Perdida en el olvido. Kate Walker
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Perdida en el olvido - Kate Walker страница 2

Название: Perdida en el olvido

Автор: Kate Walker

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Julia

isbn: 9788413487380

isbn:

СКАЧАТЬ oscuro de buena tela y perfecto corte que solo un hombre de posición acomodada podría permitirse.

      Pero quizá fuese porque tenía un cargo más alto que la mujer. Podría ser un cirujano o un especialista. ¿No prescindían a veces de la bata blanca y había que dirigirse a ellos como señor tal y no como doctor tal?

      Fuera quien fuera, era impresionante, un hombre guapísimo. Mirarlo era como mirar directamente al sol. Tenía el mismo efecto devastador sobre sus sentidos.

      Era un hombre muy alto y su abundante cabello era de un color negro, como el azabache. Lo llevaba peinado hacia atrás, de un modo que resaltaba los pronunciados rasgos de su rostro. Serena observó detenidamente su nariz recta, así como la mandíbula firme y la boca sorprendentemente sensual, pero fueron los ojos lo que más le llamaron la atención. Rodeados de unas pestañas oscuras y fuertes, eran de un color dorado profundo, casi del color del fuego e igual de brillantes que este.

      El color bronceado de su piel no era el resultado de dos semanas de vacaciones en una playa mediterránea, sino que era su tono natural, el color de piel de unos antepasados que, evidentemente, no eran ingleses.

      Serena se movió inquieta en la cama como si de pronto se hubiera visto invadida por un gran calor. Tenía de repente en la sangre una nueva frescura que hacía que su corazón latiera más deprisa, que sus mejillas se sonrojaran… haciéndole consciente de que debajo de las sábanas llevaba solo un camisón corto que le habían dado en el hospital.

      Y lo más inquietante era que podía ver sus propios sentimientos reflejados en los ojos de aquel hombre. En sus enormes pupilas negras, en la intensidad de su mirada, a pesar de que su expresión jamás se alterase y permaneciera tan firme y segura como al principio. El contraste entre la aparente calma de su expresión y el primitivo brillo de sus ojos, la hizo tragar saliva.

      —¿Por qué piensa que yo puedo saberlo? —preguntó el hombre con un acento que confirmó a Serena sus sospechas sobre sus antepasados.

      —Señor Cordoba… —explicó la doctora con suavidad.

      Pero tanto Serena como el hombre ignoraron la interrupción y siguieron concentrados el uno en el otro.

      —¿Se supone que debería conocerlo?

      —¡Para nada!

      Un gesto arrogante de su mano dejó claro que el comentario de ella no tenía sentido.

      —Al contrario, nunca me había visto antes.

      Bueno, eso era un alivio. Serena estaba segura de que si se hubiera encontrado alguna vez a aquel hombre, lo recordaría…¡sin ninguna duda! No sabía cómo había llegado allí, a aquel hospital, ni tampoco lo que le había ocurrido, pero desde luego era un alivio que… ¿cómo lo había llamado la doctora?… que el señor Cordoba no se hubiera cruzado jamás en su camino.

      —Entonces, ¿quién es usted?

      —Me llamo Rafael Cordoba.

      Era evidente que el hombre lo había dicho esperando darle alguna pista. Y Serena hubiera deseado que así fuera. En ese momento, le encantaría saber por qué ese hombre estaba en su habitación. Así evitaría tener que responder un montón de preguntas.

      Pero tuvo que reconocer que lo que de verdad quería era verse libre de esa inquietud, de ese sentimiento incómodo que él había creado en ella. Nunca antes había sentido tan intensamente la presencia de alguien. La naturaleza carnal de los pensamientos que provocaba en ella le hacía muy difícil poder concentrarse en nada más.

      —¿Y usted? —Serena se volvió hacia el rostro amable que estaba a su lado y que era como una luz en medio de la confusión y la incertidumbre.

      —Soy la doctora Greene —contestó la mujer—. ¿Cree que está en condiciones de contestarnos a algunas preguntas?

      —Lo intentaré.

      Tuvo que hacer un enorme esfuerzo por ignorar al señor Cordoba. Y a pesar de que trató de concentrarse en la doctora, seguía viéndolo por el rabillo del ojo. Su presencia en la entrada era una verdadera amenaza.

      —¿Se llama Serena Martin?

      —Así es.

      —¿Cuántos años tiene?

      —Veintitrés.

      Serena comenzó a relajarse. Eso era más fácil. Las preguntas de la doctora Greene no conllevaban problemas ni sugerían amenazas. Así que la confusión de su mente comenzó a desaparecer. Si podía contestar con esa rapidez, seguramente no habría sufrido daños graves en el posible accidente.

      —¿Puede decirme su dirección?

      —Calle Alban, número treinta y cinco, en Reyton… ¿Qué pasa? —preguntó Serena al ver que la mujer se detenía bruscamente al oír el nombre de la población.

      —¿Reyton, en Yorkshire?

      —Sí.

      —¿Y entonces qué está haciendo en Londres?

      De nuevo aquella voz. La del acento que erizaba el vello de su nuca y provocaba escalofríos en su espalda. Debería haber imaginado que el señor Cordoba no podría estarse callado durante mucho tiempo.

      —¿Londres? ¿Es donde estamos?

      —Así es —contestó él, ignorando la mirada de desaprobación de la doctora Greene—. Está usted en Londres, y ahí es donde ha tenido lugar el accidente, donde…

      —Ya es suficiente, señor Cordoba.

      Pero a Rafael no le preocupó lo más mínimo la intervención de la doctora y, dando dos pasos largos, entró en el dormitorio con la cabeza alta y los ojos dorados brillantes.

      —¿Qué está usted haciendo aquí, si vive en… ?

      —¡No lo sé! —exclamó ella impaciente.

      No podía más. Le dolía la cabeza y se sentía cansada, agotada como si hubiera corrido un maratón. Hizo un gesto de impaciencia con la cabeza y los ojos se le llenaron de lágrimas, impidiéndole ver el rostro moreno del hombre.

      —Quizá estoy de vacaciones. Quizá…

      —¡He dicho que basta! —repitió la doctora Greene—. Tengo que velar por mi paciente. La señorita Martin está muy cansada. Ha pasado por una experiencia horrorosa y necesita descansar. Así que yo, como doctora, debo cuidar de que así sea.

      Pero era evidente que aquello no era lo que el señor Cordoba quería oír, pensó Serena al descubrir la rabia que reflejaban sus ojos y su boca.

      Y esa rabia le era tan conocida, que en ese momento le pareció conocer al señor Cordoba desde hacía mucho tiempo. Fuera quien fuese, era evidente que no estaba acostumbrado a que le llevara la contraria alguien a quien considerase un inferior. Serena estaba segura de que iba a estallar de un momento a otro, pero pareció pensárselo mejor y, finalmente, se controló.

      —¡Como usted diga!

      La doctora Greene se volvió satisfecha hacia Serena.

СКАЧАТЬ