Название: E-Pack Bianca octubre 2020
Автор: Varias Autoras
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Pack
isbn: 9788413752396
isbn:
Y ahora era la esposa de Pascal.
La verdad era que no quería pensar demasiado ni en la ceremonia nupcial ni en que había abandonado el único hogar que conocía por un futuro inquietante y desconocido.
Y, desde luego, no quería pensar en la provocación de él después de la ceremonia.
No iba a suplicarle nada, nunca.
Pero aunque lo pensaba en serio, una rápida mirada a su esposo y a su forma de conducir segura y relajada, la hizo estremecerse.
Se entretuvo con Dante, que estaba sobreexcitado y le costaba contenerse en el largo viaje. Hubo rabietas, lágrimas, demasiados dulces y no suficientes vídeos. Y cuando por fin llegaron a Roma, Pascal apretaba los labios y Cecilia estaba reventada.
Pero aún le quedaron fuerzas para, al bajar del coche en el garaje, decirle a Pascal en tono de superioridad:
–Recuerda que tú te lo has buscado.
Pascal la fulminó con la mirada, antes de tomar a Dante en brazos, porque por fin se había dormido, y subir por una escalera a lo que consideraba su hogar: tres plantas del edificio.
Cecilia se sentía abrumada.
Lo atribuyó al cansancio. La preció que era incapaz de entender todo aquel brillo, las vistas, el enorme vestíbulo, donde colgaba una araña de cristal del tamaño de su casa, y todo el mobiliario, que proclamaba a los cuatro vientos lo caro que era.
La cosa empeoró a la mañana siguiente.
Porque una cosa era ver a un hombre poderoso con ropa cara en una revista; al fin y al cabo, las revistas estaban llenos de ellos. Pero otra muy distinta era hallarse en medio de ese poder, en vez de limitarse a leer sobre él; verse envuelta y sentir que se ahogaba y que había hecho una tontería al ir allí.
Lo único en que pensaba al haber accedido era en estar cerca de su hijo. Y eso era lo único importante, se dijo esa mañana mientras deambulaba por aquel enorme y silencioso espacio, que era el lugar de residencia más grande en el que había estado.
Sin embargo, también debería haber pensado que era una mujer sencilla.
Su versión de una vida complicada se hallaba en los límites del pueblecito que era su único hogar conocido y de la buena o mala opinión de sus habitantes sobre ella. Y tanto cuando había vivido dentro de la abadía como cuando lo había hecho en su casita, la abadía, que era el centro del pueblo, también era todo su mundo.
«No tenías más remedio que venir», se dijo.
Pero eso no era un consuelo.
Se sentía mareada, sensación que no remitió con el paso de los días, mientras la oscuridad del año que terminaba solo se veía iluminada por los adornos navideños, dondequiera que mirara en aquella nueva ciudad.
Pascal había cumplido su palabra. Había contratado a un ejército de empleados para atender las necesidades de Dante. Y a Dante lo fascinaban sus nuevos entretenimientos, por lo que, aunque Cecilia habría querido reclamar la atención de su hijo, él no quería irse con ella cuando estaba jugando, haciendo trabajos manuales o practicando escalas en el piano que tenía en su habitación.
Quería seguir haciendo lo que hacía, acompañado de toda aquella gente que le resultaba más entretenida que su madre.
–No sé qué esperas que haga al haberme obligado a venir aquí –le dijo a Pascal, furiosa, una mañana, al cabo de pocos días de llegar–. No estoy acostumbrada a estar sin hacer nada.
Pascal se hallaba en el despacho leyendo la prensa mundial y tomándose un café.
Él le ha había dirigido una mirada burlona.
–Estás en Roma –dijo él, levemente asombrado de que fuera necesario recordárselo–. Si no puedes entretenerte aquí, no podrás hacerlo en ningún sitio.
Ella no halló una respuesta que darle que él no hubiera considerado un desafío, así que no dijo nada. Aceptó que, por primera vez desde que tenía memoria, se las tendría que arreglar sola.
Así que salió y se perdió por las viejas calles de la ciudad.
Y en medio de aquel esplendor caótico de tres mil años de historia, mientras se extraviaba en una calle para volver a hallar su camino en otra, se dio cuenta de que se había olvidado de que se acercaba la Navidad.
Era su época del año preferida.
Un día, a última hora de la tarde, estaba en el café de una concurrida piazza, tomando un café con leche. Era un día frío, húmedo y nublado. Había dejado a Dante a cargo de sus cuidadores, que, siendo sincera, le caían muy bien.
¿Cómo iba a discutirle a Pascal su deseo que el niño recibiera esos cuidados cuando ella lo dejaba con la vecina mientras trabajaba?
No podía. Mejor dicho, podía hacerlo, pero le daba miedo.
Había algo en Pascal, ahora que estaba en su elemento, que la hacía sentir como si no pisara el suelo. Y no porque se abriera bajo sus pies, como a veces le había parecido, sino porque Pascal se había apoderado de él.
Suspiró al mirar la piazza y las luces y adornos que la hacían brillar, aunque había empezado a oscurecer.
Casi se sintió en paz.
En esa época del año, la abadía siempre le había parecido mágica. Las hermanas cantaban villancicos por la mañana y el pueblo se engalanaba decorando los árboles con luces, las puertas con guirnaldas y las ventanas con velas.
De repente, se sintió desanimada por no estar allí.
No esperaba echarlo tanto de menos. Le producía un dolor físico no poder salir, andar cinco minutos, hiciera el tiempo que hiciera, y buscar la fresca y serena protección de la abadía. Y no tener a mano a la madre superiora para que hiciera alguno de sus comentarios, ya fuera seco o sabio.
Por primera vez en su vida estaba sola, y no podía decir que le gustara.
Más tarde, después de salir del café, buscó el camino de vuelta en el laberinto de calles llenas de gente y coches. Solo se perdió dos veces antes de llegar a casa de Pascal, lo que, en su opinión, era un avance.
Le dijeron que Dante estaba cenando y que después lo bañarían, antes de acostarlo.
Ya no le preguntaban qué le parecía lo que hacían con el niño, sino que se limitaban a llevarlo a cabo.
Notó que se apoderaba de ella la ira, o tal vez fuera el miedo. Sabía que aquello formaba parte del plan de Pascal. Como represalia, hacía todo lo posible para demostrarle lo fácil que era mantenerla apartada de su hijo.
Y ella dejaba que lo hiciera, sin intervenir, cuando debería entrar furiosa en el comedor, mientras su hijo cenaba, echar a todos los empleados y quedarse con él.
Echó a andar en esa dirección, pero se detuvo.
Dante se lo estaba pasando como nunca, le gustara o no a ella. ¿Qué derecho СКАЧАТЬ