Название: Déjame en paz…, y dame la paga
Автор: Javier Urra
Издательство: Bookwire
Жанр: Сделай Сам
Серия: Harpercollins Nf
isbn: 9788491395751
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No se trata de negociar, pero sí de dialogar sobre las normas y límites, de forma y manera que se sientan concernidos en su elaboración y cumplimiento. Reserva la autoridad para los problemas serios y no temas ejercerla cuando haya que evitar algún peligro.
Los hijos no deben temer a los padres, pues un día podría volverse en contra, pero primordialmente porque eso no es querer ni educar.
Es triste escuchar que hay bastantes amenazas, cuando no denuncias, y aun otras lindezas, de hijos a padres, a veces como forma de chantaje para conseguir sus objetivos. Y también de padres a hijos desde una reconocida impotencia. Una cosa es deambular por el inseguro puente de la adolescencia y otra hacer que sea el respeto el que se tambalee.
La crisis de la adolescencia se agrava si vive la desestructuración social y familiar. La separación de los padres en esa etapa los desajusta y desequilibra mucho.
La sociedad es la que es, la realidad no es fácil de variar, pero encontramos familias donde se vadean bien esos periodos tumultuosos, mientras que otras dan paso al rencor y a la virulenta violencia.
La madurez de los padres es puesta a prueba. A veces y por distintas circunstancias el progenitor es uno solo, y si bien no agrava la situación, lapida aún más a quien la padece.
Sepamos y hagamos saber que somos como imanes, que en una posición se rechazan y en otra se atraen, y que cuando nos acercamos cual erizos, nos hacemos daño. Ciertamente existe la patología del amor, y es que en ocasiones se quiere mucho a quien no te muestra afecto —o incluso al que no se le muestra afecto—.
Sin dejarnos chantajear, analicemos los enfados. Tal vez son estrategias para salvaguardar su integridad psíquica, para ocultar el sufrimiento producido por la culpa o la vergüenza.
A los padres se les olvida que ellos fueron adolescentes y que hicieron más o menos lo que ahora hacen sus hijos.
Tenemos a hijos que agreden a sus padres, lo que se ha dado en llamar violencia filio-parental. Muchas veces no tienen obligaciones, no participan en ninguna actividad relacional, abandonan los estudios y son adolescentes muy duros emocionalmente, se disparan en psicopatía. La violencia les produce placer, son auténticos héroes del acontecer violento, puede ser en la familia, fuera de ella o en ambos lugares. No hagamos ahí un diagnóstico de corte vertical, son así, tiene que ser una realidad transversal. ¿Cuál es su pasado? ¿Cómo empezaron? ¿Y cuál es el futuro? ¿Cómo se ven ellos? Son esos chavales que les gusta ser el centro de atención sin importarles nada ni nadie, y que aprendieron años atrás, bastantes años atrás, a conseguir lo que querían. Suelen ser, pero no siempre, varones. Arremeten sobre todo contra la madre ya de una forma muy violenta a los doce años —de manera verbal, emocional, física, económica—, digamos que doman a los padres. Tienen escasa capacidad de introspección y de autodominio, rechazan el sistema y rechazan a la autoridad.
A veces, ya digo, son violentos con sus padres, pero también lo pueden ser con sus compañeros, con los profesores. En ocasiones los padres que tienen buen nivel sociocultural se sienten mal, tienen cierta, no se sabe por qué, culpabilidad de escasa atención temporal. Les invitaría a leer mis libros El pequeño dictador. Cuando los padres son las víctimas y El pequeño dictador crece.
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FACTORES AGRAVANTES
Los adolescentes creen
que nadie puede comprenderlos.
Hay situaciones que, obviamente, dificultan una circunstancia que ya de por sí no es fácil. Nos referimos, por ejemplo, a los padres ausentes, es decir, esos que siéndolo no tienen tiempo, no hablan, no escuchan, no conviven, de hecho, con sus hijos.
Otro factor agravante es el de los padres cuando estos están enfrentados entre sí, o lo están con los abuelos y otras figuras de referencia.
Los padres inmaduros, algunos parecieran adolescentes —en ocasiones hasta en su forma de vestir, relacionarse y hablar—, generan en sus descendientes un alto grado de neurosis, desde luego no facilitan que las normas educativas se cumplan, se interioricen, se generalicen, dificulta el proceso de autonomía del hijo.
Los padres no son, no han de ser, ni colegas ni hermanos mayores.
Tenemos la impresión de que la autoridad se diluye, que hay muchos padres inmaduros que no asumen su papel. Que juegan a ser equívocos abogados de sus hijos, que se dejan chantajear por los adolescentes, que quieren comprar su cariño. Quieren hacer de un hogar una falsa democracia. Educan, quizás, para clientes en vez de para ciudadanos. Las consecuencias, niños egoístas, narcisistas, psicopáticos, cuyo criterio es primero yo y luego yo. Incapaces de aceptar la frustración, de diferir las gratificaciones. Su frase es ¡aquí y ahora! Son los denominados pequeños dictadores.
Compartimos que la sanción es parte de la educación. Que quien comete delitos, aunque sea adolescente, tiene derecho a ser castigado. Pero pocos se preguntan por la prevención, o lo que es igual, la educación, la correcta educación.
DISCIPLINA, VALORES Y VIRTUDES
Los adolescentes precisan psicológica y socialmente límites. Hay que reflexionar sobre lo que es lo correcto, hay que valorar cuál es su responsabilización y desde luego hay que anticipar las sanciones que se impondrán como consecuencia de su incumplimiento. Porque ellos saben que merecen la sanción, es más, a veces hasta de manera indirecta la demandan.
La disciplina debe ser equilibrada y se deben evitar los debates entre los padres generados por los hijos. Si uno recrimina y le sanciona y el otro le perdona, tendremos un problema, los padres deben educar en coherencia, y cuando no estén muy de acuerdo, hablarlo luego entre ellos.
Hay «adolescentes» de cuarenta y tres años. Los inmaduros crónicos tienen tan mal pronóstico como los vagos. Anticipemos que las constantes contradicciones en nuestras pautas educativas nos desacreditan. En cuanto a las decisiones, tras valorarlas y razonarlas, están para llevarse a efecto, para mantenerlas.
Entre los progenitores se generan pleitos, debates por temas como las sanciones, los horarios, por los permisos que les conceden a los hijos. Incluso hay parejas que se llegan a separar acuciados por los conflictos promovidos por estos hijos que tienden a «dividir para vencer».
Pero, además, nos encontramos con algunos adultos sin criterio que actúan según impulsos, según su mejor saber y conocer, desde un equívoco sentido común. Es más, pueden un día sancionar por lo mismo que otro no lo hacen, generando inestabilidad, inseguridad y hasta cierta indefensión aprendida.
En algunos hogares los valores y las virtudes son un espejismo. Si esto acontece en una sociedad donde dichas virtudes y valores a veces parecieran diluidas, tenemos un problema. No cejaré en СКАЧАТЬ