Amor y Pedagogía. Miguel de Unamuno
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Название: Amor y Pedagogía

Автор: Miguel de Unamuno

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

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isbn: 4057664151353

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СКАЧАТЬ las piernas en una manta que imita una piel, y en largas horas de meditación fecunda, ha trazado Avito en unas cuantas cuartillas los caracteres antropológicos, fisiológicos, psíquicos y sociológicos que la futura madre del futuro genio ha de tener. Y tales caracteres en ninguna encarnan mejor que en Leoncia Carbajosa, sólida muchacha dólico-rubia, de color sano, amplias caderas, turgente y levantado pecho, mirar tranquilo, buen apetito y mejores fuerzas digestivas, instrucción variada, pensar libre de nieblas místicas, voz de contralto y regular dote. Avito ha puesto sus ojos en los de ella, por si éstos le dicen algo; pero Leoncia, á fuer de futura madre de genio futuro, no responde más que con la boca, y eso cuando se la pregunta.

      Decidido á la conquista de Leoncia, pónese Avito á redactar con tiento y medida eso que se llama carta de declaración. La cual no cabe sea, ¡naturalmente! centón de esas encendidas frases que el amoroso instinto dicta, sino reposados argumentos que de la científica teoría del matrimonio derivan. Y del matrimonio mirado á luz sociológica. Doce horas, en seis noches consecutivas, le cuesta el documento. Y no es la cosa para menos, porque cuando al rodar de los años se estudie al genio obtenido por pedagogía, pieza de escogido estudio habrá de ser, sin duda, la Carta Magna que de preludio le sirve. Escríbela, por lo tanto, Avito para la posteridad, á través de Leoncia, la dólico-rubia de anchas caderas. Es todo un informe amoroso; allí, con la precisa hoja de parra, las ineludibles necesidades orgánicas, allí psicología del amor sexual al alcance de las Leoncias Carbajosas y de la posteridad á que resumen, con el genio de la especie y demás metafísicas, allí la ley de Malthus, allí la tendencia sociológica á la monogamia, y allí, en fin, el problema de la prole. Cuajado todo ello en un sutil tejido en que se le suelta á la imaginación su parte, haciéndole ver, cual tentador señuelo, allá, en gloriosa lontananza, al espléndido genio. Lee y relee el expediente, corrigiéndolo á cada lectura, se lo recita tomándose de posteridad, y cuando lo ha visto bueno saca de él copia y se guarda la pieza original esperando coyuntura propicia de que á la interesada se le traslade. Quiere antes prepararla para que sea menos brusca la emoción que le cause y el efecto útil mayor.

      Dirígese Avito á casa de Leoncia á iniciar el advenimiento del genio.

      —No hagas caso, Leoncia, esas son cosas de mi hermano, y á un hombre que como mi hermano tiene cosas, se le oye como quien oye llover...

      —Es que como empiezo á padecer de reuma, me gusta poco el oir llover...

      —¡Don Avito Carrascal!—anuncia la criada en este punto.

      —¿Le conoces?—pregunta Leoncia á Marina.

      —De oídas tan sólo...

      —Pues merece que te le presente.

      Y así que al entrar don Avito ha saludado á Leoncia, ésta:

      —Avito Carrascal, mi buen amigo... Marina del Valle, mi casi hermana...

      —¿Del Valle?—mormojea Avito mientras acariciando en el bolsillo el amoroso informe, se dice: «¿pero qué es esto? ¿qué es esto que me pasa? ¿qué me pasa? ¿dónde he tratado yo mucho á esta muchacha? ¡pero si no la he visto hasta hoy! ¿qué es esto?»

      —¡Hermoso día!—exclama Leoncia.

      —Es que estamos ya en primavera, Leoncia—dice Marina.

      —¡Exactísima observación! Ayer equinoccio... Sin embargo, la savia de los vegetales...—y se detiene Avito al ver que los tersos ojazos de Marina se orientan á los suyos y que desplegando la boca se pone á oirle con todo el cuerpo y con el alma entera.

