Moby Dick. Herman Melville
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Название: Moby Dick

Автор: Herman Melville

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

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isbn: 9788074842047

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СКАЧАТЬ ahora tendréis buen tiempo, de modo que el capitán Ahab pueda pronto andar entre vosotros; un sol agradable es todo lo que necesita, y ya lo tendréis de sobra en el viaje al trópico adonde vais. Tened cuidado en la caza, marineros. No desfondéis los botes sin necesidad, arponeros; las cuadernas de buena madera de cedro blanco han subido el tres por ciento este año. No olvidéis tampoco vuestras oraciones. Señor Starbuck, fíjese que el tonelero no desperdicie las duelas de repuesto. ¡Ah, las agujas para las velas están en la caja verde! No pesquéis mucho en los días del Señor, muchachos; pero tampoco desperdiciéis una buena ocasión, que es rechazar los buenos dones del Cielo. Tenga ojo con la caja de la melaza, señor Stubb; me pareció que se salía un poco. Si tocan en las islas, señor Flask, cuidado con la fornicación. ¡Adiós, adiós! No guarde mucho tiempo ese queso en la bodega, señor Starbuck: se estropeará. Cuidado con la manteca: a veinte centavos estaba la libra, y fijaos, si…

      —¡Vamos, vamos, capitán Bildad, basta de cháchara; vamos! —Y diciendo esto, Peleg le empujó apresuradamente por la banda, y los dos se dejaron caer en el bote.

      Barco y bote se separaron; la fría y húmeda brisa nocturna sopló entre ellos; una gaviota volvió chillando por encima; las dos embarcaciones se agitaron locamente; lanzamos tres hurras con el corazón oprimido, y nos sumergimos ciegamente, como el hado, en el solitario Atlántico.

      XXIII.— La costa a sotavento

      Varios capítulos atrás se habló de un tal Bulkington, un marinero alto, recién desembarcado, a quien encontré en la posada de New Bedford.

      Cuando, en aquella ateridora noche de invierno, el Pequod metía su vengadora proa en las frías olas malignas, ¡a quién vi, de pie en la caña, sino a Bulkington! Con respetuosa simpatía y con temor miré a aquel hombre que, recién desembarcado en pleno invierno de un peligroso viaje de cuatro años, podía volver a lanzarse otra vez, con tal falta de sosiego, para otra temporada de tormentas. La tierra parecía abrasarle los pies. Las cosas más maravillosas son siempre las inexpresables; las memorias profundas no dan lugar a epitafios; así este capítulo de seis pulgadas es la tumba sin lápida de Bulkington. He de decir sólo que su suerte era como la de un barco agitado por las tormentas, que avanza miserablemente a lo largo de la costa a sotavento. El puerto le daría socorro de buena gana: el puerto es compasivo: en el puerto hay seguridad, consuelo, hogar encendido, cena, mantas calientes, amigos, todo lo que es benigno para nuestra condición mortal. Pero en esa galerna, el puerto y la tierra son el más terrible peligro para el barco: debe rehuir toda hospitalidad; un toque de la tierra, aunque sólo arañara la quilla, le haría estremecerse entero. Con toda su energía hace fuerza de velas para alejarse de tierra; al hacerlo, lucha con los mismos vientos que querrían impulsarlo hacia el puerto, y vuelve a buscar todo el desamparo del mar sacudido, precipitándose perdidamente al peligro por ansia de refugio; ¡con su único amigo como su más cruel enemigo!

      ¿Lo sabes ahora, Bulkington? ¿Te parece ver destellos de esta verdad mortalmente intolerable: que todo profundo y grave pensar no es sino el esfuerzo intrépido del alma para mantener la abierta independencia de su mar, mientras que los demás desatados vientos de cielo y tierra conspiran para lanzarla a la traidora y esclavizadora orilla?

      Pero como sólo en estar lejos de tierra reside la más alta verdad, sin orilla y sin fin, como Dios; así, más vale perecer en ese aullar infinito que ser lanzado sin gloria a sotavento, aunque ello sea salvación. Pues entonces ¡oh! ¿Quién se arrastraría cobardemente a tierra como un gusano? ¡Terrores de lo terrible!, ¿es tan vana toda esta agonía? ¡Ten ánimos, ten ánimos, oh, Bulkington! ¡Manténte fieramente, semidiós! ¡Yérguete entre el salpicar de tu hundimiento en el océano; sube derecho, salta a tu apoteosis!

