Un hombre para un destino. Vi Keeland
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Название: Un hombre para un destino

Автор: Vi Keeland

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9788417972264

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СКАЧАТЬ a punto de salir cuando, de repente, recordé algo:

      —¡Iris!

      —¿Sí? —dijo, y se volvió hacia mí.

      Abrí el cajón donde había guardado mi enorme Michael Kors y saqué un bulto envuelto en papel de periódico.

      —Te hice esto el fin de semana. ¿Recuerdas que me dijiste que querías una pieza de cerámica?

      Iris volvió a acercarse a mi mesa mientras yo desenvolvía el jarrón que había hecho para ella. Como hacía tiempo que no practicaba, había necesitado una docena de intentos para obtener el resultado que buscaba, pero, al final, lo había conseguido. Me había pasado todo el fin de semana en el taller al que iba, el Painted Pot. Lo había cocido y pintado, pero aún tenía que barnizarlo y pasarlo por el horno otra vez.

      —Todavía no está terminado. Aún tengo que pulirlo y cocerlo, pero quería que lo vieras y supieras que lo he hecho para ti.

      Iris tomó el jarrón entre sus manos. Lo había pintado con vibrantes iris de color púrpura. Me gustaba cómo había quedado, pero, de pronto, me sentí nerviosa. Sobre todo porque el despacho estaba lleno de objetos mucho más elegantes.

      —Es magnífico. ¿De veras lo has hecho tú? —Giró el jarrón para observarlo mejor.

      —Sí. No es mi mejor obra. Hacía mucho tiempo que no iba al taller.

      Me miró.

      —Entonces me muero de ganas por ver lo mejor que eres capaz de hacer, Charlotte. Esto es impresionante. Mira qué detalle, las sombras de las flores y la delicada forma… Esto no es una simple pieza de cerámica, es una obra de arte.

      —Gracias. No está acabado, pero quería que supieras que había cumplido con mi palabra y que lo había hecho.

      Me lo tendió de nuevo.

      —Significa mucho para mí. Suelo guiarme por mis instintos y veo que no me he equivocado contigo. Creo que hoy es tu primer día de una vida llena de grandes cosas.

      Después de que se marchara, seguí flotando en una nube durante un buen rato. Rellené toda la documentación que Liz me había entregado y decidí ir a por pañuelos de papel para envolver el jarrón, antes de cubrirlo de nuevo con el papel de periódico. El material todavía no estaba esmaltado y, en la parte de abajo, había una pequeña mancha de tinta, que debía de ser del periódico. No quería que volviera a pasar, así que me llevé el jarrón para intentar limpiarlo antes de guardarlo de nuevo.

      Salí de mi despacho, giré a la izquierda para ir a la cocina y me percaté de que ya me había equivocado de dirección. Me detuve y giré para volver atrás. Sin embargo, lo hice sin mirar y me di de bruces con alguien.

      El jarrón rebotó en mis manos cuando choqué contra un torso duro. Casi había logrado enderezarme sin que se me cayera al suelo el resultado del esfuerzo que había invertido durante todo el fin de semana. Pero, entonces, cometí el error de mirar con quién había chocado y el jarrón se me resbaló de las manos, al tiempo que me caía de culo al suelo.

      «Joder…».

      El hombre se acuclilló delante de mí.

      —¿Está bien?

      Solo pude parpadear por toda respuesta; no supe qué decir, rodeada por un montón de pedazos de cerámica.

      Tenía un aspecto muy distinto sin el ceño fruncido y la expresión despectiva, tanto que llegué a preguntarme si me había equivocado de persona. Quizá solo era alguien muy parecido a… Pero, entonces, él también me reconoció. Una sonrisa lenta y casi feroz se instaló en su atractivo rostro.

      No se trataba de ningún error. El hombre que me había alterado por segunda vez hasta el punto de quedarme sin aliento era…, sin duda, Reed Eastwood.

      Capítulo 6

      Reed

      Parpadeé varias veces, pero no sirvió de nada. Seguía allí. No eran imaginaciones mías.

      Era ella.

      Estaba en mi oficina.

      La rubia de pelo platino.

      Con ojos azules como el hielo.

      La Barbie nórdica del otro día, Charlotte Darling, estaba en el suelo frente a mí y parecía asustada, como si hubiera visto un fantasma. Me levanté, le tendí la mano y la ayudé a ponerse en pie.

      «Si le doy tanto miedo, ¿por qué me acosa de este modo?».

      No tuve mucho tiempo para pensar antes de decir:

      —¿El circo ha venido a la ciudad, señorita Darling? No recuerdo haber comprado entradas para su espectáculo itinerante. ¿Qué hace aquí?

      —Yo… Eh… —Sacudió la cabeza como si saliera de una neblina y se llevó la mano al pecho—. Reed… Eastwood. ¿Qué hace aquí?

      «¿A qué juega?».

      —¿Me está preguntando qué hago en mi propia empresa? ¿Quién la ha dejado entrar?

      Azorada, miró hacia abajo y se ajustó la falda.

      —Trabajo aquí.

      «¿Qué?».

      El corazón me latía a todo trapo.

      Aunque le había permitido visitar el ático de lujo para castigarla por la pérdida de tiempo que me había supuesto, después lamenté haber sido tan duro con ella. Sin embargo, en ese momento justificaba por completo mi actitud.

      —Francamente, el otro día, cuando salió corriendo de la Millenium, me dio un poco de pena. Pero venir aquí es harina de otro costal. ¿Cómo ha pasado por el control de seguridad?

      Creo que fue la palabra «seguridad». La mujer que hacía unos segundos se encogía en el suelo se enderezó de pronto y me miró furiosa. Debería haber recordado que la simple mención de la palabra «seguridad» la haría perder los papeles.

      Se inclinó hacia mí y levantó la voz.

      —Deje de amenazar con llamar a seguridad. ¿Acaso no ha oído que trabajo aquí?

      El olor de algo dulce en su aliento me desconcentró por un instante. «Dónut con azúcar, quizá». Aparté enseguida la idea de mi cabeza al ver que cerraba los ojos y empezaba a mover los dedos frenéticamente como si estuviera tecleando. De hecho, era exactamente lo que hacía: tecleaba en el aire.

      Tenía que preguntar.

      —¿Se puede saber qué hace?

      Continuó tecleando mientras respondía:

      —Tecleo todas las cosas que tengo ganas de decirle, para sacármelas de la cabeza sin tener que pronunciar las palabras. Y créame, es lo mejor para los dos. —Siguió tamborileando СКАЧАТЬ