      «Pero ¿qué tendré hoy—se dice el futuro padre del genio,—qué me pasará que no acierto á ligar dos ideas? ¿Se me rebelará la bestia?» Marina, en tanto, parece esperar lo de la savia de los vegetales; vésele el ritmo del pecho, y en sus cabellos de azabache se tiende á descansar la luz cernida por los visillos.

      —La savia de los vegetales—prosigue Carrascal—hace tiempo que ha dado botones de flores...

      —¿Le gustan á usted las flores?—le pregunta Leoncia.

      —¿Cómo estudiar botánica sin ellas?

      Marina, apartando sus ojos de Avito, los vuelve sonrientes á Leoncia y al hombre luego, como quien dice: ¡tiene gracia! Y al observarlo Carrascal oye una voz que en su interior le dice: «¡alma primitiva, protoplasmática, virginal! ¡corazón inconciente!» á la vez que su corazón, conciente y todo, empieza á acelerar su martilleo.

      —Usted debe de saber muchas cosas, señor Carrascal.

      —¿Por qué, mi señora doña Marina?

      —Porque mi hermano cuando hay algo así, muy enrevesado, dice: ¡á Carrascal con eso!

      —¿Su hermano?

      —Sí, Fructuoso del Valle.

      «¡Pobre muchacha!—piensa Avito—tan hermosa y en poder aún de ese...» y dice:

      —Oh, no, es favor que don Fructuoso quiere hacerme y que tal vez me hace, porque eso de saber muchas cosas...—y se atasca.

      «¿Qué cosas sabes tú, Avito Carrascal, qué cosas sabes frente á esos tersos ojazos cándidos que empiezan á decirte lo que no se sabe ni se sabrá jamás?»

      Leoncia barrunta algo y hasta adivina qué. No es este Avito el Avito de otras veces, dueño siempre de sí y de su palabra, en el decir afluente y preciso, firme y exacto en el pensar. Tiene en la punta de la lengua esta pregunta: «pero ¿qué le pasa á usted hoy, Avito?»; mas coligiendo que no de paso sino de queda es lo que Avito siente, tira á abreviar la visita.

      «Y ¿qué me hago de la exposición matrimoniesca?—piensa Avito.—A preparar su recepción vine... ¡habrá que pensarlo más despacio...!»

      Se levanta para retirarse y las dos mujeres se levantan también. Y como si una planta frondosa y aromática se desplegase de pronto siente Avito en el ámbito del alma perfumada frescura. Le da la mano... y esto ¿qué es? ¿cómo se llama? ¡sí! ¿cómo se llama?

      «¿Es que me he vuelto tonto?—dícese Avito ya en la calle;—¡buena manera de preparar á la futura madre del genio! ¿qué pensará de mí?» Y llegado á casa: «¿Qué es lo que me ha pasado? ¿cómo se llama? sí, ¿cómo se llama? porque aquí está el nudo de la cuestión, en cómo se llame. Durmamos, durmiendo es como se digieren estas impresiones... ¡Tengo para mí que ha entrado en juego el Inconciente... démosle su parte... á dormir!» Mete el amoroso informe bajo la almohada y se acuesta. Al despertar sabe ya de cierto que está enamorado de Marina; háselo dicho el sueño. Desde las excelsas cimas de la deducción se ha despeñado á los profundos abismos inductivos.

       Y se abre la única batalla que hasta hoy ha empeñado Avito en su conciencia. Es en ésta un terremoto; agítansele ondulantes las oscuras entrañas espirituales; el elemento plutoniano del alma amenaza destruir la secular labor de la neptuniana ciencia, tal como así lo concibe, en geológica metáfora, el mismo Carrascal, escenario trágico del combate. «Ha entrado en juego el Inconciente», se dice á cada paso.

      Leoncia, la deductiva, la dólico-rubia de sano color, anchas caderas, turgente y levantado pecho, mirar tranquilo y buen apetito, de una parte, de la parte de encima, en las aguas de la ciencia envuelta, y de otra parte Marina, la inductiva, por misteriosa ley de contraste braqui-morena, СКАЧАТЬ