El secuestro de la novia. Jennifer Drew
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу El secuestro de la novia - Jennifer Drew страница 7

Название: El secuestro de la novia

Автор: Jennifer Drew

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Julia

isbn: 9788413489049

isbn:

СКАЧАТЬ me he estrujado yo el cerebro, con esa misma pregunta? —contestó Stacy—. Mis padres no son ricos, pero…

      —¿Pero qué? —preguntó Nick terminando de cortar la cuerda de Stacy—. Ahora corta tú la mía —Stacy comenzó a cortar, pero dejó de hablar—. Si tienes alguna idea, dímela. No tengo ganas de juegos.

      —Mi novio tiene dinero.

      —Ah.

      —Bueno, él no, exactamente. Su familia. Es un Mercer.

      —¿De los famosos Mercer?

      Nick no era un gran admirador del adinerado clan de los Mercer, pero su abuelo tenía contactos con ellos, debido al éxito de Bailey Baby Products.

      —Sí. Ya está, estás libre —contestó ella contenta.

      Nick le quitó la navaja y comenzó a cortar las cuerdas de los tobillos de ambos. Se sentía bien, excepto por un intenso dolor de cabeza y cierta tensión en los músculos de brazos y hombros. Flexionó los dedos y observó a Stacy ponerse en pie y moverse para desentumecerse.

      —¿Estás bien?, ¿qué tal la cabeza?

      —Estoy bien, es un simple dolor —contestó Nick.

      —Quizá pueda encontrar algo. Todo el mundo tiene aspirinas en casa.

      —No importa, salgamos de aquí.

      En realidad, a Nick no lo preocupaban demasiado los secuestradores, pero siempre cabía la posibilidad de que volvieran con un arma más contundente que seis latas de cerveza. Stacy comenzó a rebuscar por el armario de cocina.

      —Tazas, una lata de sopa, una tetera —enumeró Stacy abriendo luego un cajón y sacando un paquete de aspirinas—. ¿Lo ves? ¡Te lo dije! Todo el mundo las usa, de vez en cuando. Espera que te dé agua.

      —Déjalo, tenemos que marcharnos.

      —Será mejor que te la tomes —contestó Stacy en un tono de voz didáctico, que debía de ser el mismo que utilizaba con sus alumnos.

      —Está bien —accedió Nick abriendo el paquete y tragándose dos aspirinas sin agua.

      Estaba demasiado ocupado, calculando cuál sería su próximo movimiento, como para preocuparse por un dolor de cabeza. Probablemente, si se internaban en el bosque que había tras la cabaña lograrían salvarse. Percy y Harold, evidentemente, jamás habían sido grandes ases con las cuerdas, y era dudoso que fueran más competentes en el bosque. Stacy estaba ocupada llenando un vaso en el fregadero del que apenas salía agua. Nick se inclinó sobre él y bebió directamente del grifo.

      —Está mala —dijo restregándose los labios y agarrando a Stacy de la mano.

      Nick no se paró a mirar el anillo de compromiso de Stacy, pero sí se preguntó por qué los secuestradores no se lo habrían quitado. ¿No se habían sentido tentados, dado su valor? No sabía mucho sobre secuestros, pero Percy y su compinche no eran más que unos tontos, si creían que podían llevarlo a cabo.

      Stacy no estaba muy segura de poder llegar lejos por el bosque, con aquellos zapatos y aquel vestido, pero tampoco podían quedarse esperando. En la tienda, le había gustado el vestido precisamente por su sencillez, pero en el bosque, en una isla probablemente deshabitada, la voluminosa y larga falda se le enganchaba constantemente, tirando de los delicados tirantes que, además, dejaban sus brazos y hombros al descubierto, a merced de la picadura de cualquier bicho y de los arañazos de las ramas.

      —¿Vas bien? —preguntó Nick volviendo la cabeza, sin detener la marcha.

      —Sobrevivo —contestó Stacy sonriendo burlonamente de oreja a oreja, haciéndole comprender lo estúpido de la pregunta.

      Inmediatamente después se arrepintió. Era culpa suya si él se veía envuelto en ese lío. Él estaba allí simplemente por intentar salvarla. Pero ¿y ella?, ¿por qué estaba allí? ¿Cómo habían sabido Percy y Harold encontrarla, y qué esperaban sacar? Apenas le quedaba aliento, estaba desorientada por completo.

      —¿Sabes adónde vamos?

      —Primero nos internaremos en el bosque durante un cuarto de hora, todo recto —contestó Nick—. Luego giraremos a la derecha en ángulo recto. De ese modo, volveremos a la costa. Es como cortar un trozo de empanada.

      —Eso suponiendo que la isla sea redonda. ¿Qué pasa si es rectangular?

      —Hemos desembarcado en la costa este, así que el sol debe estar…

      —¡Déjalo, no importa! —exclamó Stacy—. Estamos en Michigan, no en los espesos bosques de Canadá. Aquí es imposible perderse.

      —¿Quieres descansar? —preguntó Nick deteniéndose un momento.

      —No, esto no es nada comparado con pelearse con cuarenta y dos preescolares.

      —Vamos —la animó Nick tomándola de la mano para guiarla entre las enormes raíces desnudas y levantadas de los árboles, como tentáculos gigantes.

      Stacy tropezó y calló de rodillas rasgándose el vestido. Tardaría meses en pagarlo, y ni siquiera podría ponérselo. Además, sus padres debían de estar muy preocupados. Y Jonathan.

      —¿Te has hecho daño?

      —Dime que esto es solo un simulacro, y que yo seré la próxima que rescaten de la isla —contestó Stacy poniéndose en pie, tambaleándose.

      —Quizá, si te quitaras los zapatos —sugirió él.

      —¿Para pisar ramas con espinas, piedras puntiagudas, y animales que se arrastran sobre la barriga?

      —Puedo llevarte a caballo —se ofreció Nick ocultando sus dudas.

      —Gracias, pero no, gracias.

      —Ahora giraremos en ángulo recto —dijo Nick—. Con un poco de suerte, saldremos del bosque a la suficiente distancia de la cabaña como para que no nos vean esos dos idiotas cuando vuelvan.

      Nick encontró un sendero, de modo que el camino se hizo más llevadero. Stacy lo siguió levantándose las faldas. Había logrado calmarse, desde el momento de la fuga, y por fin podía pensar. Pero por desgracia no podía concentrarse en la huida. Tendía a rememorar vívidos e íntimos momentos de acercamiento personal. En concreto, el instante de sacar la navaja del bolsillo de Nick.

      Stacy no había vuelto a pensar en él como «Nicky». Aquel no era un pequeño niñito malo. De hecho, cuanto más recordaba y más pensaba en ello, más violenta se sentía. Y procuraba desviar la vista a otra parte, cuando él se giraba para comprobar si lo seguía.

      En realidad, Nick era una persona grata de contemplar, siempre que no tuviera que mirarlo cara a cara. Le caían rizos morenos por la nuca, y los músculos de su espalda eran visibles bajo la camisa. Era una lástima que Jonathan no tuviera músculos como él.

      Nada más ocurrírsele la idea, Stacy comenzó a hacerse reproches. Los músculos de espalda y piernas no tenían nada que ver con la bondad de las personas. Un hombre podía ser físicamente tan perfecto como una escultura griega, y sin embargo ser un nefasto candidato СКАЧАТЬ