Candela en la City. Carla Crespo
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Название: Candela en la City

Автор: Carla Crespo

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: HQÑ

isbn: 9788413486710

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СКАЧАТЬ entregándolo todo a tiempo.

      —¿No estás contenta, Candy? —inquiere Pippin, utilizando el mote con el que ambos me han bautizado.

      —Sí, ¿no estás contenta, Candy?

      Quien hace esa pregunta no es ni Merry ni Pippin y proviene justo de detrás de mí. El énfasis que pone al pronunciar mi apodo hace que el estómago me dé un vuelco. Joder. ¿Qué hace él aquí?

      Me giro, tratando de parecer calmada y dando gracias mentalmente de no haber dicho ninguna impertinencia sobre mi nuevo gerente.

      —Candela, Kenneth, si no te importa preferiría que me llamases por mi nombre de pila —le respondo, con un tono de voz que intento sea lo más educado posible. Al fin y al cabo, ahora es mi gerente.

      —Como tú quieras, Candeeelaaa —murmura con voz ronca, alargando las vocales y con un marcado acento británico, mientras apoya su mano sobre mi hombro, haciendo que todo mi cuerpo se ponga en tensión, y se inclina sobre mí para dirigirse a mis asistentes—. Bueno, chicos, mañana me gustaría tener una reunión rápida a primera hora para ver cómo vamos con los proyectos que tienen sus fechas límite más cerca, pero hoy preferiría charlar en un entorno más informal. ¿Qué os parece si vamos después de afterwork para conocernos mejor?

      Las caras de Merry y Pippin se iluminan, como si fueran dos niños que acaban de encontrarse con Santa Claus.

      —¿Nos vemos a la salida en The Alchemist? —continúa.

      Sé que su pregunta va dirigida a todos nosotros, pero la ligera presión que su mano ejerce sobre mi hombro hace que sienta que solo me está hablando a mí. Por suerte, mis compañeros están demasiado emocionados como para notar nada y sus exaltadas respuestas llenan todo mi silencio.

      —¡Claro, Kenneth! Será un placer.

      —Nunca decimos que no a una copa, Kenneth.

      —Genial —replica él—, pero, por favor, llamadme Ken, al fin y al cabo vamos a trabajar juntos a partir de ahora.

      ¿Ken? ¿En serio? ¿Cómo el de la Barbie? No podría pegarle más. Cuando sale de la oficina siempre lleva a alguna colgando del brazo y en cuanto a la ropa… bueno, apostaría a que el armario de Kenneth tiene más conjuntos y complementos que el del archiconocido muñeco. Si hay algo por lo que mi nuevo gerente llama la atención es por lo bien vestido que va siempre, como sacado de un catálogo o de un desfile.

      En cualquier caso, yo no pienso salir con ellos después de la oficina, me repito a mí misma, pero antes de que pueda declinar la oferta, Kenneth toma la palabra.

      —En ese caso, nos vemos luego —responde animado—. Oh, y cuando digo «nos» —añade fijando sus ojos en mí— también me refiero a ti, Candy —exclama, divertido, mientras se aleja de nosotros sin darme tiempo a objetar nada.

      Detesto esa maldita costumbre que tiene de largarse, dejándome con la palabra en la boca.

      Unas horas más tarde yo sigo concentrada, terminando de redactar unos correos electrónicos que ya debería haber enviado. En el mundo de la auditoría nunca se puede dejar nada para mañana, todo es para ayer. Resoplo, agobiada, y miro el reloj, ¿cómo ha podido pasar tan rápida la tarde? Ya casi es hora de…

      —¡Hora de cerrar!

      Dos cabezas asoman por detrás de la pantalla de mi portátil y amagan con cerrarlo.

      —¡Quietos! —les amenazo—, todavía no he terminado.

      —Venga, Candy —insiste Merry—, no paras de trabajar…

      —Exacto —respondo—, por eso en cuanto termine lo que tengo entre manos me iré a casa. Estoy agotada y no tengo tiempo para salir por las noches.

