Название: Vergüenza
Автор: Группа авторов
Издательство: Bookwire
Жанр: Религия: прочее
isbn: 9789563572421
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La falta de control médico, los diagnósticos y tratamientos errados, con las respectivas consecuencias, hacía que muchas tuvieran bastante mala salud, Florencia recuerda que “descubrimos que a algunas las habían hecho operarse de cosas que no necesitaban, a otras se les daban remedios muy fuertes”. Más aún, continúa…
Les pasó a algunas que se salieron y se podrían haber casado, pero idealizaron la consagración y muchas se operaron y las vaciaron, les sacaron el útero. Se operaron mientras eran consagradas. Nunca supimos si era por indicación médica de verdad… o puede haber sido cualquier cosa, pero varios casos…
Después de todo lo vivido y conocido en la Iglesia, muchas de las que ejercieron poder, sea en congregaciones religiosas o en movimientos de consagradas, empiezan a tomar conciencia… Luisa (33) afirma: “Yo he escuchado a algunas directoras pedir perdón por lo que hicieron. Yo creo que no eran malas personas, pero estaban en un sistema tan abusivo, tan estricto que hacían lo que tenían que hacer”.
Toda persona que fue directora abusó de su poder y, es más, yo misma, me he dado cuenta de que en mi apostolado abusé de mi poder. Si a mí me negaban permisos o me decían que no, yo también hice lo mismo con mis colaboradores. Yo también tendría que pedir disculpas a algunas6.
Yo creo que todavía no logro darme cuenta del abuso de poder y de conciencia que había. Incluso empecé a escuchar casos de abuso sexual. Todo ha sido muy chocante. Fui sabiendo casos de abuso sexual de compañeras mías y maltratos de otras consagradas que ya estamos afuera7.
Otro tipo de abusos padecieron mujeres laicas. Cuando estalló el caso Karadima, gracias a los testimonios de Juan Carlos Cruz, James Hamilton y José Andrés Murillo, nadie o casi nadie, se preocupó por las mujeres que habían sido dirigidas espirituales del exsacerdote. Elena (52) fue una de ellas. Recuerda que pololeaba con uno de los jóvenes de la parroquia, uno de los “favoritos”. Ella quiso contarle al padre Fernando de su relación, pero su pololo le pidió que no lo hiciera, “el padre no puede saberlo”, fueron sus palabras. Se lo ocultó a su director espiritual durante un par de meses y al contarle, “él me dijo que eso no podía ser, que debía terminar inmediatamente porque él estaba reservado para Dios, que Dios lo había escogido y que yo no podía entrometerme”. Mientras a él le decía algo similar, agregando que ella lo estaba distrayendo, que él estaba “reservado” para Dios. Y desde ese día, recuerda, “el padre Fernando se propuso presentarme a otra persona. Me presentó a un hombre de la misma parroquia”. La intrusión de Karadima en las elecciones de pareja y su manipulación para armar y desarmar parejas era habitual. En el caso de Elena, ella y su pololo debieron terminar. Años después, él se ordenó de sacerdote y ella se casó, tuvo hijos y hoy está separada.
EL MIEDO AL CUERPO
La mayoría de las mujeres abusadas en nuestra Iglesia no son religiosas y no levantarán nunca la voz. No se mostrarán en público. Guardarán el abuso como un oscuro secreto que no debe ser develado ni siquiera ante el marido. Porque cuando unas pocas se atrevieron a abrir el corazón con un confesor o acompañante espiritual —varón— se encontraron con sesgadas y machistas respuestas como “y usted ¿no cree haber hecho algo que motivó la violación? ¿no puede ser que lo haya incitado?”. Otro, “¿cómo andaba vestida? A lo mejor andaba provocativa…”. Y otro más, “¿no habrá estado muy escotada?”.
El intento masculino por dominar el cuerpo y la sexualidad de las mujeres ha sido habitual en la sociedad. En la Iglesia, sin embargo, a través del sacramento de la confesión y de la dirección espiritual, ha tenido consecuencias insospechadas.