      XXIV.— El abogado defensor

      Como Queequeg y yo estamos ya lindamente embarcados en este asunto de la pesca de la ballena, y como este asunto de la pesca de la ballena, no sé por qué, ha llegado a ser considerado entre la gente de tierra como una dedicación más bien antipoética y deshonrosa, en vista de eso, tengo el mayor afán de convenceros, oh gente de tierra, de la injusticia que nos hacéis así a los cazadores de ballenas.

      En primer lugar, quizá ha de considerarse superfluo indicar el hecho de que, entre la gente que anda por ahí la ocupación de la pesca de la ballena no se estima al nivel de lo que se llama las profesiones liberales. Si entra en una sociedad heterogénea de la capital un desconocido, no mejorará demasiado la opinión común sobre sus méritos el hecho de que le presenten a los reunidos como un arponero, digamos; y si, emulando a los oficiales de Marina, añade en su tarjeta de visita las iniciales R C. (Pesquería de Cachalote), tal iniciativa se considerará sumamente presuntuosa y ridícula.

      Sin duda, una razón dominante por la que el mundo rehúsa honrarnos a los balleneros es ésta: se piensa que, en el mejor de los casos, nuestra vocación no llega a ser más que una ocupación parecida a la del matarife; y que, cuando estamos activamente dedicados a ella, nos rodea toda suerte de suciedades. Sí que somos matarifes, es verdad. Pero matarifes también, y matarifes de la más sanguinaria categoría, han sido todos los jefes militares a quienes el mundo se complace infaliblemente en honrar. Y en cuanto a la cuestión de la falta de limpieza que se atribuye a nuestra tarea, pronto seréis iniciados en ciertos hechos, hasta ahora casi universalmente desconocidos, que, en conjunto, situarán triunfalmente al barco ballenero entre las cosas más limpias de esta pulcra tierra. Pero aun concediendo que la acusación susodicha fuera cierta, ¿qué cubiertas desordenadas y resbalosas de un ballenero son comparables a la indecible carroña de esos campos de batalla de que tantos soldados regresan para beber entre el aplauso de todas las damas? Y si la idea de peligro realza el concepto popular de la profesión del soldado, permitidme aseguraros que muchos veteranos que han avanzado contra una batería retrocederían rápidamente ante la aparición de la vasta cola del cachalote agitando el aire en remolinos sobre sus cabezas. Pues ¿qué son los comprensibles terrores del hombre comparados con los terrores y prodigios entremezclados de Dios?

      Pero aunque el mundo nos desprecie a los cazadores de ballenas, sin embargo, nos rinde inconscientemente el más profundo homenaje, sí, una adoración desbordada Pues casi todos los candelabros, lámparas y velas que arden alrededor del globo, arden a nuestra gloria, como ante nichos sagrados.

      Mirad, no obstante, el asunto bajo otras luces; pesadlo en toda clase de balanzas; mirad qué somos y hemos sido los balleneros.

      ¿Por qué los holandeses, en tiempo de De Witt, tenían almirantes de sus flotas balleneras? ¿Por qué Luis XVI de Francia, a sus propias expensas, armó barcos balleneros en Dunkerque, y cortésmente invitó a esa ciudad a un par de veintenas de familias de nuestra propia isla de Nantucket? ¿Por qué Gran Bretaña, entre los años 1750 y 1788, pagó a sus balleneros subvenciones por más de un millón de libras? Y finalmente, ¿cómo es que los balleneros de América superamos en número al resto de todos los balleneros del mundo reunidos, navegamos en una flota de más de setecientos navíos tripulados por dieciocho mil hombres, consumiendo al año cuatro millones de dólares, mientras que los barcos valen, en el momento de zarpar, veinte millones, y todos los años traen a los puertos una bien segada cosecha de siete millones? ¿Cómo ocurre todo esto, si no hay algo potente en la pesca de la ballena?

      Pero esto no es ni la mitad: mirad otra vez.

      Afirmo francamente que el filósofo cosmopolita no puede, ni aunque le vaya en ello la vida, señalar una única influencia pacífica que en lo últimos sesenta años haya operado más poderosamente en todo el ancho mundo, tomado en un solo conjunto, que la alta y potente ocupación de la pesca de la ballena. De un modo o de otro, ha dado lugar a acontecimientos СКАЧАТЬ