V-2. La venganza de Hitler. José Manuel Ramírez Galván
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Название: V-2. La venganza de Hitler

Автор: José Manuel Ramírez Galván

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: General

isbn: 9788418403163

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СКАЧАТЬ de Kummersdorf se habían quedado pequeñas para esos ingenios. Ambos vuelos fueron perfectos y se alcanzaron los 2.500 metros de altitud. Resultado directo de este éxito fue el aumento significativo de presupuesto y personal del equipo de Kummersdorf para seguir con las investigaciones. Pensemos que antes de ese vuelo el presupuesto que destinaba el Ejército a las investigaciones de Kummersdorf era de tan sólo 80.000 marcos. Ahora ya podían pensar en un a-3. Pero el factor decisivo que iba a cambiar de golpe las investigaciones sobre cohetes en Alemania sería otro.

      En enero de 1935 llegó a las instalaciones, en visita no oficial, el mayor Wolfram von Richtofen, primo del famoso «Barón Rojo» y jefe del departamento de investigación de la nueva Luftwaffe. Muy interesado en los cohetes, preguntó a los técnicos si sería posible instalar uno de combustible líquido en un avión, a lo que éstos no pusieron objeciones. En verano llegó a Kummersdorf el fuselaje, sin alas, de un Junkers a-50 Junior, un esbelto avión deportivo de dos plazas y el típico fuselaje de aluminio arrugado de los diseños de este constructor y con el que iniciarían las pruebas estáticas. Se le montó el cohete de 325 kilos de empuje bajo el fuselaje y los controles para su puesta en marcha en la cabina del piloto.

      Bonito ejemplar de Junkers a-50, conservado en el Deutsches Museum

      La persona que iba a hacer la arriesgada prueba iba a ser el mismísimo Wernher von Braun, quien tras sentarse en la cabina y comprobar los instrumentos, puso en marcha el cohete que empezó a echar chispas, humo y llamas por la tobera, intentando arrancar del anclaje al avión. El siguiente paso iba a ser desarrollar un motor con un empuje de 1.100 kilos para impulsar un avión de caza, aunque los trabajos en cohetes para el Ejército seguían. Y al mismo tiempo que se incrementaba la potencia de los motores y la altitud que conseguían los cohetes, se hacía más necesario un nuevo campo de pruebas para mantener la seguridad y el secreto. Kummersdorf estaba en un suburbio de Berlín, pero seguía estando demasiado cerca. La suerte iba a cambiar pronto. En marzo de 1936, el mayor general Werner von Fritsch, comandante en jefe del Ejército, visitó las instalaciones y Dornberger y von Braun se esforzaron al máximo para impresionarle, con las demostraciones estáticas de los diferentes motores que habían desarrollado en Kummersdorf, los planos de una nueva instalación más grande y eficiente y, sobre todo, sus sueños de construir un cohete más potente aún. En realidad, lo consiguieron porque al terminar la visita, von Fritsch le preguntó a Dornberger:

      —¿Cuánto quieren?

      —Millones —respondió el coronel.

      Para abril de 1936, la Luftwaffe ya tenía su motor cohete, pero pedía más. A Dornberger se le ocurrió la idea de que quizás ambas ramas de las fuerzas armadas podrían juntar sus esfuerzos en investigación sobre cohetes en unas instalaciones más grandes, conjuntas. Von Richtofen se mostró de acuerdo, pero había que convencer al general Albert Kesselring, al frente de todo lo referente a diseño y construcción de aviones. Después de que Dornberger y von Richtofen le presentaran toda clase de mapas y diagramas y le explicaran con todo detalle la idea, Kesselring dio su aprobación… y cinco millones de marcos. Al coronel Becker no le gustó mucho que la fuerza aérea pusiera esa cantidad de dinero sobre la mesa, porque eso hacía parecer que el Ejército no mostraba interés en los cohetes y que iban a asumir el simple papel de comparsas. Pensando en algo así como «hasta aquí podríamos llegar», inmediatamente ofreció seis millones del presupuesto del Ejército. Así, el Ejército sería el socio mayoritario de esa extraña asociación. ¡Los hombres de Kummersdorf se encontraron de la noche a la mañana con un presupuesto de once millones de marcos! Pero tan o más importante que el desarrollo de los cohetes era el escenario de las pruebas. Con tanto dinero a su disposición, von Braun recibió el encargo de Dornberger de buscar un lugar donde poder construir y probar en secreto, y con total impunidad, cohetes y motores. Pronto encontró el sitio ideal en la isla de Rügen. Pero el Frente del Trabajo del Partido Nacionalsocialista se les adelantó con la excusa de construir justamente allí una «colonia veraniega para el trabajador medio alemán». Desilusionado, el joven ingeniero marchó a casa de su madre, la baronesa Emmy von Quistorp, para pasar con ella las fiestas de Navidad. Y nuevamente en sólo diez años de la breve historia de la astronáutica, la familia tuvo que salir en ayuda del esforzado pionero de turno, proporcionando un lugar apto como campo de lanzamiento o, en este caso, la idea (primero fue Goddard, cuando en 1926 usó el patio de la granja de su tía Effie en Auburn, Massachusetts, y más tarde Rudolf Nebel recurrió a la granja de sus abuelos). Cuando la baronesa se enteró de los problemas que tenía su hijo para realizar las pruebas, le dijo: «Pues yo conozco un sitio ideal para ti y tus compañeros. Tu abuelo iba allí a cazar patos. Se llama Peenemünde».

