Название: Lady Aurora
Автор: Claudia Velasco
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: HQÑ
isbn: 9788413481401
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–Tenéis muchas visitas, ni notarás mi ausencia.
–Pero…
–Seguro que lo pasaréis muy bien.
–De acuerdo, pero ahora tienes que venir con nosotros, los carruajes están llenándose…
–¿Qué carruajes?
–¿Lo has olvidado? No me lo puedo creer, si tú eras la más entusiasta con la visita de monsieur Petrescu.
–¿Monsieur Petrescu? –de repente se acordó de que ese famoso mago rumano, que triunfaba en París y Londres, había accedido en ir a animar la fiesta de cumpleaños de su tío, y respiró hondo poniéndose las manos en las caderas–. Vaya, es cierto.
–Ha organizado algo muy misterioso para nosotros en Stonehenge, no quiere dar detalles, todo es un secreto, pero dice que ocurrirá esta noche. Vamos, no quiero llegar de las últimas.
–Mira, la verdad es que no me apetece nada…
–Ni siquiera has cenado, me vas a abandonar todo el verano y ahora, ¿te niegas a acompañarme a ver la magia de monsieur Petrescu? No puedes hacerme eso, prima, no puedes o me harás llorar.
–Muy bien –miró a Mary, que seguía la charla con la boca abierta, y agarró su chal de seda–. Voy contigo. Mary, por favor, acaba tú sola con el equipaje, mete todo lo que traje de Londres, mis libros, mis acuarelas y todos mis enseres personales. No te dejes nada, ¿podrás hacerlo?
–Claro, milady.
–Muchísimas gracias. Adiós.
Agarró del brazo a Rose, que tenía diecisiete años, pero parecía una niña de doce, y salieron a la entrada principal de la casa donde varios carruajes estaban dispuestos para llevar a los invitados hasta Stonehenge. Un conjunto de piedras megalíticas que componían un círculo pétreo en plena planicie de Salisbury, a tan solo cuarenta minutos de Amesbury, y que parecía ser el escenario elegido por monsieur Petrescu para impresionarlos con un gran número de magia.
A pesar de la conversación con su tía, su frágil situación personal y el inestable futuro que se cernía sobre su cabeza, no pudo evitar emocionarse ante la aventura y se subió a uno de los últimos carruajes acordándose de sus padres, que habían sido unos apasionados de la arqueología y la historia, también de la astronomía y la astrología, y que muchas veces le habían hablado de Stonehenge. De hecho, ellos la habían llevado por primera vez a visitar el monumento abandonado cuando tenía seis años y le habían hablado de los solsticios de invierno y de verano que, según le habían explicado, eran celebrados allí desde tiempos inmemoriales.
Solo pensar en ellos le produjo un enorme consuelo y decidió que eso era un buen augurio. Estaba segura de que tanto su madre como su padre habrían apoyado su decisión de no casarse a la primera de cambio, con el primer candidato señalado por su tía Frances, con la que, por cierto, ellos nunca habían congeniado, y sabía que habrían estado de acuerdo con su decisión de viajar a Escocia inmediatamente para librarse de las presiones y para pasar una temporada con la familia Abercrombie, la familia de su madre, que no eran ni tan aristocráticos, ni tan ricos como los FitzRoy, pero que al menos no la obligarían a nada, ni la acusarían de estar seduciendo a sus primos, ni le sacarían en cara a diario todo lo que estaban haciendo por ella.
–Vaya, palomita, qué guapa –su primo Alister se agarró a la puerta del carruaje en marcha y se asomó para mirarla de arriba abajo–. Te estaba esperando en el salón y si alguien no me avisa de que te habías apuntado a la idiotez de ese mago, aún seguiría aguardando junto a la chimenea.
–Déjala en paz, Alister –ladró Rose y él la hizo callar.
–¡No te metas, estúpida mocosa de…!
–Ya está bien, no le hables así.
–¡Deténgase, Chester, que voy a entrar! –ordenó Alister al cochero. Esperó a que se detuviera, abrió la portezuela y se desplomó frente a ellas–. Mejor nos vamos de vuelta a casa.
–No, por favor, queremos ver a monsieur… –balbuceó Rose y Aurora la agarró de la mano.
–¿Monsieur? ¿Un puñetero franchute? De eso nada, nos volvemos a casa ahora mismo.
–No es francés, es rumano.
–Peor me lo pones. ¡Chester! –gritó, pero Aurora se inclinó y le rozó la muñeca, él la miró y le sonrió con los ojos brillantes.
–Solo queremos ver un truco de magia, Alister, luego nos volvemos a casa. Por favor, ¿eh?
–Tus deseos son órdenes, palomita.
Él le guiñó un ojo y Aurora tragó saliva mirando por la ventanilla.
La pura verdad, no podía negarlo, era que sus dos primos, Henry y Alister, apenas la dejaban en paz. Ambos se disputaban su atención y desde que habían dejado Eton para iniciar estudios superiores en Oxford y Cambridge respectivamente, se creían los dueños del mundo, unos hombres hechos y derechos, y más de una vez se habían llevado un buen bofetón por sus insinuaciones o por sus actos, porque Henry había intentado incluso besarla.
No eran más que un par de críos de veinte años envalentonados y acostumbrados a hacer lo que les viniera en gana, no eran peligrosos y sabía manejarlos pero tenía que reconocer que cada día se le hacía más difícil lidiar con ellos, sobre todo en vacaciones, y sería otro alivio poner tierra de por medio y perderlos de vista para su tranquilidad, y especialmente para la tranquilidad de su insoportable madre, que tenía una mente sucia y perversa. Una capaz de imaginar coqueteos y seducciones donde solo había juegos y chanzas adolescentes.
–Lady FitzRoy, llevo horas esperando –Charles Villiers le abrió la portezuela y la ayudó a bajar del carruaje ignorando a Rose, que saltó al césped mirando con la boca abierta las gigantescas piedras de Stonehenge–. Ni siquiera has cenado conmigo, qué descortés.
–El que faltaba –bufó Alister dándole con el hombro al pasar por su lado, Charles sonrió y lo ignoró sin perder de vista a Aurora.
–¿Dónde te habías metido, Dawn?[1]
–He tenido una charla bastante poco amistosa con mi tía, ya te contaré. ¿Tenemos un buen sitio para ver el espectáculo?
–¿Poco amistosa?, ¿qué ha ocurrido? –le ofreció el brazo y caminaron juntos hacia el círculo de piedras donde monsieur Petrescu, rodeado de antorchas encendidas, estaba ultimando los detalles de su misterioso truco de magia.
–Quiere que elija hoy mismo a mi futuro marido, tiene dos candidatos óptimos y…
–¡¿Qué?! –Charles se detuvo y le clavó los ojos azules–. Yo aún no he hecho mi propuesta formal.
–Charly…
–No puede ser, ¿te habrás negado?
–Sí, pero se ha enfadado muchísimo y el resultado es que me voy a Escocia con mi familia materna, no quiere… –obvió los detalles de la discusión СКАЧАТЬ