      —Es jueves…

      —Precisamente por eso —puntualizo—, tengo muchos frentes abiertos y fuegos que apagar mañana, quiero madrugar y…

      —Como yo siempre digo, déjate para mañana lo que puedas hacer hoy —persiste Pippin.

      —Y como decía Escarlata O’Hara: «Después de todo mañana será otro día». —finaliza Merry.

      —¡He dicho que no! No insistáis —musito entre dientes mientras escribo las últimas líneas de un correo y le doy a enviar. Salgo de Outlook y decido que será mejor que yo misma apague el ordenador antes de que me lo cierren ellos a lo bruto y me hagan perder algún tipo de información. Tal vez si me marcho a casa podré terminar sin que me molesten y descansar. Esta semana está siendo muy estresante y el día de hoy solo ha hecho que agobiarme más.

      Estoy guardando el portátil en mi mochila y soportando los mohines y las malas caras de Merry y Pippin cuando nuestro nuevo gerente aparece.

      —¡Fantástico! —exclama Kenneth al ver que ya he cerrado—. Ya estás lista. Y yo que pensaba que tendríamos que despegarte de la silla.

      Quiero decirle que solo estoy recogiendo para irme a casa, pero no soy capaz de plantarme con mi nuevo gerente como he hecho con mis asistentes. Lo cierto es que, aunque no me apasione la idea, él es mi superior ahora y, aunque yo no tengo por costumbre salir después del trabajo, la mayoría de mis compañeros lo hacen. Estamos sometidos a mucha presión y, para casi todos, salir a tomar una o dos copas, supone un gran alivio.

      «Solo por esta vez», me digo a mí misma.

      The Alchemist es uno de mis restaurantes favoritos de la City, con su decoración en tonos negros y dorados, con ese estilo moderno e industrial y con sus burbujeantes, humeantes y mágicos cócteles. Yo no bebo y apenas salgo de noche, pero es un sitio especial. Aunque no exige código de vestimenta, me alegro de haberme arreglado esta mañana un poco más de lo normal. No es que suela ir mal vestida a la oficina, pero lo cierto es que la moda no es lo mío. Por fortuna, hoy me he decidido por una falda de tweed y tablas por debajo de la rodilla, una blusa romántica blanca con lazada al cuello y unas botas marrones de tacón y caña alta. Un look un poco años 70 que me encanta.

      El camino hasta el local se me hace más llevadero gracias a mis asistentes. Noto como Kenneth me mira de reojo e, intuyo, que le gustaría acercarse más a mí, pero mis chicos están tan sumamente emocionados de que él sea nuestro nuevo gerente que lo han rodeado y no cesan de parlotear. Lo cierto es que Kenneth es conocido en la oficina por ser el rey del afterwork, con lo cual no es de extrañar que anden como niños con zapatos nuevos, si hay algo que les gusta a Merry y Pippin, es una buena juerga. A veces me sorprende lo bien que trabajan con resaca. Yo sería incapaz. Aunque me pregunto si Kenneth será de esos.

      Cuando llegamos, el lugar está abarrotado, así que nos dirigimos a la barra, pero antes de que nos dé tiempo a pedir, un camarero se acerca a Kenneth y le indica que queda un sitio libre en un rincón. La verdad es que no me extraña mucho, debe ser un habitual del local.

      «Lo es», me digo a mí misma mientras cruzamos los escasos metros que nos separan de la mesa que nos han asignado.

      Cuando me siento, ya he perdido la cuenta de las personas a las que ha saludado desde que hemos entrado. Cojo la carta de las bebidas y la ojeo. Los cócteles son espectaculares y sus nombres muy ingeniosos. Llaman la atención no solo por su sabor, sino por todos los efectos que traen. Uno casi puede sentir que esté haciendo alquimia de verdad. Pero, aunque los cócteles de СКАЧАТЬ