      Ahora será mejor que dejemos aquí el tema de los aviones propulsados por cohete, pues sus ramificaciones nos llevarían a los experimentos con el Heinkel 112, que a su vez llevaron a los Heinkel 176 y 178, y de los que terminaría derivando el proyecto de interceptor de despegue vertical diseñado por von Braun. Sin olvidar la historia del único caza propulsado por cohetes que llegó a entrar en combate, el Messerschmitt Me-163 Komet, cuyas pruebas se realizaron en Peenemünde. Todo ello daría para un libro por sí solo, y aunque la mano del genial pionero de la cohetería está detrás de casi todos esos aviones, nos apartaría mucho del tema que estamos tratando.

      Peenemünde era entonces un bucólico pueblo de pescadores situado en una pequeña península en el extremo de la extraña isla de Usedom, en la desembocadura del río Oder en el golfo de Pomerania. En alemán, Peenemünde significa «boca del río Peene». En realidad, se trata de una península, pero al estar también atravesada en su extremo sur por la desembocadura de otro río, el Swine (actualmente en territorio polaco y rebautizado Swinoujscie), mucha gente suele considerarla una isla.

      Era una zona casi olvidada de todo el mundo, llena de dunas y marismas, en la que crecían fresnos y pinos, habitada sólo por los cisnes y algunos ciervos pomeranios que tanto atraían al abuelo de von Braun. El verano era un poco más cálido que en el resto de la costa báltica alemana, pero el invierno también era más crudo y duro. Hacia la isla de Usedom se dirigieron von Braun y Dornberger y, tras verificar sus carencias y sus ventajas (como la abrigada bahía de Greifswalder y su pequeño islote satélite llamado Oie), iniciaron las gestiones en los ministerios del Aire y del Ejército para su adquisición. Casi enseguida, bajo la falsa apariencia de la kdf o Kraft durch Freude (Fuerza a través de la Alegría, una organización propagandística nazi que pretendía exaltar las virtudes del partido, brindando toda clase de actividades de ocio y turismo) se trasladaron allí centenares de obreros y técnicos que iban a construir en la zona una «colonia veraniega para el trabajador medio alemán». En realidad, no se trataba más que de obreros, ingenieros, técnicos, investigadores, soldados de la Luftwaffe y del Ejército y tropas de las ss para hacerse cargo de la seguridad. El único miembro de la sociedad que no tenía acceso a la «colonia veraniega» era, precisamente, el trabajador medio alemán... Poco a poco fueron levantándose en la isla alojamientos, talleres, barracones, zonas de prueba, etc., imitando el estilo de construcción de los pueblos de la zona como medida de enmascaramiento y con el objetivo de poder alojar, en el momento de máxima actividad, a unas 2.000 personas. La instalación recibió la designación de Heers Veersuchstelle Peenemünde (Estación Experimental del Ejército Peenemünde, o de forma abreviada hvp). La península en que se encuentra Peenemünde quedó dividida en dos sectores, uno para el Ejército y otro para la Fuerza Aérea. Cada cuerpo se ocuparía de sus propios proyectos y pruebas, sin interferencias del otro, y con total libertad. O eso es lo que creían el uno y el otro, porque las envidias siempre presentes en el régimen nazi y los propios avatares del conflicto se encargaron una y otra vez de romper esta romántica concepción del trabajo científico en tiempos de guerra. Además, los objetivos de ambos eran totalmente opuestos, porque mientras los planes del Ejército se basaban en la investigación sobre grandes cohetes de combustible líquido, la Fuerza Aérea (temerosa de perder su rango de privilegio frente a los jerarcas nazis y en parte también por su desmesurada ambición de controlar todo lo que volase, como argumentó cierta vez el mariscal СКАЧАТЬ