Название: Candela en la City
Автор: Carla Crespo
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: HQÑ
isbn: 9788413486710
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—Como la casa donde yo me crie, está muy cerca, nos quedaremos allí. Mis tías no me perdonarían que estuviera trabajando en el mismo pueblo y no me alojase con ellas.
—Lo siento, pero yo… —titubea Candela, incrédula—, yo no puedo…
—Sería ridículo que yo me quedara allí y tú te fueras a un hotel, Candy. Y estoy seguro de que mis tías se lo tomarían como un feo. Estarán encantadas de tenerte en su casa.
Me pongo de pie y cierro el portátil. No miento. Amelia y Abigail se tomarían muy a mal que yo no me quedase con ellas y les parecería totalmente descortés que enviase a Candela a un hotel. Y también sé lo mucho que van a emocionarse cuando se lo diga. Desde luego, su reacción será mucho más entusiasta que la de Candela. Sé que la idea no le apasiona, pero no me queda otra.
Ojalá no nos hubieran asignado esta empresa, pero es lo que hay.
—Tranquila, Candy, la casa es grande. Dormiremos en habitaciones separadas —suelto antes de salir de la sala de reuniones.
Ya desde mi despacho, me arrepiento de lo último que he dicho. Esa frase final sobraba. Joder. Si quería que no se sintiera incómoda, no podría haberlo hecho peor.
Ya he vuelto a cagarla.
Capítulo 5
NOS VAMOS A PERRANPORTH
CANDELA
—¿Una empresa de bollería industrial congelada? —exclama Fiona fuera de sí—. Eso es una aberración. ¿Es que no tenemos bastante ya con toda la bollería que se vende en los supermercados, con todos los ultraprocesados que se consumen hoy en día que es necesario tener el congelador lleno, literalmente, de veneno? ¡Es un despropósito! —clama alzando los brazos al cielo.
—Fi, relájate. Igual no me has escuchado bien cuando te hablaba, mi problema es otro… —le replico mientras preparo la maleta para pasar una semana fuera de casa.
—¡Claro que no! La gente ya ni siquiera es capaz de preparar sus propios pasteles —sigue bufando—, no es que esos sean mucho más sanos, claro, porque los hacen con azúcar y harinas refinadas, pero… ¡pudiendo tener el congelador lleno de verduras! —se lamenta.
Me siento en la cama, agobiada. Fiona no me escucha y necesito desahogarme con alguien. Ha sido una semana muy dura y ahora mismo necesito una amiga, no a una activista. No es que no esté de acuerdo con ella en muchas de sus afirmaciones, yo misma intento comer más comida real, pero, ahora mismo, los procesados no son el mayor de mis problemas. Mi problema se llama Kenneth, pero Fiona es como si escuchase hablar en chino.
—¡Fiiiiii! —suplico mientras doblo un par de camisas.
—¡Vale, vale! Ya paro —accede, al ver mi expresión de hastío—. Me voy al salón a ver Netflix. Por si te animas cuando termines de prepararte el equipaje.
La veo salir de mi dormitorio y suspiro aliviada, cuando Fiona se pone en plan realfooder no hay quien la pare. Me siento sobre la cama y trato de buscar la respuesta a mi problema. Una vez más, rememoro la fiesta de Navidad de mi primer año como junior en la firma y, entonces, me doy cuenta de que, en realidad, él no me ha hecho nada. Incluso, si lo pienso con frialdad, hasta podría decir que me ayudó a superar la vergüenza cuando yo no me veía capaz ni de subir al escenario. Bueno, Ken y el Jäger, para ser exactos. Lo único que hizo fue tranquilizarme y conseguir que subiese con el resto de mis compañeros para hacer la representación navideña. Claro que, que me besase bajo el muérdago lo cambió todo. Y, ahora que es mi gerente, ese beso no ayuda a que me sienta cómoda cuando lo tengo cerca.
No ayuda nada.
Y eso es lo que no me gusta.
Kenneth me descentra. Me descentra de mis objetivos. Me descentra del trabajo y me hace sentirme como una adolescente y eso es algo que no puedo permitirme.
Intento racionalizarlo un poco, al fin y al cabo, ¿qué hay más tradicional en Inglaterra que un beso bajo el muérdago en Navidad? Seguro que él no le da ninguna importancia y yo tampoco debería dársela.
Será mejor que empiece a relajarme.
Mejor dicho, tengo que empezar a relajarme si no quiero que esta semana se convierta en una tortura.
Siete días auditando en la costa de Cornualles a solas con Kenneth. El estómago me da un vuelco solo de pensarlo. Creo que necesito una de esas infusiones de Fiona, está visto que la relajación no es lo mío…
Con estas firmes intenciones bajo al salón y le pido que me prepare una. Entusiasmada de ver que por fin le hago caso, pega un brinco del sofá y va corriendo a la cocina.
—¡Nada de Kombucha, por favor!
Asoma la cabeza por la puerta:
—Tranquila, me ceñiré a los clásicos. Tila, azahar, melisa y hierbaluisa, la mezcla es infalible. Hoy dormirás como un bebé.
Me siento sobre nuestro desfondado sofá beige y espero a que regrese para poner de nuevo la serie en marcha. Adoro esta casa, puede que sea pequeña y que algunos muebles empiecen a estar desgastados por el paso de los años, pero saber que mis padres vivieron juntos aquí hace que no quiera deshacerme de ninguno de ellos. Aunque he de admitir que si hay que cambiar algo, lo primero será el sofá, pienso mientras noto como me hundo entre sus mullidos cojines.
Fiona entra y me ofrece una taza con una infusión bien caliente. Arde, así que la dejo sobre una pequeña mesa de madera de haya y espero que se enfríe un poco. Un par de minutos más tarde, le doy un sorbito, con todas mis esperanzas depositadas en que sea efectiva y me permita descansar… Trato de concentrarme en el capítulo de Peaky Blinders que mi amiga está viendo sin éxito. Los nervios siguen apoderándose de mí. Pasar una semana en casa de unas desconocidas me pone nerviosa, me cuesta estar tranquila cuando estoy fuera de mi zona de confort. Y, para rematarlo todo, a Kenneth no se le ocurrió nada mejor que descartar el viaje en avión hasta Perranporth, cuando habríamos tardado apenas una hora, y se decantó por ir en automóvil. Ahora voy a pasar cinco horas metida con él en su coche y, eso, no hace más que acrecentar mi nerviosismo.
Decido que lo mejor es irme a la cama temprano e intentar conciliar el sueño, no quiero parecer una zombi cuando Kenneth, que se ha ofrecido a coger el coche y conducir hasta el norte de Cornualles, pase a recogerme.
Vale. No sé si soy un zombi, pero, oficialmente, soy un mapache. Las ojeras me llegan hasta el suelo. Ni infusiones, ni técnicas de relajación, ni contar ovejitas. Me he pasado la noche dando vueltas en la cama y, conforme pasaban las horas, cada vez me ponía más nerviosa, pensando en lo poco que iba a dormir y, cuanto más lo pensaba, más me desvelaba. Al final, no se me ha ocurrido nada mejor que ponerme a mirar el móvil, pero la luz de la pantalla solo ha hecho que ya no lograra conciliar el sueño de ninguna de las maneras.
No va a haber corrector suficiente en el mundo para tapar los cercos morados que tengo debajo de los ojos. Bueno, siempre puedo decir que he estado trabajando hasta tarde. Eso es lo que tendría que haber hecho. Al menos la noche habría sido productiva. En fin, ahora ya no se puede hacer nada.
Es bastante temprano, aún no ha amanecido, СКАЧАТЬ