Marta (68), profesora básica y de religión de un colegio de hombres, recuerda que un año tuvo un desempeño notable como organizadora y directora del evento de fin de año y entrega de notas del colegio. “Yo estaba medio inflada porque todo había salido muy bonito”. Sin embargo, el lunes a primera hora recibió un llamado del rector.
El rector me dice que supo que el día de entrega de notas de los niños yo andaba con un vestido muy escotado, que me recordaba que era un colegio de hombres, que yo debía saber comportarme y vestirme, que no quería saber nunca más que anduviera con una ropa así, que yo había hecho un papelón, una ofensa, me dijo muchas cosas y yo cada vez me hundía más. No podía creer lo que me estaban diciendo. Cuando me dijo todo lo que quiso, yo me fui a llorar, traté de recordar qué tenía el vestido y, nada, era un vestido largo, elasticado, una solera, solo se veían mis hombros ¡en diciembre con un calor enorme! y yo tenía muy poco busto, era casi plana, no sé qué mostré o qué me vio. Lloré mucho, me sentí muy mal, le conté a mi marido, esto me duró muchos días, mi corazón quedó herido, no podía entenderlo.
La imagen femenina que muchos sacerdotes han internalizado es muy compleja. Por un lado, es la madre que debe ser respetada y cuidada —María— y, por otro, es la tentadora, la seductora —Eva—. La relación del clero con las mujeres y lo femenino es algo, a todas luces no resuelto. Baste recordar las reveladoras declaraciones de Renato Hevia, exsacerdote, al referirse a la conducta del jesuita Renato Poblete: “era picado de la araña ¡qué le iba a hacer!”8. O la experiencia de Marta que con 25 años o poco más, recuerda que, en una confesión, al revelar su vanidad, el sacerdote le dijo que “debió haber sido bataclana y trabajar en un cabaret” y no profesora de un colegio.
La irrupción de las mujeres en la arena pública ha hecho caer modelos y paradigmas en todos los ámbitos. Sin embargo, el cuerpo y la sexualidad femenina siguen siendo un terreno pantanoso. La sexualidad no es solo una condición humana, sino también un terreno de lucha política y de emancipación9, por eso hay ahí una enorme tarea pendiente en nuestra Iglesia. Y muy específicamente con relación al cuerpo y a la sexualidad femenina y a cómo los varones célibes se relacionan sanamente con ellas. Y esto debe hacerse desde la formación sacerdotal porque cuando no se hace, se corre el riesgo de que esos futuros sacerdotes no puedan integrar lo femenino ni su propia sexualidad y afectividad.
El modus operandi habitual en el acoso a las mujeres es la ambigüedad, los chistes en público, las bromas de doble sentido, siempre en público. También el rechazo o los acercamientos desconcertantes. Lo saben bien alumnas y exalumnas de la facultad de teología de la Universidad Católica. Varias recuerdan el profundo cambio que experimentaron en su aspecto físico al entrar a la facultad: “si alguien nos miraba, no sabían si éramos monjas o laicas”; otra, “nos pasaba que de a poco nos iban intimidando y empezábamos a taparnos”; otra, “un día me miré al espejo y dije ‘esa no soy yo’. Había dejado de arreglarme, usaba cuellos subidos, dejé de maquillarme, ¡parecía monja!”. Y otra…
A todas nos pasaba lo mismo, empezábamos a cambiar nuestra manera de vestirnos, de movernos ¡hasta de hablar! para no sentirte tan observada. Había un grupo que te miraba de lejos, te rechazaba, te miraba con desconfianza… y otro grupo que no sabía cómo acercarse, cómo hablarte, eran terribles, no disimulaban, era como si no se pudieran contener, como si estuvieran amarrados. El trato con las mujeres es muy raro10.
Parece ser que, aún hoy, en el mundo católico las mujeres siguen siendo normadas con la llamada “estética de la devoción” decimonónica. Esa vestimenta “de tipo puritano, severa, falta de elegancia y descuidada”11 que protegería del abuso, de la violación y del acoso de todo tipo y, más importante aún, СКАЧАТЬ