El otro. Miranda Lee
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Название: El otro

Автор: Miranda Lee

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Bianca

isbn: 9788413486888

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СКАЧАТЬ iban de Sydney a Canberra se desviaban de la autopista sólo para comprar una empanada en Tindley.

      En respuesta a tan repentina afluencia de visitantes, las tiendas que había a cada lado de la carretera, que antes estaban casi vacías, habían abierto de nuevo sus puertas para vender toda clase de artículos de artesanía local.

      A los alrededores de Tindley habían acudido artistas de todo tipo, por el paisaje y la tranquilidad que se respiraba. Pero antes de aquel florecimiento del mercado, habían tenido que vender sus productos a las tiendas situadas en sitios más turísticos, sobre todo en la costa.

      En un momento determinado, ya no fueron las empanadas las que atrajeron a los turistas, sino los artículos de piel y barro, madera y otros productos hechos a mano.

      En respuesta a tanta popularidad, habían abierto más negocios, donde se ofrecían té de Devonshire y comida para llevar. También habían abierto un par de buenos restaurantes y una pensión que se llenaba los fines de semana con la gente que escapaba de Sydney y les gustaba montar a caballo, caminar por el bosque, o sentarse a observar el paisaje.

      En un período de cinco años, Tindley había resurgido casi de la nada y se había convertido en un sitio próspero. Un lugar que se podía permitir el lujo de tener dos médicos. Jason había comprado parte del consultorio del viejo doctor Brandewilde, y no se había arrepentido de ello en ningún momento.

      Aunque tenía que admitir que había tardado tiempo en habituarse al ritmo del lugar, acostumbrado como estaba a trabajar doce horas al día en el consultorio de Sydney. Había tenido que luchar al principio contra su impulso por pasar consulta de la manera más rápida posible.

      En la actualidad no se podía imaginar estar con un paciente menos de quince minutos. Sus pacientes habían dejado de ser rostros anónimos y se habían convertido en personas que conocía y apreciaba. Personas como Florrie. Una conversación agradable con el paciente era una práctica habitual del médico rural.

      El autobús arrancó y al poco desapareció de la vista.

      –Espero que Muriel no haya vendido mi almuerzo –comentó Jason. Florrie se echó a reír.

      –Nunca haría algo así, doctor. Usted es su cliente favorito. El otro día me decía que, si tuviera treinta años menos, le habría echado ya el guante y así no tendría que aguantar a la casamentera de Martha.

      Jason se empezó a reír. No sólo Martha Brandewilde era casamentera. Desde que llegó a aquel pueblo, todas las damas padecían la misma enfermedad. Al parecer, no era normal que un hombre atractivo y soltero, por debajo de los cuarenta, se fuera a vivir a un sitio como aquél. Con tan sólo treinta años, más apuesto que la media, era considerado el partido perfecto por muchas.

      Aunque ninguna de ellas tuvo éxito, a pesar de haber invitado a Jason a varias fiestas donde siempre por casualidad había cerca de él una chica que no estaba emparejada. Jason sospechaba que había defraudado a todas las que le habían intentado ayudar en ese sentido. Martha Brandewilde era la que más frustrada se sentía.

      Sin embargo, lo que sí le alegraba era el que, a pesar de su falta de entusiasmo por las chicas que le ofrecían en bandeja, nadie había sugerido que era un solterón empedernido. Aquello era algo que le gustaba de los habitantes de Tindley. Tenían valores y puntos de vista chapados a la antigua.

      Florrie frunció el ceño.

      –¿Cuántos años tiene, doctor Steel?

      –Treinta, Florrie. ¿Por qué?

      –Un hombre no debe casarse muy mayor –le aconsejó–. Porque si no, se empieza a hacer maniático y egoísta. Aunque no hay que casarse con la primera que aparezca. El matrimonio es algo muy serio. Pero un hombre inteligente como usted lo sabe. A lo mejor por eso no se ha casado aún. ¡Dios mío, mire qué hora es! Tengo que marcharme. Va a empezar el The Midday Show y no me lo quiero perder.

