Ravensong. La canción del cuervo. TJ Klune
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Ravensong. La canción del cuervo - TJ Klune страница 6

Название: Ravensong. La canción del cuervo

Автор: TJ Klune

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9789877476613

isbn:

СКАЧАТЬ reí.

      Por último, me estiré y apoyé la mano sobre el hocico de Thomas y, por un momento, me pareció oír un susurro en mi mente:

       ManadaManadaManada.

      –¿Es esto lo que quieres? –me preguntó mi madre cuando nos quedamos solos. Me había alejado de los lobos, de mi padre y les había dicho que quería pasar tiempo con su hijo. Estábamos sentados en un restaurante del pueblo, y olía a grasa y humo y café.

      Me sentía confundido e intenté hablar con la boca llena de hamburguesa.

      Mi madre frunció el ceño.

      –Modales –me regañó. Hice una mueca y tragué rápido.

      –Lo sé. ¿A qué te refieres?

      Miró a través de la ventana en dirección a la calle. Un viento cortante sacudía los árboles y los hacía sonar como huesos viejos. El aire estaba frío y las personas se cerraban bien los abrigos mientras caminaban por la acera. Me pareció ver a Marty, con los dedos manchados de aceite, caminando de vuelta a su taller, el único de Green Creek. Me pregunté cómo se sentiría tener marcas en la piel que se pudieran lavar.

      –A esto –dijo, mirándome de nuevo. Su voz era suave–. A todo.

      Eché un vistazo alrededor para asegurarme de que nadie nos estuviera escuchando porque mi padre había dicho que nuestro mundo era un secreto. No creo que mamá lo entendiera, porque no sabía que estas cosas existían hasta que lo conoció a él.

      –¿A las cosas de brujo?

      –A las cosas de brujo –repitió, y no parecía contenta al decirlo.

      –Pero es lo que se supone que debo hacer. Es quien se supone que debo ser. Algún día, seré muy importante y haré grandes cosas. Padre dijo…

      –Sé lo que dijo –replicó cortante. Hizo una mueca antes de bajar la vista hacia la mesa, las manos juntas frente a ella–. Gordo, yo… Escúchame, ¿está bien? La vida… son las decisiones que tomamos. No las decisiones que se toman por nosotros. Tienes derecho a forjar tu propio camino. A ser quien quieras ser. Nadie debería decidir eso por ti.

      No entendí.

      –Pero se supone que debo ser el brujo del Alfa.

      –No se supone que tengas que ser nada. No eres más que un niño. No pueden poner esto sobre tus hombros. No ahora. No cuando no puedes decidir por ti mismo. No tendrías que…

      –Soy valiente –le dije y, de pronto, necesitaba que me creyera más que nada en el mundo. Esto era importante. Ella era importante–. Y haré el bien. Ayudaré a mucha gente. Padre lo dijo.

      –Lo sé, bebé –respondió con lágrimas en los ojos–. Sé que lo eres. Y estoy muy orgullosa de ti. Pero no tienes que hacerlo. Necesito que me escuches, ¿sí? Esto no… no es lo que yo quería para ti. No pensé que llegaría a ser así.

      –¿Así cómo?

      Negó con la cabeza.

      –Podemos… podemos ir a dónde quieras. Tú y yo. Podemos irnos de Green Creek, ¿de acuerdo? Irnos a cualquier parte del mundo. Lejos de esto. Lejos de la magia y los lobos, y las manadas. Lejos de todo esto. No tiene por qué ser así. Podríamos ser solo nosotros dos, Gordo. Solo nosotros dos. ¿Está bien?

      Sentí frío.

      –¿Por qué estás…?

      De pronto, extendió una mano y aferró la mía sobre la mesa. Pero lo hizo con cuidado, como siempre, para no apartarme las mangas del abrigo. Estábamos en público.

      Mi padre había dicho que la gente no entendería que alguien tan joven tuviera tatuajes. Harían preguntas que no merecían respuestas. Eran humanos, y los humanos eran débiles. Mamá era humana, pero a mí no me parecía que fuera débil. Se lo había dicho, y él no había respondido.

      –Lo único que me importa es mantenerte a salvo.

      –Lo haces –le aseguré, haciendo un esfuerzo para no apartar la mano. Casi me hacía doler–. Tú, y padre, y la manada.

      –La manada –se rio, pero no sonó como si algo le hubiera parecido gracioso–. Eres un niño. No deberían pedirte esto. No deberían hacer nada de esto…

      –Catherine –dijo una voz, ella cerró los ojos.

      Mi padre estaba de pie junto a la mesa.

      Posó la mano sobre el hombro de madre.

      No hablamos al respecto después de eso.

      Los escuché pelear mucho, tarde en la noche.

      Yo me envolví en mis cobijas e intenté bloquearlos.

      –¿Aunque sea te importa él? –dijo ella–. ¿O solo tu legado? ¿Tu maldita manada?

      –Sabías que esto ocurriría –le respondió él–. Desde el principio, lo sabías. Sabías qué se suponía que debía ser.

      –Es nuestro hijo. Cómo te atreves a usarlo así. Cómo te atreves a intentar…

      –Es importante. Para mí. Para la manada. Hará cosas que no puedes ni imaginarte. Eres humana, Catherine. Jamás podrías entender de la misma manera que nosotros. No es tu culpa. Es quien eres. No se te puede culpar por cosas que escapan a tu control.

      –Te vi. Con ella. Cómo sonreías. Cómo te reías. Cómo le tocaste la mano cuando pensabas que nadie los estaba mirando. Lo vi, Robert. Lo vi. Ella también es humana. ¿Qué es lo que la hace tan jodidamente distinta?

      Mi padre nunca respondió.

      Vivíamos en el pueblo en una casa pequeña que se sentía como un hogar. Estaba en una calle rodeada de abetos de Douglas. No entendía por qué los lobos pensaban que el bosque era un lugar mágico, pero, a veces, cuando era verano y la ventana estaba abierta mientras trataba de dormirme, juro que oía voces saliendo de los árboles, susurrando cosas que no llegaban a ser palabras.

      La casa estaba construida con ladrillos. Una vez, mi madre preguntó riendo si vendría un lobo a echarla abajo de un soplido. Reía, pero cuando la risa se apagó se mostró triste. Le pregunté por qué tenía húmedos los ojos. Me dijo que tenía que irse a preparar la cena y me dejó en el jardín delantero, preguntándome qué había hecho mal.

      Tenía un cuarto con todas mis cosas. Libros en un estante. Una hoja con forma de dragón que había encontrado, los bordes curvados СКАЧАТЬ