras ella intentaba humedecer su garganta dolorida.

      —Estuvo alguien conmigo…

      —Una enfermera. Ha estado bajo vigilancia continua.

      —No…

      No había sido una enfermera. No sabía por qué, pero era lo único que recordaba de verdad. El buen samaritano, la voz suave del que la había cuidado en la oscuridad de la noche no había sido la de un profesional ni la de una enfermera. La voz que había oído…

      ¡La voz!

      Se volvió sorprendida hacia Rafael Cordoba, que tenía los ojos fijos en ella.

      —Ha tenido el mejor cuidado posible, señorita Martin —dijo fríamente, como si ella se lo hubiera preguntado sin hablar.

      Pero ella en realidad no tenía necesidad de preguntarle nada. Sabía lo que había escuchado y había escuchado aquella voz suave de él en mitad de la noche, consolándola y confortándola. Entonces, ¿por qué de ser un ángel de la guarda él se había convertido en un inquisidor español?

      —Y… —comenzó.

      Necesitaba saber la verdad, pero parecía incapaz de controlar su voz.

      —Está cansada —dijo la doctora Greene—. Debe tener cuidado de no esforzarse demasiado en estos momentos. Debe descansar.

      Serena asintió despacio. Sí, estaba cansada. Sus pensamientos parecían deshacerse lentamente como algodón dentro de su cabeza. Se recostó de nuevo sobre la almohada y cerró los ojos.

      —Vendré a verla pronto. Y no se preocupe, todo saldrá bien.

      —¡Todo! —fue casi un grito lo que salió de los labios de Rafael al mismo tiempo que hacía un gesto de impaciencia con la mano—. ¡Todo! Madre de Dios, qué…

      —¡Señor Cordoba! —exclamó la doctora, bastante disgustada—. ¡He dicho ya que basta! Y quiero que se vaya ahora mismo… que deje sola a la señorita Martin.

      El hombre estuvo a punto de rebelarse contra aquella orden. Una vez más, la rabia brilló en sus ojos y una vez más, se controló.

      —Muy bien —dijo—, me iré, pero…

      Al volver la cabeza y mirar a Serena, dejó claro que sus palabras eran solo para ella.

      —Volveré —dijo en voz baja y dura—. Se lo prometo. Volveré en cuanto pueda.

      Eran solo palabras, se dijo Serena, hundiéndose en el colchón y tapándose con las sábanas. Solo palabras. Pero había visto los ojos de Rafael Cordoba mientras las decía. Había visto el peligro brillando en ellos, la llama de algo que la hizo estremecerse inquieta.

      Rafael Cordoba volvería. Ella no dudaba de ello. Y la verdad era que la idea de volver a encontrarse cara a cara con él la hacía estremecerse de aprensión.

      Capítulo 2

      HE traído un acompañante.

      —¿Cómo?

      Serena levantó la cabeza de la revista que había estado ojeando y fijó la vista en el hombre que había hablado desde la entrada.

      Rafael Cordoba, claro. ¿Qué otra persona podía ser?

      Habían pasado cinco días desde que Serena se había despertado en aquella cama de hospital y había recibido la promesa de aquel hombre de que volvería. Promesa que había cumplido. Al día siguiente, había aparecido al lado de su cama y también el resto los días.

      Pero era evidente que la doctora Greene o algún superior había hablado con él. El tono de voz que había utilizado el primer día, agresivo y duro, había desaparecido. Tampoco había vuelto a interrogarla, así que el poderoso atractivo sexual que ella había notado en él parecía haberse hecho más patente.

      —Perdón, ¿cómo dices?

      Serena rezó para que él no notara el nerviosismo de su voz, el temblor débil, que no pudo evitar, como resultado de la inesperada llegada del hombre. No quería que él sospechara lo que su simple presencia ejercía en ella. Solo la imagen de su cuerpo delgado, su cabello negro y sus ojos dorados hacía que se le formara un nudo en la garganta y que el ritmo de su corazón se alterase.

      Y ese día fue aún peor. Cada vez que lo había visto, él había ido con el mismo traje oscuro de la primera vez. Pero en esa ocasión, quizá como concesión al día soleado que hacía, había dejado a un lado toda formalidad y había elegido unos vaqueros cómodos y una camisa de manga corta.

      Los pantalones resaltaban su estrecha cintura, СКАЧАТЬ