Lady Aurora. Claudia Velasco
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Название: Lady Aurora

Автор: Claudia Velasco

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: HQÑ

isbn: 9788413481401

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СКАЧАТЬ te preocupes.

      –Doctor Ferguson, la doctora Montrose ya está en planta, habitación 336, pueden entrar a verla cuando quieran.

      –Muchas gracias, Lucy. Aurora –le hizo un gesto para que caminara delante y ella asintió dirigiéndose a toda prisa hacia la habitación, tocó la puerta y entró con el corazón en la garganta.

      –¡Jesucristo! ¿Cómo estás?

      –Me han operado con epidural, no me ha dolido nada, así que estoy bien. Tranquila.

      –No sé lo que es eso, pero me alegro mucho –echó un vistazo a la habitación inmaculada y limpia donde Meg estaba sola en una cama estrecha, con la pierna en alto y llena de aparatos, tornillos y cosas extrañas, y se le acercó para besarle la frente–. Gracias a Dios que estás bien.

      –¿Cómo has venido?

      –Ha venido sola. La llamé por teléfono, contestó y quiso venir de inmediato –Ben se acercó y también la besó en la frente–. ¿Qué tal te encuentras? Senfield dice que ha sido una fractura limpia.

      –Sí, creo que todo ha salido perfecto, pero necesitaré reposo y rehabilitación, una puta mierda. Perdona, Aurora.

      –No pasa nada. Te traeré unas flores. ¿Dónde puedo cortar flores para alegrar la habitación?

      –En ninguna parte si no quieres que te multen. Hay sitios para comprarlas, ahora iré a por ellas.

      –¿Multarme? ¿Por qué? Solo son unas flores –los miró alternativamente y se rindió, porque no paraba de hacer preguntas y ese no era el momento ni el lugar–. Está bien, ¿necesitas algo, Meg? Te preparo un té o…

      –No, gracias, cariño, no puedo comer nada durante un rato. Luego las enfermeras se ocuparán de traerme líquidos y comida, tú tranquila. Venga, siéntate. Te queda muy bonito ese vestido.

      –Es muy cómodo, gracias –se estiró el vestido de verano que le había prestado y buscó una silla para sentarse–. ¿Avisamos a tus padres? ¿A tus hermanos? Les puedo escribir ahora mismo.

      –Ahora llamo a mis padres, están en Fuengirola con Lauren y los niños, no quiero preocuparlos. Y Richard, pues… no sé, anda de vacaciones en Ibiza o ya camino de Portofino, tampoco quiero arruinarle el descanso. Estoy perfectamente y no pienso asustar a nadie más de lo necesario.

      –Por supuesto, yo estoy aquí para hacerme cargo de todo. No te preocupes. ¿Cómo fue el accidente?

      –Una tontería, giré en una esquina con la bicicleta y unos turistas despistados salieron mal de una glorieta y me embistieron con su coche de alquiler. Afortunadamente, iban muy despacio y yo también.

      –Válgame Dios.

      –¿Qué sabéis de Beltrán Rolland? ¿No venía hoy?

      –¡¿Beltrán Rolland venía hoy?! –exclamó Ben y las dos lo miraron muy sorprendidas.

      –Claro, te lo comenté por teléfono, Ben.

      –¿Y qué viene a hacer a Bath?

      –Quiere conocer a Aurora, bueno, a todos. Tenía unos días de vacaciones y venía a Londres de todas maneras.

      –La madre que lo… Pues habrá que avisarle que has tenido un accidente, te han operado y no estás para recibir visitas.

      –Hoy no, pero cuando me vaya a casa sí, lo llamaré a ver si lo pillo en Londres.

      –No, déjalo, ya lo llamo yo.

      Agarró su teléfono y salió de la habitación muy airado, Aurora miró a Meg y se levantó para organizarle un poco el pelo. Ella se dejó hacer con una sonrisa y luego empezó como a dormitar, cosa de lo más normal teniendo en cuenta por lo que había pasado, así que se apartó de ella en silencio y se sentó en la silla a velar su sueño y a pensar en el señor Beltrán Rolland, el profesor universitario de París que había escrito dos libros sobre Petrescu, que sabía mucho de la magia, la nigromancia, el ocultismo y la alquimia del siglo XIX, y con el que llevaba hablando con regularidad unas tres semanas.

      Sus amigos le habían explicado el uso del «ordenador», de «Internet» y de todos esos adelantos extraordinarios que permitían a personas estar conectadas desde su propia casa con el resto del mundo y, aunque no entendía demasiado bien los detalles técnicos del asunto, sí había empezado a disfrutarlos. De ese modo había conocido algo que se llamaba Skype y que permitía hablar y ver a una persona a través de la pantalla del ordenador, como en la televisión, salvo que con el Skype tu interlocutor te oía y te veía, tú a él y así podías mantener una charla perfectamente coherente durante horas. Un prodigio.

      Gracias al bendito Skype había conocido al señor Rolland, con el que en un principio se comunicaba en francés, aunque pronto descubrieron que él dominaba también el inglés y empezaron todos a charlar con él. Aunque él prefería hablar privadamente en francés con ella, cosa que a su amigo Ben no le parecía del todo bien, y ella lo comprendía, porque estaban tratando temas muy serios, vitales, que era mejor compartir con todos a la vez y evitar de esa manera andar traduciendo y explicando lo que él le quería transmitir desde París.

      Lamentablemente, y hasta el momento, el señor Rolland no les había aclarado muchas cosas, y ellos tampoco a él, porque habían pactado no contarle lo de su viaje en el tiempo hasta conocerlo bastante mejor, así que sus conversaciones versaban sobre los estudios de Petrescu, sus logros y sus escritos, sin que les desvelara nada nuevo, sin que esparciera algo de luz sobre sus posibles seguidores o discípulos, que era lo que ellos necesitaban encontrar, y habían acabado por ignorarlo un poco, aunque él no dejaba de llamarla a diario.

      –Aurora –Ben asomó la cabeza y le sonrió–. Ya le he dicho a Beltrán que no estamos para visitas y que ya le llamaremos, aún le quedan diez días en Londres. Y el cirujano dice que todo ha ido muy bien y que mañana nos podemos llevar a Meg a casa.

      –Estupendo, muchas gracias. ¿Me puedo quedar esta noche con ella?

      –Sí, pero no hace falta, hay enfermeras y…

      –Prefiero quedarme.

      –Como quieras. Yo tengo que ir a trabajar, tengo consulta hasta las seis. ¿Estaréis bien?

      –Por supuesto, gracias.

      –Que duerma, le vendrá bien. Luego os veo. Adiós.

      Se despidió de él con una venia y miró por la ventana el pequeño jardín que estaba cerca de la habitación, y a lo lejos el trajín incansable de personas. Una de las características más llamativas de ese siglo era la prisa de la gente. Todo lo tenían que hacer rápido: comunicarse, informarse, trasladarse de un sitio a otro, subir, bajar, andar, hablar, coser, escribir, limpiar, cocinar… y todo estaba previsto para eso, había maquinitas y aparatos para facilitar y agilizarlo todo, incluso para lavar los platos, y aquello la desorientaba un poco. No se detenían en nada y por las calles ni siquiera se saludaban, apenas se miraban, y aquello era desolador.

      De repente, ese aparato pequeñito, el «teléfono móvil», vibró en la mesilla de Meg y ella se movió en la cama, pero no se despertó. Aurora se acercó y pudo leer en la pantalla iluminada: RICHARD. Por un segundo hizo amago de contestar, tal como le había enseñado Zack, deslizando el dedo índice СКАЧАТЬ