      Florrie dejó a Jason pensando en lo que le acababa de decir.

      La verdad era que estaba de acuerdo con ella. Casi en todo. Su vida tendría más sentido si encontraba a una mujer con la que compartirla. Había llegado a Tindley después de una experiencia bastante triste, pero no por ello abandonaba la idea de encontrar a alguien. Quería casarse, pero no con cualquiera.

      Movió en sentido negativo la cabeza, al pensar en lo cerca que había estado de casarse con Adele. ¡Qué desastre hubiera sido!

      La verdad era que había sido una mujer con la que había estado dispuesto a compartir su vida. Bella. Inteligente. Muy sensual. Había estado ciegamente enamorado de ella, hasta el día en que se le cayó la venda de los ojos y se dio cuenta de lo que había detrás de esa fachada. Un ser sin sentimientos que había sido capaz de asumir la muerte de un niño, sin culpabilizarse de su propia negligencia, diciendo que así era la vida y que no era la última vez que un accidente de ese tipo iba a pasar.

      En ese momento, decidió dejar de verla y separarse de su estilo egoísta de vida. Y había tenido que pagar un alto precio por ello. En vez de reclamarle a Adele la mitad de sus bienes, le había dejado todo. El piso en Palm Beach y el Mercedes. Se había ido con lo puesto. Después de haberle comprado al doctor Bradewilde la mitad del consultorio, Jason había llegado a Tindley tan sólo con su ropa, su colección de vídeos y un coche, que estaba lejos de ser un Mercedes último modelo. Un coche de cuatro puertas, australiano, pero bastante duro y fiable. El coche típico de un médico rural.

      Adele pensó que se había vuelto loco y le había dado seis meses para que atendiera a razones. Pero era lo que Jason había hecho. No quería seguir viviendo deprisa y con la obsesión de conseguir riqueza, ni tampoco estaba dispuesto a una vida sexual tan retorcida como les gustaba a las mujeres tipo Adele. Quería paz y tranquilidad tanto de cuerpo como de alma. Quería una familia. Quería casarse con una mujer a la que respetara y amara.

      Sin embargo, le daba igual estar enamorado.

      Naturalmente, era importante querer a su mujer. El sexo era tan importante para Jason como lo era para el resto de los hombres apasionados. La primavera no sólo afectaba al pueblo, también le afectaba a él. Necesitaba una esposa y la necesitaba cuanto antes.

      Por desgracia, las posibilidades de casarse con la chica en la que se había fijado nada más pisar Tindley eran casi nulas.

      Miró la calle y se fijó en la pequeña tienda que había en la esquina. Sus puertas estaban todavía cerradas. Era normal, pensó. No había pasado ni siquiera una semana desde el funeral de Ivy Churchill.

      ¿Se encargaría Emma de la tienda de chucherías de su tía? ¿Qué podría hacer él para conquistarla? Porque del corazón de aquella chica se había apoderado un cretino que se había marchado del pueblo hacía ya unos cuantos meses. Según su tía, la chica estaba todavía enamorada de ese tipo y esperaba con anhelo su regreso.

      Aquella señora se lo había contado a Jason una de las veces que había ido a reconocerla, seguramente porque se había dado cuenta de las miradas que le dirigía a su sobrina.

      Aunque la chica no se había enterado de nada. Las veces que había ido, ella se quedaba tejiendo al lado de la ventana.

      Para Jason había sido imposible no fijarse en ella. Sus ojos volvían una y otra vez al mismo sitio, para contemplar la bella imagen de aquella chica sentada, arqueando de forma graciosa el cuello, su mirada baja, sus pestañas descansando en la palidez de sus mejillas. Siempre llevaba un vestido hasta los tobillos. Los rayos del sol habían iluminado СКАЧАТЬ