Название: La Celestina
Автор: Fernando de Rojas
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Clásicos
isbn: 9786074575552
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CALISTO.- Sempronio, no me parece buen consejo quedar yo acompañado y que vaya sola aquella que busca el remedio de mi mal; mejor será que vayas con ella y la aquejes, pues sabes que de su diligencia pende mi salud, de su tardanza mi pena, de su olvido mi desesperanza. Sabido eres, fiel te siento, por buen criado te tengo. Haz de manera que, en solo verte ella a ti, juzgue la pena que a mí queda y fuego que me atormenta. Cuyo ardor me causó no poder mostrarle la tercia parte de esta mi secreta enfermedad, según tiene mi lengua y sentido ocupados y consumidos. Tú, como hombre libre de tal pasión, hablarla has a rienda suelta.
SEMPRONIO.- Señor, querría ir por cumplir tu mandado; querría quedar por aliviar tu cuidado. Tu temor me aqueja; tu soledad me detiene. Quiero tomar consejo con la obediencia, que es ir y dar prisa a la vieja. Mas ¿cómo iré? Que, en viéndote solo, dices desvaríos de hombre sin seso, suspirando, gimiendo, maltrobando, holgando con lo oscuro, deseando soledad, buscando nuevos modos de pensativo tormento. Donde, si perseveras, o de muerto o loco no podrás escapar, si siempre no te acompaña quien te allegue placeres, diga donaires, tanga canciones alegres, cante romances, cuente historias, pinte motes, finja cuentos, juegue a naipes, arme mates, finalmente que sepa buscar todo género de dulce pasatiempo para no dejar trasponer tu pensamiento en aquellos crueles desvíos, que recibiste de aquella señora en el primer trance de tus amores.
CALISTO.- ¿Cómo, simple? ¿No sabes que alivia la pena llorar la causa? ¿Cuánto es dulce a los tristes quejar su pasión? ¿Cuánto descanso traen consigo los quebrantados suspiros? ¿Cuánto alivian y disminuyen los lagrimosos gemidos el dolor? Cuantos escribieron consuelos no dicen otra cosa.
SEMPRONIO.- Lee más adelante, vuelve la hoja: hallarás que dicen que fiar en lo temporal y buscar materia de tristeza, que es igual género de locura. Y aquel Macías, ídolo de los amantes, del olvido porque le olvidaba se quejaba. En el contemplar está la pena de amor, en el olvidar el descanso. Huye de tirar coces al aguijón. Finge alegría y consuelo y serlo ha. Que muchas veces la opinión trae las cosas donde quiere, no para que mude la verdad; pero para moderar nuestro sentido y regir nuestro juicio.
CALISTO.- Sempronio amigo, pues tanto sientes mi soledad, llama a Pármeno y quedará conmigo y de aquí adelante sé, como sueles, leal, que en el servicio del criado está el galardón del señor.
PÁRMENO.- Aquí estoy señor.
CALISTO.- Yo no, pues no te veía. No te partas de ella, Sempronio, ni me olvides a mí y ve con Dios.
* * *
CALISTO.- Tú, Pármeno, ¿qué te parece de lo que hoy ha pasado? Mi pena es grande, Melibea alta, Celestina sabia y buena maestra de estos negocios. No podemos errar. Tú me la has aprobado con toda tu enemistad. Yo te creo. Que tanta es la fuerza de la verdad que las lenguas de los enemigos trae a sí. Así que, pues ella es tal, más quiero dar a ésta cien monedas que a otra cinco.
PÁRMENO.- ¿Ya lloras? ¡Duelos tenemos! ¡En ella se habrán de ayunar estas franquezas!
CALISTO.- Pues pido tu parecer, seme agradable, Pármeno. No bajes la cabeza al responder. Mas como la envidia es triste, la tristeza sin lengua, puede más contigo su voluntad que mi temor. ¿Qué dijiste, enojoso?
