Название: El secuestro de la novia
Автор: Jennifer Drew
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Julia
isbn: 9788413489049
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—Volveré en cuanto llame por teléfono —insistió Percy.
—¡Tú aquí no me dejas! —exclamó Harold cruzándose de brazos—. Quédate tú, yo iré a llamar.
Percy se rascó la barbilla por debajo de la máscara y se acercó a comprobar que Nick estuviera bien atado.
—Bueno, supongo que no podrán moverse.
Bien, pensó Nick. El primer error de los secuestradores sería dejarlos solos, y el segundo no registrarlos.
—No comprendo por qué tenemos que llamar por teléfono —se quejó Harold—. Como si no fuéramos dignos de confianza, o algo así.
Percy regañó a su compañero por hablar demasiado y se dirigió a la puerta, quitándose la máscara en cuanto se dio la vuelta. Nick pudo ver unos cuantos cabellos pelirrojos sudados antes de que Harold le bloqueara la visión, siguiendo a su compañero. En cuanto se hubieron marchado, Stacy comenzó a hacer ruidos y a gesticular.
—Si no te importa que me acerque, creo que podría quitarte el esparadrapo de la boca —dijo Nick. Stacy comenzó a moverse sobre la cama—. No, no trates de levantarte. Quédate tumbada. Así no tendré miedo de tirarte al suelo.
Stacy musitó algo. Sus pechos quedaron planos como los pechos de cualquier mujer cuando se tumba boca arriba. Nick había tenido pocas ocasiones de comprobar ese fenómeno últimamente. El escote de su vestido se levantaba lo suficiente como para atisbar una suave y cremosa porción de carne, y no pudo evitar pensar en lo delicioso que resultaría acariciarla. De momento, sin embargo, prefería rescatarla que descubrir sus encantos.
Stacy tenía dos tiras de esparadrapo pegadas de mejilla a mejilla. Por suerte, la de abajo estaba ligeramente levantada por una esquina, proporcionándole la oportunidad de tirar de ella con los dientes.
—Esto va a resultarte un poco incómodo —advirtió Nick, sabiendo que le dolería a rabiar. No podía utilizar los brazos, así que no podía sostenerse. Tenía que tumbarse a medias sobre ella, esperando no resultarle pesado—. Lo siento, si peso.
Nick sintió cómo se le aplastaba el pecho bajo su peso. Ella musitó algo así como «date prisa».
—Vamos a probar de lado —dijo Nick tras unos minutos intentándolo, frustrado—. Así no tendré que preocuparme de si te hago daño.
Nick rodó hasta ponerse de lado y ella se movió en sentido contrario, pero la maniobra no parecía haber sido calculada precisamente para ocupar su mente en la tarea que tenía entre manos. El colchón, viejo, se hundía por el centro, haciéndolos chocar por muchos esfuerzos que hicieran por separarse. Nick estaba sudando en todos los sentidos, pero no había tiempo de adoptar posiciones menos provocativas. Y la cosa no era tan fácil como parecía. Nick logró agarrar con los dientes el esparadrapo, pero mordió a Stacy sin querer en la barbilla.
—Lo siento —musitó consciente de su respiración, al acercarse a la nariz de Stacy.
Por fin consiguió atrapar la punta del esparadrapo con los dientes. Quería tirar y quitárselo de una vez, para evitar en lo posible el dolor, pero lo único que pudo hacer fue lamerlo con la lengua para tratar de soltarlo otro poco. Había progresado ya bastante, cuando un ligero llanto lo hizo detenerse.
—Aguanta, casi lo tengo.
Por fin tenía el esparadrapo seguro entre los dientes. Tiró con fuerza. Stacy se agitó, pero no se apartó. Le había quitado la primera tira, pero por desgracia la segunda seguía fuertemente adherida. Tenía que repetir el proceso, chupando con la lengua hasta que hubiera logrado levantar lo suficiente como para tirar. Y detestaba tener que hacerle daño.
—¡Ouch! ¡Eso duele! —exclamó Stacy con ojos llorosos.
Era una valiente. La piel se le había irritado por donde había tenido pegado el esparadrapo, pero conservaba bastante bien la calma, para ser la víctima de un secuestro. Y eso tenía que agradecérselo.
—No tenemos mucho tiempo. Ahora te toca a ti. Tengo la navaja en el bolsillo izquierdo delantero del vaquero. Tendrás que sacarla tú.
—¿De tu bolsillo?
—Rueda por la cama hasta ponerte a este otro lado, a mi izquierda.
—¿Rodar?
—A menos que sepas volar, claro.
—Bueno, está bien —accedió Stacy.
Nick se colocó boca arriba para facilitarle la operación, pero a pesar de todo a Stacy le costó subirse encima y rodar al otro lado. Tras lo que le parecieron larguísimos y tortuosos instantes, ella se tumbó de costado, flexionada como una cuchara a su lado, con el trasero y unos cuantos metros de tela revueltos contra él, y las manos al nivel de su bolsillo.
—No sabía que los vaqueros tuvieran unos bolsillos tan profundos —comentó ella tras un par de intentos por sacar la navaja.
Nick estaba convencido de que ella trataba de no entrar en un terreno excesivamente personal. Se sentía dividido entre la emoción por aquella caricia íntima, y el deseo de que ella no comenzara algo que él no iba a poder terminar con la conciencia limpia. Stacy había conseguido meter los dedos en el bolsillo, pero no los tenía lo suficientemente largos como para sacar la navaja.
—Me temo que voy a… —vaciló ella.
Nick sabía muy bien qué era lo que ella temía. Aquellos pequeños deditos, tan ocupados, iban a acabar por violentarlos a los dos.
—¡Eso no es una navaja! —jadeó Nick cuando ella agarró algo más que tela.
—¡Lo siento! No puedo…
—No tenemos elección. Trataré de levantarme un poco.
—Me siento como un gusano, arrastrándome —comentó ella—. ¡Ya, estoy tocando algo duro! ¡Casi lo tengo! ¡Oh, Dios!
Sí, exacto. Stacy estaba tocando algo más que la navaja. Había dado en el clavo, en más de un sentido.
—Caliente, caliente, pero no —contestó Nick fingiendo que no se moría por que siguiera tocándolo.
—¿Por qué tienes unos bolsillos tan profundos? —se quejó ella.
—Te aseguro que son de tamaño estándar.
Ni estaban hablando de los vaqueros, ni Nick era el único ruborizado.
—¡Lo tengo! ¡Sí, lo tengo! —gritó ella nerviosa—. ¿Por qué llevas navaja?
—Me la regaló mi padre. A veces es útil, en el trabajo. Déjala encima del colchón, en medio de los dos. Yo te desataré las manos primero. No te preocupes, lo haré despacio y pondré un dedo debajo de la cuerda, antes de cortar.
—¿Y puedes hacer todo eso sin mirar?
—Claro —contestó Nick. Trabajar de espaldas era un engorro, pero no tenía elección. ¿Cuánto tardarían esos dos en cruzar el lago y encontrar un teléfono? СКАЧАТЬ