PÁRMENO.- Digo, señor, que irían mejor empleadas tus franquezas en presentes y servicios a Melibea que no dar dineros a aquélla que yo me conozco y, lo que peor es, hacerte su cautivo.
CALISTO.- ¿Cómo, loco, su cautivo?
PÁRMENO.- Porque a quien dices el secreto, das tu libertad.
CALISTO.- Algo dice el necio; pero quiero que sepas que, cuando hay mucha distancia del que ruega al rogado, o por gravedad de obediencia o por señorío de estado o esquividad de género, como entre ésta mi señora y yo, es necesario intercesor o medianero que suba de mano en mano mi mensaje hasta los oídos de aquélla a quien yo segunda vez hablar tengo por imposible. Y pues que así es, dime si lo hecho apruebas.
PÁRMENO.- ¡Apruébelo el diablo!
CALISTO.- ¿Qué dices?
PÁRMENO.- Digo, señor, que nunca yerro vino desacompañado y que un inconveniente es causa y puerta de muchos.
CALISTO.- El dicho yo le apruebo; el propósito no entiendo.
PÁRMENO.- Señor, porque perderse el otro día el neblí fue causa de tu entrada en la huerta de Melibea a le buscar, la entrada causa de la ver y hablar, la habla engendró amor, el amor parió tu pena, la pena causará perder tu cuerpo y alma y hacienda. Y lo que más de ello siento es venir a manos de aquella trotaconventos, después de tres veces emplumada.
CALISTO.- ¡Así, Pármeno, di más de eso, que me agrada! Pues mejor me parece cuanto más la desalabas. Cumpla conmigo y emplúmenla la cuarta. Desentido eres, sin pena hablas: no te duele donde a mí, Pármeno.
PÁRMENO.- Señor, más quiero que airado me reprehendas porque te doy enojo que arrepentido me condenes porque no te di consejo, pues perdiste el nombre de libre, cuando cautivaste tu voluntad.
CALISTO.- ¡Palos querrá este bellaco! Di, malcriado, ¿por qué dices mal de lo que yo adoro? Y tú ¿qué sabes de honra? Dime ¿qué es amor? ¿En qué consiste buena crianza, que te me vendes por discreto? ¿No sabes que el primer escalón de locura es creerse ser sabio? Si tú sintieses mi dolor, con otra agua rociarías aquella ardiente llaga, que la cruel flecha de Cupido me ha causado. Cuanto remedio Sempronio acarrea con sus pies tanto apartas tú con tu lengua, con tus vanas palabras. Fingiéndote fiel, eres un terrón de lisonja, bote de malicias, el mismo mesón y aposentamiento de la envidia. Que por disfamar la vieja, a tuerto o a derecho, pones en mis amores desconfianza. Pues sabe que esta mi pena y fluctuoso dolor no se rige por razón, no quiere avisos, carece de consejo y, si alguno se le diere, tal que no aparte ni desgozne lo que sin las entrañas no podrá despegarse. Sempronio temió su ida y tu quedada. Yo quíselo todo y así me padezco su ausencia y tu presencia. Valiera más solo, que mal acompañado.
PÁRMENO.- Señor, flaca es la fidelidad, que temor de pena la convierte en lisonja, mayormente con señor a quien dolor o afición priva y tiene ajeno de su natural juicio. Quitarse ha el velo de la ceguedad, pasarán estos momentáneos fuegos, conocerás mis agrias palabras ser mejores para matar este fuerte cáncer que las blandas de Sempronio, que lo ceban, atizan tu fuego, avivan tu amor, encienden tu llama, añaden astillas, que tenga que gastar hasta ponerte en la sepultura.
CALISTO.- ¡Calla, calla, perdido! Estoy yo penado y tú filosofando. No te espero más. Saquen un caballo. Límpienle mucho. Aprieten bien la cincha, por si pasare por СКАЧАТЬ